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Biografía de Alfred Firmin Loisy

Ambrières, 1857 - Ceffonds, 1940

Exegeta e historiador de las religiones francés. De constitución endeble y buen escolar, fue inducido al estudio; y así, ingresó en el seminario de Chalons-sur-Marne, donde fue ordenado sacerdote (1879) tras un breve período pasado en el Institut Catholique de París. A esta ciudad, luego de haber sido párroco de Landricourt durante algún tiempo, volvió en mayo de 1881 a instancias de L. Duchesne, quien le inició en la crítica filológica e histórica.

Entregado sobre todo al estudio de la Biblia, y después de haber profundizado en el conocimiento de las lenguas orientales, desempeñó varias misiones docentes en el Institut Catholique hasta el otoño de 1894, época en la cual, debilitada ya su posición por varias críticas dirigidas contra él, fue enviado como capellán a un colegio de terciarias dominicas de Neuilly. Allí, a través de la lectura de Newman y la relación con F. von Hügel, desarrolló y aclaró progresivamente las ideas que iban induciéndole cada vez más a concebir la Iglesia como el resultado de un continuo desarrollo que, además, la justificaba.

De una vasta obra apologética extrajo artículos cuya publicación (bajo el seudónimo A. Firman) en la Revue du clergé français fue suspendida por el cardenal Richard en octubre de 1900, un año después del abandono por Loisy de su cargo de Neuilly debido a motivos de salud. En 1901 llegó a profesor libre de la École Pratique des Hautes Études, y, en oposición a A. Harnack y al individualismo religioso, publicó procedente de la mencionada obra todavía inédita, el famoso libro El Evangelio y la Iglesia (1902, segunda edición aumentada 1903), al que siguió la defensa Autour d´un petit livre (1903).

Tras su condenación por el cardenal Richard y el Santo Oficio, Loisy dejó la enseñanza y se retiró al campo, primero a Bellevue, luego, de 1904 a 1907, a Garnay, y finalmente a Ceffonds, cerca de Moitieren-Die. Allí fue preparando algunas de sus obras más significativas, en tanto se adoptaban contra él nuevas disposiciones; las condenas del modernismo (julio-septiembre 1907) le sugirieron las Simples réflexions sur le décret "Lamentabili" et sur l´encyclique "Pascendi", seguidas, asimismo, en 1908 (7 de marzo), por la excomunión mayor. Poco después obtuvo en el Collège de France la cátedra de Historia de las religiones, que desempeñó hasta 1932.

Tras el período de los textos aún respetuosos y prudentes sobre el Antiguo Testamento, y también luego del referente al modernismo, entonces para Loisy experiencia concluida ya y superada (Choses passées, 1913), y en el que ofreció algunas de sus mejores obras (Le quatrième Evangile, 1903; Les Evangiles synoptiques, 1907-1909), inició una tercera fase de tránsito a posiciones críticas cada vez más radicales, en la cual aceptó la "historia" o "ciencia de las religiones" con sus esquemas y prejuicios positivistas y trató de insertar en ella el cristianismo, que para él seguía siendo esencialmente catolicismo.

De ahí la persistente aversión al individualismo religioso y la consiguiente importancia dada al aspecto social de la religión, la interpretación del cristianismo como "misterio" y el vacío progresivo a que somete las personalidades de Jesús (cuya realidad histórica, empero, sigue defendiendo, contra algunos de sus discípulos, aunque negando que los Evangelios suministren datos susceptibles de dar lugar a una biografía) y San Pablo, a quien en un nuevo análisis de las Epístolas arrebata casi todo lo que la misma crítica independiente le concede y considera auténtico y expresión característica de su pensamiento. Incluso el texto de Lucas aparece a los ojos de Loisy refundido y falseado por un redactor en ciertos aspectos astuto y en otros completamente incomprensivo (Los misterios paganos y el misterio cristiano, 1919; Essai historique sur le sacrifice, 1920; Les Actes des apôtres, 1920; Le quatrième Evangile, 1921; L´Apocalypse de Jean, 1923, uno de los mejores textos del autor; L´Evangile selon Luc, 1924; La naissance du christianisme, 1933; Le Mandéisme et les origines chrétiennes, 1934; Remarques sur la littérature epistolaire du Nouveau Testament, 1935).

Para demostrar la íntima y absoluta lógica propia, Loisy publicó en tres grandes tomos la autobiografía Mémoires pour servir à l´histoire religieuse de notre temps (1930). Todo ello, empero, no le llevó a negar el valor de la religión, que seguía considerando como institución y singularmente como rito, fruto de un proceso evolutivo, pero exterior a aquélla. Para nuestro autor el cristianismo es la religión del amor y la fraternidad, aun cuando imperfecta, y su etapa siguiente será la de la "religión de la humanidad", esperanza que las desilusiones de la primera postguerra no consiguieron disminuir en Loisy.

A esta actitud se halla vinculada la crítica de las doctrinas religiosas de Bergson (La Religion, 1917; La paix des nations et la religion de l´avenir, 1919; La morale humaine, 1923; Religion et humanité, 1926; Y-a-t-il deux sources de la religion et de la morale?, 1933; La crisis moral del tiempo presente, 1937). Esta persistencia de motivos intelectuales o positivistas, o de residuos de formación teológica, mantuvo a Loisy ajeno a cualquier discusión sobre metodología de la historia, y al margen del consiguiente historicismo. Sin embargo, la vasta erudición, la consumada experiencia filológica y la vigorosa lozanía de la intuición histórica, siempre sugestiva y orientada por un razonamiento agudo, siquiera a veces capcioso, sitúan a Loisy entre los eruditos de cuya labor no puede prescindirse

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(Subiaco, 1927) Actriz de cine italiana. Aunque sus orígenes fueron humildes, sus inclinaciones por el mundo del arte le acompañaron desde muy joven. Su padre era carpintero, pero consiguió que su hija ingresase en la escuela de Bellas Artes de Roma, donde estudió pintura. Incluso, durante una temporada, pensó en la posibilidad de ser cantante de ópera, pero la situación económica de su familia le obligó a trabajar en el mundo de las fotonovelas, que causaron un auténtico furor en la Italia de la posguerra europea

Poseía una belleza rotunda y potente, muy del gusto de amplios sectores sociales, y en una época en la que en Italia existía una gran afición a lo que se denominaron las magioratas, mujeres de pecho generoso, amplias caderas y ojos deslumbrantes. Gina estaba dentro de ese grupo, pero no por ello carecía de distinción. Debutó en el cine con Aguila negra (1946), de Riccardo Freda. Un año después se presenta al concurso de miss Italia, quedando en tercer lugar (la ganadora fue Lucía Bosé). Poco a poco va escalando posiciones, de figurante a starlette, y de ahí a papeles de muchacha seductora y coqueta.

Su gran éxito se produce cuando el eficiente director francés Christian Jacques le llama para participar en Fan Fan el invencible (1951), una película de aventuras en el más puro sentido de la palabra, que obtiene una excelente acogida. Junto a ella, en el principal papel masculino, se encontraba Gerard Philippe, uno de los galanes y estrellas por excelencia del cine europeo de aquellos años. Él tenia 29 años cuando se estrenó la película, y ella contaba con 23. Compusieron una pareja ideal en la imaginación de un público que deseaba olvidar los desastres de una guerra que aún no había restañado su heridas

Ese mismo año había sido llamada a Hollywood por el excéntrico pero inteligente Howard Hughes, que le ofrece un contrato por diez años. Sin embargo, tras varios meses de espera, Gina decidió volverse a Europa. Después de la acogida de Fan Fan el invencible, se produjo su consagración cuando rodó Pan, amor y fantasía (1952), de Luigi Comencini. Era ésta una comedia que dejaría una secuela. Lollobrigida era Pizzicarella, la cabeza loca del pueblo, la cual traía a su vez de cabeza al jefe de los carabineros de la localidad, papel asumido por un magnífico Vittorio De Sica. Su imagen de mito erótico se vinculó a esa figura de muchacha campesina, descalza, exuberante, a la que ella aportaba una dotes de actriz que contribuían a hacer más divertido su papel, que gozó de gran popularidad

Los posteriores fueron sus mejores años. Rodó algunos de sus títulos más importantes, entre los que cabe destacar La mujer más guapa del mundo (1955), de Robert Z. Leonard, y Nuestra Señora de París (1956), con Jean Delannoy y Anthony Quinn en el papel de Quasimodo. Cuando el contrato que la ligaba a Hughes venció, la actriz italiana pudo pensar en volver a intentar la aventura americana. Ante ello había que ser realista: era una actriz aceptable, que en cierto tipo de papeles podía ser muy convincente y disfrutaba de simpatía entre el público, pero su mejor arma estribaba en el físico opulento y la sensualidad de su belleza. Por esa razón los estadounidenses pensaban en ella, pero para papeles muy determinados

Fue la reina en Salomón y la reina de Saba (1958), de King Vidor, una película que tuvo su particular historia: el papel de Salomón fue en un principio para Tyrone Power, galán de reconocido atractivo; pero Power falleció durante el rodaje, y hubo que volver a comenzar casi todo, esta vez con Yul Brinner como Salomón, en un rodaje que tuvo lugar en España. En Desnuda frente al mundo (1960), dirigida por Ronald McDougall, tuvo un papel que se adecuaba bastante bien a sus posibilidades. Tenía ya 32 años y su belleza iba ganando en sabiduría lo que podía perder en agresividad. De todos modos, como le ha sucedido a muchos actores europeos (en especial si no son británicos), sus posibilidades en el mundo de Hollywood nunca llegaron a cuajar, a pesar de lo que se esperaba de ellos. Buona sera, señora Campbell (1968), de Melvin Frank, sería su último éxito internacional

Los años setenta situaron su carrera en un punto muerto. Trabajaba, pero sus títulos no rebasaban lo trivial. Fue entonces cuando comenzó a dedicarse a una actividad que, en cierto modo, enlazaba con sus tiempos de juventud: había estudiado pintura, y a lo largo de estos años se fue convirtiendo en una fotógrafa de gran talento y sensibilidad. Aunque su nombre y relaciones contribuían a abrirle puertas, no se puede negar, a la vista de sus exposiciones de fotografía, que Gina tienen una finura y una inteligencia que le permiten no ser exclusivamente una vieja gloria de un tiempo en que su belleza deslumbraba a los europeos y americanos

En 1992, durante la exposición universal de Sevilla, Gina fue una de las artistas escogidas por Italia para mostrar su obra fotográfica en el interior de su pabellón, y la crítica reconoció que, aunque fuera popular por el cine, la fotografía era algo que dominaba aquella mujer que ya sobrepasaba los sesenta años. Gina ha hecho también apariciones en televisión como invitada especial en series de gran popularidad, como ha sido el caso de Falcon Crest. En Broadway tuvo una meritoria actuación en La rosa tatuada de Tennessee Williams. Su última intervención cinematográfica fue en Las cien y una noches (1995), de la directora francesa Agnes Varda. En la actualidad es una particular embajadora cultural de la república Italiana. Se casó dos veces, con Milko Skofic (1949-1968), y con George Kaufman en 1969

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