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Biografía de Secundino Zuazo

Madrid, 1887 - 1970

Arquitecto español. Estudió arquitectura en la Escuela de su ciudad natal. Tras terminar la carrera trabajó junto al arquitecto, también madrileño, Antonio Palacios, que le lleva a sustituir una arquitectura entendida desde el ornato por una mayor simplicidad y sinceridad en el proyecto; colabora en diversas obras, como: la casa del propio Palacios o el Banco de la Plata, convertido hoy en el Banco Central de Madrid, de principios de siglo. Más adelante, y motivado por problemas de tipo laboral, abandona dicha colaboración

Como arquitecto independiente destacan, entre su amplia producción, el desaparecido frontón de Recoletos -que realizó junto al ingeniero Torrojas- o el conjunto de los Nuevos Ministerios, ambos en Madrid. Son meritorios también sus proyectos urbanísticos: el Plan de Extensión de Madrid, ganador del concurso de 1929, que realiza junto al alemán Jansen; el Plan de Accesos y Extrarradios de Madrid, en el que participa junto a Indalecio Prieto, lo que le lleva tras la Guerra Civil a ser inhabilitado para el desempeño de cualquier cargo y exiliarse a Canarias; o el Plan Comarcal de 1934

De toda su actividad arquitectónica la más aplaudida quizá sea la casa de las Flores, en Madrid (1930-32), que junto a la realizada por el catalán Francesc Folguera, la casa de San Jorge (1929-31), se convierte en una de las obras más importantes realizadas por arquitectos españoles en lo que va de siglo. En este edificio rompe con su trayectoria anterior, caracterizada por un estilo algo más convencional, para mantener en sus obras posteriores una línea más renovadora, aunque sin alcanzar el nivel de la primera, como en las madrileñas Torres de Cea Bermúdez (1955)

Sorprende que, a pesar de practicar una arquitectura tan alejada de los ideales de la vanguardia, se convirtiera en verdadero guía de la arquitectura madrileña de los años 1920 y 1970, y en general en una de las figuras del panorama arquitectónico español más significativa del siglo XX, definido por los más jóvenes, tanto de 1925 como de 1950, como maestro de un período histórico

Es cierto que la actividad de Zuazo discurre por caminos alejados de los debates y polémicas, mantenidos por los CIAM o sus homólogos españoles del GATEPAC, sobre el problema de la modernidad; su interés y empeño se centran en el estudio de la historia propia -el alcance del clasicismo en la arquitectura española- que refleja en sus estudios sobre El Escorial. Es desde sus reflexiones sobre el Monasterio -joya del clasicismo español- cómo se deben entender las ideas y trayectoria de Zuazo

Zuazo se aproxima al estudio de la historia, y por lo tanto a El Escorial, desde supuestos prácticos, desde lo que el entiende por “lo real”. Aparece mucho más preocupado por aprender cómo se solucionan los problemas planteados, que por la apariencia estilística del conjunto. Desea aprehender soluciones a problemas del pasado para poder aplicarlos a problemas del presente. De esta manera el edificio es analizado desde la obra y no desde sus circunstancias. No le interesan las cuestiones de estilo, sino por el contrario las constructivas y dimensionales, y en general las soluciones especificas dadas a cada problema

Zuazo comprende que la referencia a la historia no debe estar ligada a imágenes confusas, distorsionadas por elementos pertenecientes a un repertorio pasado, y sí a los materiales, tradición y estudio de los individuos, arquitectos enfrentados a problemas concretos, capaces de marcar un hito en la historia. De esta forma devuelve el mérito olvidado de arquitectos españoles de la talla de Herrera o Villanueva, y el valor de obras como El Escorial, ejemplo vivo del clasicismo. Su particular estudio se centra no en un período o estilo, sino en un arquitecto excepcional o edificio importante, es decir, en el saber arquitectónico

Son tres conceptos los que se repiten en su producción y con los que intenta hacer frente al estudio de la arquitectura: la idea de “lo real”, como sinónimo de práctico; la búsqueda de “la verdad arquitectónica”, como obligada disciplina del arquitecto; y por último el de “lo clásico”, como la arquitectura a partir de la cual es posible razonar sobre el “cómo” del hecho arquitectónico

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( San Sebastián, 1898 - Madrid, 1983) Filósofo y teólogo español. Estudió en Lovaina, Madrid y Friburgo. Fue discípulo de Ortega y Gasset y, más tarde, de Heidegger.

Desempeñó la cátedra de Historia de la Filosofía en la Universidad de Madrid desde 1926 hasta 1935, y luego vivió, hasta 1939, en Roma y en París.

En 1942 enseñó en la Universidad de Barcelona, pero abandonó la cátedra dos años más tarde, para residir en Madrid, donde, hasta pocos años antes de su fallecimiento, expuso su pensamiento en cursos privados, interrumpidos esporádicamente por sus estancias en el extranjero, como cuando, en 1973, impartió un curso de Teología en la Universidad Gregoriana de Roma.

De amplios horizontes intelectuales, Zubiri no limitó sus estudios a la filosofía y la teología (patrística y escolástica), sino que se interesó también por las ciencias físico-matemáticas, la biología y la filología indoeuropea y semítica. Tan extensos conocimientos eran fruto de una necesidad y de una ambición: demostrar que la ciencia es insuficiente para dar razón de la realidad, para cuya finalidad sería necesaria la filosofía; y demostrar, además, la unidad orgánica, sistemática, de la realidad, puesto que, tras los estudios realizados en Lovaina, Zubiri había asumido lo que para Santo Tomás debía ser la finalidad de la filosofía: trazar en el alma la totalidad del orden del Universo y de sus causas, incluso aunque hubiera de recurrirse a otros métodos y presupuestos.

El pensamiento de Zubiri se desarrolla a partir del problema de Dios, entendido como fundamento y sentido último de la realidad, y analiza la existencia humana como un hallarse el hombre entre las cosas y un realizarse con ellas. Siguiendo a Ortega y Gasset, Zubiri subraya que vivir significa descubrir que se está ya viviendo, que uno no ha sido puesto dentro de la vida, sino que se encuentra en ella, religado, por tanto, al elemento constitutivo de su raíz o fundamento. "El hombre -afirma Zubiri- no "tiene" religión, sino que, quiérase o no, "consiste" en religación o religión."

El hombre puede prescindir de su raíz, pero entonces no es más que un tallo tronchado. En su religación, el hombre descubre "aquello" que religa, es decir, a Dios, a la "divinidad". Del mismo modo, cada cosa, cada realidad, es religada a una realidad más amplia, intrínseca, del mismo modo que su sentido depende del sentido del todo de que forma parte. Pero, para llegar a la aprehensión de este fundamento, que es Dios, se hace necesario conocer previamente la total consistencia del hombre, "animal de más realidad", cuyo pasado, o historia, es otro de sus elementos constitutivos.

Por eso la historia de la filosofía es filosofía: el pasado es un elemento del presente y éste, a su vez, representa una esencial apertura hacia el futuro, como un vector orientado hacia un destino libremente aceptado. No son muchas las obras en que Zubiri expuso su pensamiento, de una riqueza y una densidad extraordinarias, y que además, fueron publicadas esporádicamente, excepto en los últimos años.

La primera, Naturaleza, Historia, Dios (1944), contiene los ensayos escritos entre 1934 y 1942. El último de ellos, titulado Ser sobrenatural: Dios y la deificación en la teología paulina, es especialmente innovador, y muestra lo que podría ser una nueva teología cristiana a la luz del descubrimiento filosófico -en el siglo XX- de la realidad del hombre como persona, irreductible, libre, que construye su propia vida con las cosas, que organiza la realidad y que postula una vida duradera.

En 1962 el filósofo publicó Sobre la esencia y, en 1963, Cinco lecciones de filosofía. Tres años antes de su muerte, dio comienzo la publicación de otras obras importantes: Inteligencia sentiente (1980), Inteligencia y logos (1982) e Inteligencia y razón (1983). Póstumamente, apareció El hombre y Dios (1984).

La lectura de las obras completas de Zubiri Permite constatar la auténtica dimensión de su pensamiento, como un eslabón decisivo en la elaboración de una filosofía cristiana -y no escolástica- que forma parte de la historia de la filosofía, basándose en algunos principios susceptibles de explicar la intelección y la fe: mostrar la "unidad del hombre" y a "Dios como transcurso de la religación"

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