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Biografía de Burt Lancaster

Burton Stephen Lancaster; Nueva York, 1913 - Los Ángeles, 1994

Actor cinematográfico estadounidense. A los dieciséis años, daba clases de gimnasia en la Universidad de Nueva York y de baloncesto en la Settlement House, mientras se entrenaba con el trapecista Nick Cravat, con el que, más tarde, formó pareja como saltimbanqui en dos películas memorables del género de aventuras, El halcón y la flecha y El temible burlón. En 1932, ambos formaron un número acrobático que recorrió el país de circo en circo (aunque, básicamente, en el Kay Brother Circus). Años después, durante la guerra, sirvieron en el Quinto Ejército, servicio especial, para el entretenimiento de las tropas que luchaban en ultramar.

Licenciado en 1946, regresó a Nueva York, y, tras un breve paso por el teatro, fue descubierto por Mark Hellinger, quien le llevó a la Universal para interpretar, en la obra maestra de Robert Siodmak, Forajidos (1946), a un boxeador fracasado que se ve sorprendido en una intriga de muerte y seducido por los inestimables encantos de una Ava Gardner, nunca tan guapa, embutida en un insinuante vestido de satén negro. Gracias a sus personajes, malditos, que rezumaban erotismo por todos los poros, los dos juntos se incorporaron al rodaje, y llevaron la película de cabeza a la mitología del cine negro

Siguió desenvolviéndose a las mil maravillas por la senda negra, asustando a Bárbara Stanwyck en un filme magnífico de Anatole Litvak, Voces de muerte (1948). En El abrazo de la muerte (1949), de Robert Siodmak, se vio abocado, por el influjo de una mujer (Ivonne De Carlo), a participar en un golpe insensato, un atraco perfecto en un hipódromo, teniendo como cómplice precisamente al nuevo compañero de la mujer, un peligroso gángster, el siempre inquietante Dan Duryea. Lancaster volvió a incorporar a un hombre físicamente dotado, pero sentimentalmente débil. Acabará siendo manejado por una mujer (como en Forajidos), ofuscado por el amor o por el deseo sexual

Inmediatamente, Lancaster interpretó el Dardo de El halcón y la flecha (1950), de Jacques Tourneur, y el pirata de El temible burlón (1952), de Robert Siodmak. En la primera, Lancaster se destapa siendo el aguerrido y risueño héroe italiano medieval que lucha por su hijo, el amor de una Virginia Mayo, con los labios en Technicolor, y la libertad de su tierra, Lombardía. En la segunda, es un gallardo pirata en una de las piezas clásicas del género de aventuras, por no decir del cine en general. En ambas tenía un viejo amigo para, entre mandoble, galanteo y caída de velas, guardarle las espaldas: su mudo compañero Nick Cravat

En medio de estos dos clásicos, se fue, por primera vez, al oeste norteamericano, de la mano, curiosamente, de un gran experto en la aventura, Richard Thorpe, en El valle de la venganza (1951) su primer western. Pero volvió tres años más tarde con fuerza en dos magistrales muestras del género. Antes, en 1953, se dio el baño más famoso de la historia del cine, quizá porque lo hizo con una bellísima Deborah Kerr (encorsetada en un bañador atrevidísimo para la época), en el papel más erótico y seductor de toda su carrera. El filme, De aquí a la eternidad, de Fred Zinnemann, se convirtió en un éxito enorme, consiguiendo ocho Oscars (incluido el de mejor película), y Burt Lancaster impresionó con su sobria interpretación, lo que le valió el primer premio de la crítica de Nueva York y una candidatura para el Oscar

Burt Lancaster fue, además, el primer actor de su generación que se dio cuenta a tiempo de la fragilidad del sistema de los grandes estudios y se lanzó a producir por su cuenta. Fundó, en 1947, junto al célebre guionista Ben Hecht la Norma Production, que, luego, con la incorporación de James Hill, pasó a llamarse Hecht-Hill-Lancaster. Los frutos, por ejemplo, llegaron con Apache (1954), de Robert Aldrich, uno de los primeros alegatos en favor de la maltratada y exterminada raza india, y una magnífica interpretación de un Lancaster embetunado para la ocasión; y, sobre todo, en ese mismo año, con Veracruz, del propio Aldrich.

Lancaster incorporaba a un personaje, algo frustrado, con sonrisa asesina, vividor, tan detestable como encantador, todo lo contrario que Gary Cooper, su compañero, más tranquilo, justo, pleno de principios morales, y reflexivo. No les quedó más remedio que vivir juntos las mismas aventuras, la misma epopeya, en un duelo interpretativo casi épico. La actriz española Sara Montiel, lucía su maravilloso palmito entre estos dos monstruos de la pantalla

Se lanzó a la dirección con El hombre de Kentucky (1955), que no aportó nada nuevo a su carrera (volvió a repetirlo, muchos años después, en El hombre de medianoche -1974-, que corrió la misma suerte); y, ese mismo año, aportó una soberbia tranquilidad a su personaje de despreocupado italiano en La rosa tatuada, de Daniel Mann, junto a Anna Magnani, según la obra homónima de Tennessee Williams. Viajó, un año después, a Europa, para rememorar viejas acrobacias en Trapecio, de Carol Reed, una encantadora cinta de trapecistas que se lanzan en un triple salto mortal sin red. Estos temerarios del aire eran, aparte Burt Lancaster, Tony Curtis y una maravillosa Gina Lollobrigida

En 1957, regresó al Oeste interpretando al Wyatt Earp de Duelo de Titanes, de John Sturges, una nueva versión del viejo tema del enfrentamiento entre los Clanton y los Earp en O.K. Corral, ya llevado magistralmente por John Ford, en Pasión de los fuertes (1946). En esta ocasión, Dimitri Tiomkin compuso una pegadiza y original melodía que se hizo muy familiar. El Oscar le llegó con El fuego y la palabra (1960), de Richard Brooks, donde da vida, de manera sublime, bajo la apariencia del altruismo y de la generosidad, a un falso evangelista que, con la bendición de la religión, manipula, no sin un cierto regocijo, a las masas crédulas y traumatizadas a través del mítico chantaje del infierno

Con ¿Vencedores o vencidos? (1961), de Stanley Kramer, comenzó una serie de interpretaciones humanitarias y tiernas. Le siguió su alentador trabajo para El hombre de Alcatraz (1962) de John Frankenheimer, una interesante reconstrucción de la reconversión de un criminal en un ornitólogo de prestigio; y terminó con Ángeles sin paraíso (1963), una conmovedora película de John Cassavetes, sobre los niños con problemas para relacionarse con los demás

Ese mismo año marchó a Italia para ponerse a las órdenes de Luchino Visconti. Lancaster estuvo sublime como el Príncipe don Fabrizio Salina, en uno de los más bellos, frescos y románticos filmes de la historia del cine, además de histórico y político: El Gatopardo. Con Visconti, once años después, volvió a estar espléndido en Confidencias (1974). Lancaster se reencarnó en ese profesor envejecido, amante de la literatura y la pintura, que siente llegar la muerte, y que se debate entre angustias personales y el desencanto por tener que compartir lugar con jóvenes burgueses disolutos y desordenados, incapaces de sentir, ni el arte, ni la vida. En Italia, todavía tenía llegar otro título mítico. Esta vez obra de Bernardo Bertolucci: Novecento (1976), que, como El Gatopardo y Confidencias, volvió a fracasar entre sus compatriotas.

A lo largo de los años setenta, apareció en el filme que puso de moda los productos de catástrofes, Aeropuerto (1970) de George Seaton, y, más tarde, en otro que ayudó a reforzar el género, El puente de Cassandra (George Pan Cosmatos, 1977). Ofreció una de sus mejores interpretaciones en La venganza de Ulzana (1972), un impresionante western de Robert Aldrich, e intervino también en la importante superproducción Amanecer Zulú (1979), de Douglas Hickox

Fue requerido, por su gran presencia, para tres filmes de culto en los años ochenta: Un tipo genial (1983), de Bill Forsyth, donde interpreta a un magnate obsesionado con contemplar una aurora boreal, por lo que pretende comprar todo un pueblo; La piel (1981), de Liliana Cavani; y Atlantic City (1980), de Louis Malle, por la que volvió a ser nominado al Oscar gracias a su memorable interpretación. Aún, en 1989, resultó todo un lujo volverle a ver en esa pequeña joya del cine que es Campo de sueños, de Phil Alden Robinson, interpretando a un doctor que ha tomado los caminos que la vida le ha ofrecido, pero que nunca ha olvidado lo que el Baseball ha significado para ésta

La carrera cinematográfica de Burt Lancaster ha atravesado por distintas etapas: en los años cincuenta fue uno de los más insignes acróbatas del cine de aventuras; en los años sesenta, se rebeló como el más empecinado actor de culto; en los años setenta fue una baza segura para la producción en la que participaba, y en los ochenta gozó de una madurez gloriosa.

Asusta ver la impecable filmografía de un actor irrepetible, capaz de saltar encima de un caballo, pasar por un aristócrata italiano o columpiarse a 25 metros de altura. Lancaster no ha parado de sorprender a las distintas generaciones de cinéfilos que le han ido conociendo a través de sus películas. Cuando fue catalogado como un actor de registro limitado, Lancaster dio cantidad y calidad, y supo callar las lenguas que le asignaban pocas armas para triunfar.

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Rama secundaria de la familia Plantagenet, que reinó en Inglaterra entre 1399 y 1471. Su fundador fue Edmond Crouchback, el Cruzado (1245-96), hijo de Enrique III de Inglaterra, de quien recibió el título de conde de Lancaster (1267). Gobernó el Condado de Champaña (en Francia) por su casamiento con Blanca de Artois. Su hijo Thomas (h. 1278-1322), segundo conde de Lancaster, luchó contra el favorito del rey Eduardo II, Gaveston, a quien arrebató el poder y ejecutó en 1312. Fue a su vez desplazado por un nuevo favorito, Despenser, quien le hizo ejecutar.

Pero su hermano Henry (h. 1281-1345), segundo conde de Lancaster, continuó la lucha hasta apresar al rey y proclamarse jefe de un Consejo de Regencia (1326). Su hijo Henry (h. 1300-61) sirvió a Eduardo III como militar durante la Guerra de los Cien Años, lo cual le valió el título de primer duque de Lancaster. Sin embargo, no tuvo descendientes varones, por lo que dicho título y la inmensa riqueza de la familia pasaron a su yerno, el cuarto hijo del rey, Juan de Gante (1340-99). Al quedar viudo, éste se casó con una hija de Pedro I, el Cruel, de Castilla, razón por la que reivindicó sin éxito el Trono castellano. Convertido en el noble más poderoso de Inglaterra, ejerció como regente de hecho durante los últimos años del reinado de Eduardo III y actuó de mediador entre el siguiente monarca - Ricardo II- y los nobles descontentos.

En cambio su primogénito, Enrique IV (1366-1413), encabezó la rebelión nobiliaria hasta hacerse con la Corona en 1399. Asesinó al depuesto rey Ricardo II y se afianzó en el poder derrotando a los ejércitos escoceses, galeses y de nobles ingleses que se le opusieron. Le sucedió su hijo Enrique V (1387-1422), a quien corresponde el mérito de haber consolidado la dinastía en el Trono inglés; en contraste con su padre, que murió aislado y detestado, Enrique V fue un rey popular, con fama de buen administrador y buen guerrero.

Para fortalecer la unidad en torno a la Corona relanzó la Guerra de los Cien Años contra Francia, obteniendo una resonante victoria en la batalla de Azincourt (1415) y conquistando Normandía. El consiguiente Tratado de Troyes (1420) le convirtió en regente de Francia, yerno de su rey Carlos VI y heredero del Trono francés, aunque nada de esto se llegó a plasmar en la práctica por la pronta muerte de Enrique V.

Le sucedió su hijo de un año Enrique VI (1421-71), que pronto se revelaría retrasado mental. Durante su infancia, dos tíos suyos ejercieron la Regencia respectivamente sobre Inglaterra y sobre sus dominios de Francia. La suerte desfavorable de las armas llevó a Inglaterra a abandonar sus pretensiones sobre la Corona francesa, mientras en el interior se sucedían las revueltas de todo tipo.

Durante el reinado de Enrique VI el poder efectivo lo ejerció su esposa, la francesa Margarita de Anjou. La oposición nobiliaria la encabezó la Casa de York, formada por descendientes de Enrique III; este enfrentamiento dio lugar a la llamada «Guerra de las Dos Rosas» (1455-85) entre las casas de Lancaster (simbolizada por una rosa roja) y de York (la rosa blanca).

Los Lancaster fueron derrotados en 1461, pasando el Trono al candidato de los York, Eduardo IV, mientras Enrique VI y su esposa se refugiaban en Holanda; sin embargo, Enrique sería repuesto transitoriamente en el Trono en 1470 por la traición del favorito de Eduardo, el conde de Warwick. Derrotado definitivamente al año siguiente, Enrique VI fue encerrado en la Torre de Londres, donde murió. Su fama de hombre bueno y piadoso convirtió su tumba en lugar de peregrinación e incluso Enrique VII solicitó a Roma su canonización, sin conseguirla

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