Escritor italiano que dio a la narrativa tradicional un giro satírico y grotesco. Utilizando como fondo la realidad siciliana, un modelo para él de la Italia fascista, forjó algunos personajes masculinos que encarnan diversas formas de lo ilusoriamente viril: el conversador de bar, los dormidores de siestas, el impotente. Pasó los primeros años de su vida en Catania, ciudad donde cursó sus estudios primarios y la carrera de Letras. Durante muchos años ejerció la docencia en institutos de Catania, y después en Roma. En 1945 abandonó la docencia para dedicarse por entero a la literatura
A pesar de que vivió muchos años en Roma, estuvo siempre estrechamente ligado a las gentes y a la sociedad de Catania. Su obra no puede entenderse si no se tiene en cuenta este fuerte vínculo. Forma parte de una familia de escritores cataneses que puede presumir de contar con figuras clásicas de primer orden como Verga y De Roberto, escritores que reencontraron el sentido y la esencia de su tierra desde la distancia, cuando vivían bajo otros cielos, entre gentes distintas.
Comenzó a escribir muy pronto y, fiel a la naturaleza de su entorno más inmediato, se inició con motivos y temas que no tardó en abandonar. El doble registro de la obra de Brancati no sirvió sólo para satisfacer una curiosidad y el gusto por la narración, sino que revelaba uno de los aspectos fundamentales de su visión crítica: Brancati era un escritor instintivo que supo regular y disciplinar su trabajo con severas normas críticas impuestas por una corriente, por una escuela literaria, que con el tiempo no hizo otra cosa sino reforzar su imaginación, su aspecto creativo.
En 1932, cuando contaba veinticinco años, vieron la luz sus primeras obras: un drama, Piave, y una novela, L´amico del vincitore. Dos años después publicó la Singolare avventura di viaggio, en 1939 In cerca di un sì, y en 1941, muy próximo ya al momento clave de su carrera, Gli anni perduti. Brancati, que había simpatizado con el fascismo en los primeros años, contribuyó a desmitificarlo y analizarlo en Gli anni perduti e Il vecchio con gli stivali (1944), un cuento que fue llevado al cine (Años difíciles), con su colaboración como guionista, por Luigi Zampa.
Brancati cambió de registro y se catapultó al éxito en 1942 con Don Juan en Sicilia (Don Giovanni in Sicilia). En los doce años siguientes cabe destacar I piaceri (1943), El viejo con botas (Il vecchio con gli stivali, 1945) y El guapo Antonio (Il bell´Antonio, 1949). La muerte lo alcanzó mientras redactaba Pablo el caliente (Paolo il caldo), que se publicó póstumamente en 1955, con prefacio de Moravia. También póstumamente en 1957 apareció el volumen que contiene toda su obra teatral.
Brancati ocupa un lugar preeminente en la literatura italiana del siglo XX. Fue uno de los pocos escritores de su generación (Landolfi, Vittorini, Moravia, Piovene) que alcanzaron un decoro y una compostura de orden clásico. La disciplina, las lecturas contrarias a la vertiente fácil de su naturaleza literaria siciliana (sin olvidar la que se puede considerar clave, la lectura continuada de la obra de Jules Renard) le llevaron a contener en unos pocos temas el producto de la imaginación y a buscar la verdad a través de la compleja y delicada red de la ironía e incluso, en algún caso, de la sátira.
El hombre siciliano (es decir, el varón frente a las mujeres), el clima político y la vida provinciana parecen los eternos motivos de su fantasía. Y quizás lo fueran, pero no se debe olvidar su función de filtro, su razón crítica. Tras unos primeros intentos, de más amplios horizontes y aparentemente más libres, Brancati comprendió que su camino era otro, que su verdadero mundo era el que le ofrecía Catania. Sólo tenía que leerlo desde otra perspectiva, interpretarlo desde lejos. Debía aceptarlo como símbolo, como ejemplo susceptible de ser ampliado.
Si se hubiera quedado atrapado en la mera descripción del acento y la pose de aquellas gentes, no hubiera sido más que un minúsculo e insignificante inventor de frágiles caricaturas. Pero su objetivo era bien distinto y su ambiciones mucho mayores. Brancati pretendía, sin salirse del reducido ámbito de la vida de provincias, penetrar el sentido del hombre, mostrar las escasas premisas de una ley eterna y universal, una ley que va más allá de la geografía. Creyó que a la ironía y a la sátira debía unir la melancolía e incluso la tristeza.
Este sentimiento sincero del autor es el contrapunto de la ironía. Sería un error crítico dejar de lado este equilibrio conseguido no sin esfuerzo. Brancati resolvió su problema intentando establecer un equilibrio cada vez más firme entre sus cualidades naturales y la inteligencia crítica, entre el impulso y la capacidad de meditación y corrección. Una parte de la crítica opina que el Brancati de los últimos años pecó de un exceso de seriedad, lo cual pudo ir en detrimento de su vertiente imaginativa, pero lo cierto es que para él hubiera sido más fácil inclinarse hacia una fantasía rica y barroca, y sin embargo, no lo hizo. Y ésta es la prueba fehaciente de su voluntad de construcción, de la necesidad que sentía de dar a sus invenciones un talante de verdad cotidiana, de su resuelta intención de huir de lo anecdótico para tocar definitivamente la imagen de la realidad
(Pestiani, Rumania, 1876-París, 1957) Escultor rumano. Estudió escultura en la Academia de Bucarest y perfeccionó sus conocimientos en Viena y Munich, antes de establecerse en París (1904), donde desarrolló la mayor parte de su carrera. Tuvo unos comienzos difíciles, durante los cuales pasó penurias y privaciones, pero tras la Primera Guerra Mundial se consagró como uno de los grandes escultores de la vanguardia artística.
Con la eliminación de todos los atributos accesorios, evolucionó progresivamente hacia una mayor esencialidad formal para crear formas puras y elementales. En sus obras, Brancusi buscaba una belleza pura y espiritual, expresada a través de sus figuras favoritas (el pájaro, el huevo, las cabezas femeninas) y resaltada mediante el pulido de los materiales (bronce, mármol y, ocasionalmente, madera). Realizó varios viajes a Estados Unidos, donde celebró con éxito exposiciones personales.
En 1937 regresó a Rumania para llevar a cabo algunos encargos, como la Columna sin fin, de casi 30 m de altura, para el parque público de Tirgu Jiu, cerca de su ciudad natal. Ese mismo año fue a la India para proyectar el Templo de la Meditación, por encargo del maharajá de Indore. Mademoiselle Pogany, El recién nacido y Pájaro en el espacio, tres de sus creaciones más apreciadas, constituyen otras tantas muestras de esa búsqueda de la forma pura que llevó a Brancusi hasta los límites de la abstracción, aunque sin abandonar por completo el figurativismo