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Biografía de Conde Leopold Berchtold

Viena, 1863 - Sopron, 1942

Político austríaco. Como ministro de Asuntos Exteriores del Imperio Austro-húngaro entre 1912 y 1915, fue el principal responsable de la escalada que, tras el ultimátum lanzado a Serbia el 23 de julio de 1914, provocó el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Poseía extensas propiedades territoriales en Moravia y Hungría y, gracias a un matrimonio conveniente, era uno de los hombres más ricos del Imperio. Vinculado desde muy joven a la corte imperial debido a su ascendencia aristocrática, en 1893 se incorporó al cuerpo diplomático de Austria-Hungría. Sirvió primero en París y luego en Londres, y en 1906 fue nombrado embajador cerca del zar de Rusia. En este puesto permaneció hasta 1911.


Leopold Berchtold

El 19 de febrero de 1912, el emperador Francisco José lo nombró ministro de Asuntos Exteriores para suceder al conde Aloïs Lexa von Aehrenthal. Berchtold mostró escaso entusiasmo al asumir sus nuevas responsabilidades, y su nombramiento fue acogido con escepticismo por las fuerzas políticas. Hombre presuntuoso, mujeriego, amante del lujo, la buena vida y los caballos (mantenía una cuadra de carreras), sus contemporáneos lo consideraban poco inteligente y de carácter voluble.

En su nuevo puesto, Berchtold cayó muy pronto bajo la influencia del mariscal de campo conde Franz Conrad von Hötzendorff, jefe del Estado Mayor del ejército. Éste abogaba por una política dura contra los movimientos nacionalistas y sociales que amenazaban con desintegrar la monarquía danubiana. Aunque Berchtold mantuvo, en principio, una actitud moderada respecto a esta cuestión, se mostró partidario ante el emperador de proseguir la política de inflexibilidad respecto a los movimientos separatistas y la amenaza de Rusia en los Balcanes.

Durante la primera Guerra de los Balcanes, entre octubre y diciembre de 1912, defendió a toda costa el mantenimiento del reparto territorial de la región. Con una escasez de miras políticas que tendría consecuencias nefastas, tras la contienda apoyó la creación del estado de Albania, a fin de impedir que Serbia obtuviera un corredor territorial hacia el mar Adriático.

Durante el año siguiente el gobierno serbio radicalizó sus esfuerzos políticos por crear un estado independiente que incluyera a todos los pueblos eslavos meridionales, lo que significaba de hecho favorecer los movimientos centrífugos que amenazaban a Austria-Hungría. La escasa claridad de la política de Berchtold agravó rápidamente la tensión entre el Imperio y Serbia, que culminó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando y de su esposa en Sarajevo (Bosnia) el 28 de junio de 1914, a manos del estudiante serbo-bosnio Gavrilo Prinzip

La actitud inicial de Berchtold respecto al magnicidio fue de moderación, dadas las gravísimas consecuencias políticas que el estallido de una guerra con Serbia podía implicar para la región balcánica. A pesar de que el mariscal Hötzendorff urgía a la invasión inmediata de Serbia, Berchtold vaciló durante los primeros días, debido a la actitud conciliatoria del gobierno serbio, que expresó sus condolencias al emperador y repudió el asesinato. Por otra parte, Berchtold estaba sometido a la presión del primer ministro húngaro, Istvan Tisza, quien deseaba evitar a toda costa el estallido bélico. Pero, al mismo tiempo, recibía una fuerte presión del gobierno alemán.

El 30 de junio se reunió con el embajador alemán en Viena, conde Heinrich von Tschirschky, quien pidió en nombre de su gobierno que se tomaran medidas contundentes contra los serbios. Cuatro días después recibió a Viktor Naumann, ministro de Exteriores alemán, que le ofreció todo el apoyo de su gobierno en el caso de que Rusia interviniera en la crisis a favor de Serbia.

Su siguiente paso fue redactar una carta dirigida al emperador de Alemania, Guillermo II y firmada por Francisco José, en la que trataba de convencer a ambos de la responsabilidad del gobierno serbio en el magnicidio. El 6 de julio, Guillermo II y su canciller, Theobald von Bethmann-Hollweg, dirigieron un telegrama a Berchtold para asegurarle su apoyo. Este fue el famoso "cheque en blanco" que el gobierno del Segundo Reich ofreció al gobierno austríaco en su política de guerra en los Balcanes.

Desde ese momento, Berchtold se acercó a Hötzendorff y se mostró partidario de lanzar una invasión contra Serbia, cuyos preparativos debían mantenerse en secreto. Por ello, recomendó a Hötzendorff y al ministro de Guerra, barón Alexander von Krobatin, que se marcharan de vacaciones para dar una apariencia de normalidad. Al mismo tiempo, evitó informar a Italia de sus planes, por miedo a que el gobierno italiano informara a Rusia y ésta se movilizara rápidamente en apoyo de Serbia. Al parecer, Berchtold nunca consideró con la debida seriedad la posibilidad de que San Petersburgo interviniera militarmente en la crisis.

El 10 de julio envió a su colaborador Friedrich von Wiesner a Belgrado para averiguar cómo marchaba la investigación sobre el asesinato del archiduque. Wiesner le informó de manera tajante de que nada parecía indicar que el gobierno serbio estuviera relacionado con el atentado de Sarajevo. Sin embargo, Berchtold ocultó esta información al emperador Francisco José, que por entonces se hallaba en su residencia de verano en Bad Ischl.

El 14 de julio mintió también al húngaro Tisza al asegurarle que el gobierno austro-húngaro resolvería por la vía diplomática normal la crisis con Belgrado y no efectuaría ninguna demanda territorial sobre Serbia. Pero, en realidad, el complot urdido por Berchtold, Hötzendorff y Krobatin había efectuado ya un reparto territorial de Serbia sobre el papel. Sospechando las maniobras de éstos, Tisza dirigió varias cartas a Francisco José para pedir un trato de tolerancia hacia Serbia. Pero Berchtold interceptó dichas cartas, que nunca llegaron a manos del emperador.

El 21 de julio visitó a Francisco José en Bad Ischl para que aprobara el ultimátum que pensaba dirigir a Serbia. Dicho ultimátum, aprobado por el Consejo de Ministros y expedido al gobierno serbio al día siguiente, estaba redactado de manera deliberada en términos inaceptables. Acusaba sin ambages al gobierno de Belgrado de apoyar el movimiento insurreccional nacionalista y el terrorismo, de planear el magnicidio de Sarajevo y haber proporcionado las armas para cometerlo. Exigía una condena oficial del terrorismo separatista, un compromiso institucional de colaboración con las autoridades imperiales en la represión de los movimientos antimonárquicos y la implicación de funcionarios austríacos en la investigación del atentado.

La aceptación de estos términos habría dejado al gobierno serbio a merced del Imperio. El ultimátum era, pues, una declaración encubierta de guerra y como tal reaccionaron las autoridades de Belgrado. El 25 de julio, tanto Serbia como Austria-Hungría ordenaron la movilización general de sus tropas. Rusia, que no estaba dispuesta a perder posiciones en los Balcanes, respaldó a Serbia. Poco después se puso en juego una cadena de pactos secretos y alianzas militares. Inadvertidamente, los manejos de Berchtold habían desencadenado el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Teóricamente, Serbia estaba condenada a la derrota, pero cuando el 12 de agosto el mariscal Hötzendorff lanzó la invasión del país, se encontró con una resistencia implacable. A mediados de diciembre, los austríacos habían sido expulsados de territorio serbio. En este contexto, Berchtold dio marcha atrás y se mostró partidario de abandonar las hostilidades, ganándose la enemistad de Hötzendorff.

Al abandono de sus antiguos colaboradores se sumó una cuestión política de mayor trascendencia: la exigencia de Italia y Rumanía de obtener contrapartidas territoriales a cambio de mantener una "neutralidad benevolente" en el conflicto. El 13 de enero de 1915, Berchtold se vio obligado a presentar su renuncia como ministro de Exteriores. No obstante, no perdió el favor del emperador, que le nombró maestro de ceremonias de la corte imperial y consejero político del futuro emperador, el archiduque Carlos

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(Kiev, 1874 - París, 1948) Filósofo ruso. La vida de Berdiáiev, como toda su singular experiencia especulativa, apareció dominada enteramente por el afán de la libertad, entendida como el originario carácter del espíritu. A ello se consagró apasionadamente desde la juventud, e, incapaz de soportar tanto el conformismo tradicional que reinaba en su familia, perteneciente a la alta nobleza militar, como la disciplina externa y absurda del "Cuerpo de los cadetes" (colegio de la milicia) donde realizó sus estudios, Berdiáiev abandonó su ambiente y se matriculó en la universidad, con la intención de ingresar en la Facultad de Ciencias

Allí se vio muy pronto atraído por los grupos revolucionarios de inspiración marxista, y en 1899 fue desterrado a Vologda. Sin embargo, no aceptó del socialismo las premisas materialistas ni las "rígidas verdades de clase" que la dialéctica marxista le imponía; y ya desde entonces descubrió en ella los elementos que sólo podían conducir al despotismo y a la negación de la libertad. Se inició así en Berdiáiev la etapa de la revisión del marxismo, durante la cual actuó inspirándose de manera preferente en los motivos críticos del idealismo de Kant.

Ello le indujo a profundizar su cultura filosófica, y así, en 1903, apenas libre del destierro, se dirigió a Alemania, donde siguió los cursos de Windelband en Heidelberg. Ya dentro de la esfera idealista, Berdiáiev se encontró entonces frente a unos problemas nuevos, totalmente vinculados a los temas del hombre, de su dignidad y de su destino trágico. Vuelto a la patria, se adhirió al grupo de pensadores religiosos (S. Bulgakov, Novogorodzev, Trubezkoi, V. Ivanov y otros) que, inclinándose hacia la ideología de V. Solov´ëv y de P. Dostoievski, desarrollaban una actividad filosófica y cultural de notable resonancia en los más diversos ambientes de la "Inteligentzia" rusa.

Esta nueva experiencia llevó a Berdiáiev de la libertad a la vida religiosa, para tender nuevamente a la libertad, entendida ahora "cual deber, como grave peso y en cuanto origen de todo aspecto trágico de la existencia" (La filosofía de la libertad, 1911). En el plano de esta "originaria experiencia de la libertad", que tan profundamente sentía Berdiáiev, iba realizándose en éste, como en Dostoievski, la ascensión hacia Dios.

Fiel siempre a la mejor tradición de la filosofía rusa, no pudo contentarse con el conocimiento del mundo y quiso actuar en él. Participó activamente en todas las iniciativas culturales del decenio 1905-1914, que estuvo marcado en Rusia por el sello de un singular "renacimiento espiritual". Tal labor no se vio interrumpida por la revolución, que más bien le dio una intensidad y una significación mayores, y ello tanto en el aspecto especulativo como en el social y cristiano. Pero Berdiáiev, junto con muchos otros pensadores rusos de inspiración religiosa, hubo de abandonar su patria (1922).

Prosiguió su labor primeramente en Berlín y luego en París. Mientras tanto, sus ideas iniciales fueron concretándose en un sistema de tendencia existencialista y alcanzaron paulatinamente un reconocimiento general en cuanto contribución de importancia decisiva al esclarecimiento de los destinos humanos. Así, aparecieron Filosofía de la Edad Media (1924), El sentido de la historia, La concepción del mundo en Dostoievski (1924), Espíritu y libertad, ensayo de filosofía cristiana, y, finalmente, Sobre el destino del hombre, ensayo de una ética paradójica (1935) y Cinco meditaciones sobre la existencia (1936).

El último período (1940-48) representó para Berdiáiev los años más difíciles y torturados de la vida: la guerra y los innumerables sufrimientos humanos por ella provocados agudizaron su tensión moral y le indujeron a nuevas meditaciones sobre el cumplimiento de los destinos de la humanidad (Ensayo de una metafísica escatológica, 1941, y, singularmente, Dialéctica existencial de lo divino y lo humano, 1947). En 1942 Berdiáiev hubo de sufrir una grave operación, y durante semanas enteras se vio obligado a la inmovilidad, lo cual le ocasionó intensos dolores. Tras la liberación de París quedó tristemente desengañado por la continua opresión bajo la cual permanecía Rusia y que él había creído ya superada. Todo ello agravó su melancolía hasta los confines de la angustia

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