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Biografía de Luis de Peguera

Manresa, 1540- id., 1610

Jurista español. Especializado en derecho criminal y procesal, destacan sus obras Praxis criminalis et civilis (1603) y Práctica, forma y estilo de celebrar Cortes generales en Cataluña (1632), esta última en catalán

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(Orléans, 1873 - Villeroy, 1914) Poeta y pensador francés. Socialista, partidario de Dreyfus, quiso ser el iniciador de una renovación cristiana y defendió una mística a la vez católica, francesa y republicana.

Charles Péguy se mostró orgulloso de su oscura ascendencia familiar y en numerosos pasajes de su obra evocó el recuerdo infantil de la pequeña comunidad del suburbio Bourgogne, la cual, como escribió él, era todavía "el pueblo de la antigua Francia" hacia 1880. Pertenecía en efecto a una familia de campesinos y viñadores, y habiendo perdido a su padre pocos meses después de su nacimiento, fue educado por su madre que vivía pobremente, dedicada al trabajo de empajar sillas.

Bien considerado por sus maestros de la escuela municipal, obtuvo una beca de estudios en el liceo de Orleáns, donde recibió una sólida educación humanista; en 1891 se encontraba en París, preparándose para el ingreso en la École Normale Supérieure; y después de un primer fracaso y de un año de voluntariado, era admitido en Sainte-Barbe en octubre de 1893. Allí, en el famoso patio rojo, encontró Péguy sus primeros amigos: Jérome Tharaud, Marcel Baudoin; alejado ya de la fe, se entusiasmó en cambio por "un socialismo joven, nuevo, grave, un poco infantil... profundamente cristiano".

En agosto de 1894 fue admitido en la École Normale, pero su carácter independiente, que no soportaba una disciplina rigurosa en los estudios, le hizo pedir una licencia al fin del primer curso, y de regreso en Orleáns fundó allí un grupo de estudios socialistas; después de pasar otro año (1896-97) en la École Normale, se apartó de ella definitivamente, sin conseguir la licenciatura. en 1897.

En este mismo año daba a la imprenta el cuadro dramático Jeanne d´Arc ( Juana de Arco), obra no del todo madura, pero animada por las nobles aspiraciones de su adolescencia y por la fe en una regeneración de la humanidad por obra del socialismo, concebido como una "profunda revolución interior". En mayo de 1898, Péguy, que mientras tanto había contraído matrimonio con la hermana de uno de sus compañeros de estudios, abrió en el Barrio Latino una "librería socialista", transformada más tarde, por dificultades financieras, en una sociedad anónima de la que fue gerente a sueldo, hasta la ruptura definitiva (diciembre de 1899) entre Péguy y sus asociados, entre los cuales figuraba Léon Blum.

Razón fundamental de tal ruptura fue la diferencia de postura ante el "affaire" Dreyfus, en el que Péguy, en oposición a sus antiguos amigos socialistas, veía esencialmente una cuestión de moral superior. También se fue separando gradualmente de Jaurès, y en 1900 iniciaba la publicación de los conocidos Cuadernos de la quincena, concebidos al principio como simples boletines de información socialista.

Pero la crítica de Péguy, limitada al principio al partido socialista acusado de prostituir sus profundas razones ideales a las combinaciones parlamentarias, al profundizar las causas de la crisis del dreyfusismo, no tardó en ampliarse, transformándose en una implacable acta de acusación contra todo el mundo moderno y, en especial, contra aquel "partido intelectual" que dictaba leyes en la "nueva Sorbona".

En 1905, el golpe fulminante de Tánger actuó como un poderoso correctivo de las perspectivas intelectuales y políticas de Péguy, el cual, ante la amenaza alemana, descubrió por primera vez la realidad hecha carne de la patria francesa, a través del velo de sus ideales pacifistas e internacionalistas. Péguy recorre entonces el camino de un heredero desposeído que trata de reconquistar su estirpe y su tierra: la evolución en sentido nacionalista aparece ya visible en Notre Paris (1905), aunque se marquen enérgicamente las diferencias con respecto al nacionalismo tipo Maurras, del que lo separaban -barrera insuperable- el recuerdo del "affaire" Dreyfus y el republicanismo místico de la juventud de Péguy, nunca renegado.

En este esfuerzo de "profundización" interior de la patria encontrada de nuevo. Péguy llegó a partir de 1908 al umbral de la fe y de la Iglesia católica, que no atravesó (hasta la vigilia de su muerte) debido a su particular situación familiar, a la intransigente y exclusiva lealtad al socialismo dreyfusiano, a su feroz individualismo y a una fuerte desconfianza hacia el clericalismo. Extraño catolicismo, religión poética sin sacramentos ni vínculos dogmáticos, y sin embargo de una humildad indudablemente sincera, aunque la religión se confunda a menudo con una "mística" del heroísmo y del mesianismo nacional francés.

El Misterio de la caridad de Juana de Arco, la primera obra compuesta por Péguy después de la conversión, es una refundición de la socialista Jeanne d´Arc de 1897; no reniega nada, ya que la esperanza de la salvación eterna se enlaza, sin oposición, con la voluntad de triunfar sobre las miserias temporales.

Con las obras siguientes, Le porche du mystère de la deuxiéme vertu (1911), los Tapices de Santa Genoveva y de Juana de Arco (1912), La tapisserie de Notre-Dame (1913), Eve (1913), alcanzará Péguy una de las más altas cumbres de la poesía cristiana francesa: su originalidad radica sobre todo en una sorprendente capacidad de poner en claro el absoluto y lo sobrenatural en la sustancia misina de la vida, de la "carne". En efecto, el alma de Péguy es mucho más sensible a la presencia de Dios en el mundo que a su trascendencia. Nunca, desde la Edad Media, poeta cristiano alguno había barajado con tanta familiaridad y grandeza la historia divina y la historia cotidiana y popular.

Pero la obra poética de Péguy floreció al margen de las luchas políticas e intelectuales de las cuales son documentos Situations (1906-07), Un nouveau théologien (1911), L´argent (1913), Clio (póstumo, 1917). En los momentos de tregua, se abandonaba Péguy a la tentación de algún comentario literario, como Victor-Marie, comte Hugo (1910), o de alta polémica intelectual, como Note sur M. Bergson et la philosophie bergsonienne (1914), en la que tomó la defensa de su maestro Bergson, amenazado por el índice católico, y en la Note conjointe sur M. Descartes et la philosophie cartésienne (1914).

Desconocido y hostilizado por los grandes escritores de su tiempo, excepto Barrès, que apoyó inútilmente su candidatura al gran premio de la Academia, Péguy se había convertido en el centro de un pequeño grupo de escritores que ejercieron una fuerte influencia sobre una parte de la juventud francesa, pero que mantuvieron con Péguy - carácter difícil- relaciones más o menos prolongadas: Romain Rolland, Andres Suarés Georges Sorel, Julien Benda, Jacques Maritain y otros.

Obsesionado por el pensamiento de una guerra inminente, soñaba Péguy con ser el cimentador de todas las tradiciones francesas; denunciaba el espíritu de capitulación encarnado, según pensaba él, por Jaurès, preparando con todas sus fuerzas la "generación del desquite". En realidad, tras el tono belicoso de su estilo, no es difícil percibir en las obras de sus últimos años una invencible melancolía, y la sensación de que el pueblo francés está acabado, corrompido por la administración, por la burguesía y por el dinero.

Por ello, Péguy se incorporó a su puesto de teniente de infantería en los primeros días de la guerra de 1914, con una especie de alivio y casi de alegría. Desde la fecha de su heroica muerte, la influencia de Péguy ha ido en aumento, su obra es celebrada y reivindicada hoy por todos los partidos, reconciliada también con los poderes oficiales de la Universidad y de la Iglesia.

Péguy es escritor difícil, con un estilo que se desenvuelve en una serie interminable de repeticiones, con cadencias de letanía; un gran río lleno de riquezas, pero que cansa al fin al lector poco atento. Defecto, sin embargo, que no depende de una insuficiente pericia del escritor, y en el que el bergsoniano Péguy veía la prueba de su intransigente lealtad a la realidad: si su estilo es rebuscado, corregido y completado sin tregua, ello se debe simplemente a que el escritor ha aceptado una sola regla, aquella, caprichosa, que le imponía el ritmo mismo de la vida

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