Compositor español. Fue el menor de dieciocho hermanos; muy niño, perdió a sus padres y fue recogido por su cuñado, el violinista Julián Gil, que fue además su primer maestro. Dotado de excepcionales y precoces facultades, aprendió el violín y el piano, además del flautín, que tocaba ya a los siete años en una banda de su ciudad natal. Cantó como soprano en la capilla de los Padres Agustinos y aprovechó la estancia en Murcia del célebre armonista Indalecio Soriano Fuertes para estudiar composición. Más adelante aprendió el cornetín, el figle y el oboe.
En 1850, o sea cuando contaba quince años, se trasladó a Madrid, donde siguió recibiendo lecciones de Soriano Fuertes, y además de Eslava y Albéniz. Ingresó en el Conservatorio y obtuvo en 1856 el primer premio de composición. Se costeó sus estudios actuando como primer violín en el Teatro Real, de donde pasó a director de orquesta del Teatro Variedades y posteriormente del Lope de Vega, Circo y Español. En aquella época compuso un oficio de difuntos, otras piezas de música sacra y de danza, y adaptó para banda y orquesta piezas de ópera.
En 1853 ganó unas oposiciones para maestro de la Capilla de Santiago de Cuba; pero no pudo ocupar la plaza por no haber alcanzado la edad que se requería. Llevado de su afición al teatro, consiguió que Luis Eguilaz le diera el libreto de una zarzuela para ponerle música y que se titulaba La vergonzosa en palacio, que cantó el célebre Farinelli con éxito de critica y público. Casi al mismo tiempo estrenó Tres madres para una hija, libro de A. Alvera, obra que firmó con el seudónimo de Florentino Durillo. Siguieron La jardinera, La reina topacio, Un cocinero y El loco de la guardilla.
En 1864 marchó a Cuba como director de orquesta de una compañía de zarzuela. La estancia en Cuba de nuestro compositor se prolongó por espacio de siete años, dedicados casi por completo a la enseñanza y a organizar conciertos en los que sólo tomaban parte sus discípulos. Vuelto a Madrid en 1871, estrenó El primer día feliz, que renovó los triunfos alcanzados antes de su marcha. En 1884 pasó a Lisboa y de allí a Sudamérica para poner en escena sus zarzuelas, que también en aquellas latitudes alcanzaron los éxitos obtenidos en Madrid.
En 1891 fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Madrid. Pero el mucho trabajo que sobre él pesaba fue robándole el tiempo que necesitaba para redactar el reglamentario discurso de entrada y unas cataratas en los ojos le fueron nublando la vista, hasta el punto de que apenas si pudo escribir de su puño y letra la música de El dúo de la Africana. La viejecita, Gigantes y cabezudos y El señor Joaquín las tuvo que dictar, ya casi ciego, a su hijo Mario.
Una feliz intervención del doctor Mansilla le devolvió en gran parte la vista y finalmente pudo escribir primero, y pronunciar después, el discurso de entrada, que versó sobre Los cantos populares españoles considerados como elemento indispensable para la formación de nuestra nacionalidad musical. En 1903, el gobierno le concedió la Gran Cruz de Alfonso XII, cuyas insignias le regaló su ciudad natal por suscripción popular.
En 1904 celebró sus bodas de oro con la música con brillantes actos conmemorativos que tuvieron lugar en el Teatro de la Zarzuela. Los últimos títulos de su abundante producción de zarzuelas fueron María Luisa y La cacharrera. Músico de extraordinarios méritos, que había sabido conquistar la popularidad, al morir fue objeto de grandes honras fúnebres
(Miguel Cabanellas Ferrer; Cartagena, 1862 - Málaga, 1938) General español. Dio sus primeros pasos dentro del ejército en Cuba. En el año 1909 pasó a África, donde destacó en la campaña de ese mismo año y donde pudo demostrar sus grandes dotes de organizador en la creación de las primeras unidades de Regulares de Caballería, compuestas en su gran mayoría con soldados marroquíes, junto con el general Berenguer. Precisamente fueron estas nuevas unidades las que defendieron con éxito las plazas de Melilla y Larache. En el año 1921, sus fuerzas de regulares comenzaron la reconquista del territorio perdido en el Desastre de Annual.
Su brillante actuación le posibilitó su acceso a la política activa. De ideología liberal y republicana, se enfrentó con decisión a la política que venía practicando el general Primo de Rivera durante el período de la Dictadura. Se manifestó contrario a la formación de las llamadas Juntas de Defensa, lo que le acarreó que en el año 1926 fuera depuesto como gobernador militar de Menorca, pasando a la reserva.
A partir de entonces, Miguel Cabanellas se dedicó a alentar activamente cualquier trama conspiradora contra el gobierno autoritario y arbitrario de Primo de Rivera. Así pues, se unió al complot organizado en el año 1929 por Sánchez Guerra, que propició la caída definitiva del régimen militar, y por tanto de la propia monarquía ostentada por Alfonso XIII. Con el advenimiento de la II República, se le confiaron importantes puestos, dada su hoja de servicios y su filiación política favorable al republicanismo: fue nombrado capitán general de la II División de Andalucía (1931); más tarde comandante en jefe del ejército de Marruecos; y, finalmente, director general de la Guardia Civil (1932)
Fue diputado radical en las Cortes del segundo bienio republicano, con un gobierno mayoritariamente de derechas. Su acendrado republicanismo y su conocida filiación a la Masonería hizo que el gobierno del Frente Popular, presidido por Manuel Azaña, le nombrase Jefe de la V División Orgánica de Zaragoza (la República había suprimido anteriormente las capitanías generales). Sin embargo, y en contra de lo esperado por todos, Miguel Cabanellas optó por apoyar y sumarse al pronunciamiento militar del 19 de julio del año 1936. Cabanellas desoyó incluso los consejos del general Miguel Núñez de Prado, que se trasladó ex profeso desde Madrid para intentar convencerle de lo erróneo de su postura.
No obstante, el espectacular cambio de rumbo que dio Miguel Cabanellas no pudo borrar su pasado ni sus ideas. Cabanellas era un republicano convencido, de los llamados del “orden”, recto, decidido y con una mentalidad castrense muy arraigada; apoyó el alzamiento porque deseaba restaurar una República más acorde con sus ideas centralistas y de orden político. Un dato significativo fue el que cuando estalló la sublevación en Zaragoza, los insurrectos salieron a la calle entonando gritos de apoyo a la República. Tal hecho hizo que pronto Cabanellas gozase de una posición incómoda dentro del grupo de los generales sublevados.
Para apartarle del mando de tropas y teniendo en cuenta que era el general más antiguo de los rebeldes, se le nombró presidente de la Junta de Defensa Nacional, constituida en Burgos el 24 de julio del año 1936. El general Mola, como máximo responsable de los ejércitos sublevados en el Norte, se desembarazó de ese modo de Miguel Cabanellas, poniéndole en una presidencia meramente honorífica, sin peso específico en el desarrollo de las operaciones, a la par que controlaba directamente a Cabanellas por si acaso volvía a apoyar a la República
Miguel Cabanellas se resistió a ser mera comparsa. Se opuso desde su presidencia al encumbramiento del general Francisco Franco a la jefatura del Estado Nacional sublevado. Cabanellas tuvo bajo sus órdenes a Franco en las campañas africanas, por lo que le estimaba como soldado pero no como político, pues según él, una vez que Franco accediera al mando supremo de las fuerzas rebeldes, ejercería un control férreo y dictatorial, como realmente así sucedió.
Finalmente, entre los días 21 y 28 del mes de septiembre de 1936, se reunieron en el aeródromo de Salamanca los generales sublevados, los cuales acordaron nombrar a Franco como jefe del Estado Nacional. Miguel Cabanellas tuvo que firmar protocolariamente el decreto y entregarle el mando supremo en la zona nacional, el 1 de octubre del mismo año
Franco creó la Junta Técnica del Estado el mismo día que accedió al mando total de las fuerzas rebeldes. Su primera medida fue apartar a Cabanellas de cualquier cargo de responsabilidad, como represalia por su pasado masón y republicano, y sobre todo por haberle puesto obstáculos a su camino hacia el poder absoluto. Cabanellas fue designado inspector general del Ejército, cargo que en el fondo significaba su total ostracismo político y militar.
Siempre haciendo gala de una profesionalidad castrense exquisita, se dedicó a su nueva tarea con celo y disciplina. Le sorprendió la muerte en Málaga, el 15 de mayo del año 1938, cuando realizaba una de sus múltiples visitas a los acuartelamientos rebeldes. Nada más morir Cabanellas, el general Franco se apresuró a requisar todos sus papeles y documentos