Político italiano . Hijo de un diputado y senador, ingresó en el Partido Comunista Italiano en los últimos años del régimen fascista (1943), por influencia de su secretario general, Palmiro Togliatti. Enseguida accedió al Comité Central del Partido (1945) y a su Comisión Ejecutiva (1948). Su influencia en el PCI se acrecentó tras la muerte de Togliatti en 1964, hasta que, en 1972, fue elegido secretario general de la mayor organización comunista del mundo occidental.
La postergación de los comunistas italianos de las tareas de gobierno desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, así como el aislamiento político al que se veían sometidos en un país del bloque capitalista, le llevaron a promover una profunda renovación del Partido y de sus estrategias políticas; el golpe de Estado que acabó con el experimento de revolución democrática de Allende en Chile (1973) fue el detonante que le llevó a adoptar el «compromiso histórico»: convertir al PCI en una opción de gobierno responsable, mediante una política de acercamiento a la Democracia Cristiana, basada en la moderación del Partido y en la garantía de no alterar el marco democrático de convivencia (manteniendo incluso a Italia dentro de la OTAN).
Inspiró así el llamado eurocomunismo, consistente en un progresivo alejamiento de la tutela de la URSS en busca de un modelo de comunismo nacional, adaptado a las tradiciones y circunstancias de Europa occidental (renunciando a la dictadura del proletariado y asumiendo los valores de la democracia).
Desde esa posición desautorizó las tentativas desestabilizadoras contra la República Italiana procedentes tanto de la extrema izquierda (terrorismo de las Brigadas Rojas) como de la extrema derecha; condenó la intervención soviética en Checoslovaquia (1968), la invasión de Afganistán (1980) y el golpe de Estado de Jaruzelsky en Polonia (1981). Aunque la coalición de Gobierno con la Democracia Cristiana no llegó a cuajar, la reconversión de los comunistas les llevó a obtener mejores resultados electorales (34,4 por 100 de los votos en 1976) y a acrecentar su influencia moral sobre la opinión pública italiana
(La Côte-Saint-André, Francia, 1803-París, 1869) Compositor francés. El Romanticismo tiene en Hector Berlioz una de sus figuras paradigmáticas: su vida novelesca y apasionada y su ansia de independencia se reflejan en una música osada que no admite reglas ni convenciones y que destaca, sobre todo, por la importancia concedida al timbre orquestal y a la inspiración extramusical, literaria. No en balde, junto al húngaro Franz Liszt, Berlioz fue uno de los principales impulsores de la llamada música programática.
Hijo de un reputado médico de Grenoble, fue precisamente su padre quien le transmitió su amor a la música. Por su consejo, el joven Hector aprendió a tocar la flauta y la guitarra y a componer pequeñas piezas para diferentes conjuntos. Sin embargo, no era la música la carrera a la que le destinaba su progenitor; y así, en 1821 Berlioz se trasladó a París para seguir los estudios de medicina en la universidad. No los concluyó: fascinado por las óperas y los conciertos que podían escucharse en la capital gala, el futuro músico abandonó pronto la carrera médica para seguir la musical, en contra de la voluntad familiar. Gluck, primero, y Weber y Beethoven, después, se convirtieron en sus modelos musicales más admirados, mientras Shakespeare y Goethe lo eran en el campo literario.
Admitido en el Conservatorio en 1825, fue discípulo de Jean François Lesneur y Anton Reicha y consiguió, tras varias tentativas fracasadas, el prestigioso Premio de Roma que anualmente concedía esa institución. Ello fue en 1830, el año que vio nacer la obra que lo consagró como uno de los compositores más originales de su tiempo: la Sinfonía fantástica, subtitulada Episodios de la vida de un artista. Página de inspiración autobiográfica, fruto de su pasión no correspondida por la actriz británica Harriet Smithson, en ella se encuentran todos los rasgos del estilo de Berlioz, desde su magistral conocimiento de la orquesta a su predilección por los extremos –que en ocasiones deriva en el uso de determinados efectismos–, la superación de la forma sinfónica tradicional y la subordinación a una idea extramusical.
La orquesta, sobre todo, se convierte en la gran protagonista de la obra: una orquesta de una riqueza extrema, llena tanto de sorprendentes hallazgos tímbricos, como de combinaciones sonoras novedosas, que en posteriores trabajos el músico amplió y refinó más aún, y que hallaron en su Tratado de instrumentación y orquestación su más lograda plasmación teórica. Fue tal el éxito conseguido por la Sinfonía fantástica que inmediatamente se consideró a su autor a la misma altura que Beethoven, comparación exagerada pero que ilustra a la perfección la originalidad de la propuesta de Berlioz, en una época en que muchas de las innovaciones del músico de Bonn aún no habían sido asimiladas por público y crítica.
Tras el estreno de esta partitura, la carrera del músico francés se desarrolló con rapidez, aunque no por ello estuvo libre de dificultades. En 1833 consiguió la mano de Harriet Smithson, con lo cual se cumplía uno de los sueños del compositor, aunque la relación entre ambos distara luego de ser idílica. Otras sinfonías programáticas, Harold en Italia, basada en un texto de Lord Byron, Romeo y Julieta, y un monumental Réquiem incrementaron la fama de Berlioz durante la década de 1830, a pesar del fracaso de su ópera Benvenuto Cellini.
Un nuevo trabajo lírico, la ambiciosa epopeya Los troyanos, le iba a ocupar durante cuatro años, de 1856 a 1860, sin que llegara a verla nunca representada íntegra en el escenario. Los infructuosos esfuerzos por estrenarla, junto a la indiferencia y aun hostilidad con que era recibida cada una de sus nuevas obras en Francia, son algunas de las razones que explican que los últimos años de vida de Berlioz estuvieron marcados por el sentimiento de que había fracasado en su propio país