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Biografía de San Ireneo

Esmirna, Asia Menor, 130 - Lyon, 208

Obispo de Lyon. Fue discípulo de San Policarpo, obispo de Esmirna, quien le envió a las Galias (hacia 157). En Lyon fue ordenado sacerdote y enviado al papa para rogarle que no separara de la comunión a los orientales que celebraban la Pascua el mismo día que los judíos. Sucedió a Potina en la sede episcopal de Lyon e intervino de nuevo cerca del papa Víctor (hacia 190) en la cuestión de la Pascua oriental. Escribió en defensa de la fe católica, contra los errores de los gnósticos, su famoso libro La gnosis desenmascarada y refutada y el Tratado contra las herejías. Su visión sintética, armoniosa y completa de toda su doctrina cristiana, su riqueza de pensamiento, su método riguroso, y su estilo magistral le ponen a la cabeza del pensamiento cristiano de siempre.

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(La Orotava, Tenerife, 1735 - Burdeos, 1814) Ilustrado español, sobrino del ilustrado Juan de Iriarte y hermano mayor del fabulista y dramaturgo Tomás de Iriarte. Su papel dentro de la literatura estuvo más en el aspecto organizativo e ideológico que en el estrictamente literario.

Ocupó varios puestos dentro de la administración en tiempos del Conde de Aranda, verdadero promotor de la Ilustración española, como el de la Secretaría de Estado (antecedente del actual Ministerio del Interior), una plaza en el Consejo de Indias, la dirección de la Compañía de Filipinas o la secretaría de la embajada española en Londres.

Con todo, el más relevante de ellos, desde el punto de vista literario, fue el de director de los teatros de los Reales Sitios, para los que realizó una lista de comedias del XVII que, refundidas, podrían representarse, así como unas Instrucciones para el funcionamiento de los dichos teatros dirigidas al comisario-corrector de dramas para el teatro de la corte, José Manuel de Ayala, que suponen un documento de incomparable importancia, dado que no se mueven, como el conocido Informe de Jovellanos, en el plano teórico, sino en el de la realidad de unos teatros concretos que se quieren mejorar.

El tono de las dichas instrucciones va a recordar en cierta medida al de erasmistas tan puritanos en materia literaria como Luis Vives o Juan de Valdés. De esta manera, aboga Iriarte por la prohibición de los sainetes por ser ejemplo de malas costumbres, de las comedias de magia y de aquellas con segundas y sucesivas partes que llegaban a constituir auténticas sagas. Más allá, aboga Iriarte por un modo de representar natural y casi realista, ajeno al histrionismo que parece que se imponía entre los cómicos y en el gusto del público

En este aspecto, llega a referirse a la llamada cuarta pared que debían suponer los cómicos entre ellos y el público y que se implantaría durante el XIX en toda Europa. Tal deseo de realismo se plasma, sin duda, en la breve obra dramática de su hermano Tomás

También tradujo, en 1765, el Tancredo de Metastasio, dentro de la serie de traducciones, cabría mejor decir adaptaciones, de obras extranjeras que encargó para los dichos teatros. La frecuencia con la que los ilustrados apelaron al propio ejemplo a la hora de componer obras con arreglo a los supuestos preceptos aristotélicos fue tan frecuente como desdichada, pues casi nunca acompañaban las dotes literarias a las buenas intenciones y a la exquisita educación. En el caso de Bernardo de Iriarte, cabe, al menos, agradecerle el hecho de que se limitase, consciente de sus fuerzas, a traducir una de las obras supuestamente ejemplares

Mantuvo correspondencia con personajes tan destacados en su época como Cabarrús, Peñaflorida, Jovellanos, Meléndez Valdés, Urquijo y el propio Goya, que lo retrató. Escribió también una Vida de don Juan de Iriarte, su tío y verdadero jefe del clan familiar y artífice de la carrera de sus sobrinos. Fue condecorado con la Cruz de Carlos III. Al final de su vida, fue condenado al destierro, lo que llevó a cabo en Francia. Falleció en los mismos años en los que se desarrollaba en nuestro suelo la guerra de la Independencia, que supuso la derrota definitiva de los ideales defendidos por los ilustrados, tantas veces personificados, por desgracia, en la nación francesa que había invadido España

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