Narrador y ensayista mexicano cuya obra se sitúa en el llamado boom de la literatura hispanoamericana. Es uno de los escritores más importantes de todos los tiempos en el conjunto de la literatura de su país. Figura dominante en el panorama nacional del siglo XX, por su cuidadosa exploración de México y lo mexicano, a través de una obra extensa y que usa un lenguaje audaz y novedoso capaz de incorporar neologismos, crudezas coloquiales y palabras extranjeras, su propuesta se sumerge en el inconsciente personal y en el colectivo, y traslada con vigor a las letras mexicanas los mejores recursos de las vanguardias europeas.
Hijo de un diplomático de carrera, tuvo una infancia cosmopolita y estuvo inmerso en un ambiente de intensa actividad intelectual. Licenciado en leyes por la Universidad Nacional Autónoma de México, se doctoró en el Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza. Su vida estuvo marcada por constantes viajes y estancias en el extranjero, sin perder nunca la base y plataforma cultural mexicanas.
En la década de los sesenta participó en diversas publicaciones literarias. Junto con Emmanuel Carballo fundó la Revista Mexicana de Literatura, foro abierto de expresión para los jóvenes creadores. A los veintiséis años se dio a conocer como escritor con el volumen de cuentos Los días enmascarados, que fue bien recibido por la crítica y el público. Se advertía ya en ese texto el germen de sus preocupaciones: la exploración del pasado prehispánico y de los sutiles límites entre realidad y ficción, así como la descripción del ambiente ameno y relajado de una joven generación confrontada con un sistema de valores sociales y morales en decadencia.
Las promesas de originalidad y vigor que se vislumbraban en esa obra se cumplieron plenamente con La región más transparente (1958), un dinámico fresco sobre el México de la época que integra en un flujo de voces los pensamientos, anhelos y vicios de diversas capas sociales. En 1962 apareció La muerte de Artemio Cruz, una de las mayores novelas de las letras mexicanas. Sus páginas detienen por un instante, con una prosa compleja de identidades fragmentadas, el flujo de conciencia de un viejo militar de la Revolución de 1910 que se encuentra a punto de morir, e indagan en el sentido de la condición humana.
Esas obras iniciales cimentaron un ciclo denominado por el autor "La edad del tiempo", obra en constante progreso a la que se fueron sumando diversos volúmenes. Zona sagrada (1967) retrata la difícil relación entre una diva del cine nacional y su hijo. Terra Nostra (1975), novela muy extensa que muchos consideraron inabordable, llevaba al límite la exploración de los orígenes del ser nacional. Cristóbal Nonato (1987), inspirada en Tristram Shandy de L. Sterne, narraba el Apocalipsis nacional empleando la voz de un niño que se está gestando.
A esta selección se agrega la novela corta Aura (1962), historia mágica, fantasmal y extraña en la mejor tradición de la literatura fantástica. Su experimentalismo narrativo fue menguando en el curso de los años, como se hizo perceptible en Diana o la cazadora solitaria (1994), breve novela que recontaba su tormentosa relación con la actriz Jean Seberg. A pesar de ello agregó a su obra títulos interesantes como Constancia y otras novelas para vírgenes (1990), El naranjo o los círculos del tiempo (1993) y La frontera de cristal (1995), conjunto de historias centradas en la línea divisoria que separa a México de Estados Unidos.
Fuentes también ha publicado La campaña (1990), Los años con Laura Díaz (1999), Instinto de Inez (2001) y La silla del águila (2003). Ensayista, editorialista de prestigiosos periódicos y crítico literario, ha publicado también obras de teatro. Una inteligencia atenta al presente y sus inquietudes, el profundo conocimiento de la psicología del mexicano y una cultura de alcance universal hacen de su obra un punto de referencia indispensable para el entendimiento de su país. En 1994 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras
Familia aristocrática aragonesa que tenía su origen en el gran maestre de Rodas Juan Fernández de Heredia (1310-1396). Uno de sus descendientes, Juan Gil Fernández de Heredia, obtuvo de Los Reyes Católicos el título condal, que se mantuvo en la familia hasta el s. XVIII, en que pasó por enlace a los Pignatelli