Soprano estadounidense de origen griego. Convertida en un mito que sobrepasa con mucho el estrecho círculo de los amantes de la ópera, a ello han contribuido, sin duda, su portentosa voz, capaz de los matices y colores más insospechados, y su personal forma de abordar la interpretación de los personajes en escena. Verista, sensual y moderno, su estilo revolucionó los usos y costumbres de los grandes divos y divas de su época, mucho más estáticos en sus movimientos. También ayudaron a la gestación del mito, en buena medida, su desdichada vida privada y su prematura muerte.
María Callas
Hija de un emigrante griego, María Callas regresó con su familia a Atenas cuando contaba trece años. Poco después ingresó en el Conservatorio de la capital helena, donde tuvo como profesora de canto a Elvira de Hidalgo. Su formación fue lenta y nada había en ella que permitiera presagiar a la futura diva; miembro de la compañía de la Ópera de Atenas desde 1940 hasta 1945, tuvo oportunidad de familiarizarse con los grandes papeles de su cuerda y de ganar experiencia escénica. El estreno de la ópera de Manolis Kalomiris El contramaestre, uno de los pocos títulos del repertorio contemporáneo que abordó en su carrera, y los papeles titulares de Suor Angelica y Tosca de Puccini y de Leonora del Fidelio beethoveniano, fueron algunos de los títulos que interpretó en esta primera época.
Tras rechazar un contrato en el Metropolitan Opera House de Nueva York, marchó a Italia, donde debutó en la Arena de Verona en 1947 con La Gioconda de Ponchielli. El éxito que obtuvo en esas representaciones atrajo sobre ella la atención de otros prestigiosos teatros italianos. Su carrera estaba desde entonces lanzada: protegida por el eminente director de orquesta Tullio Serafin, cantó Turandot, de Puccini, Aida y La forza del destino, de Verdi, e incluso Tristán e Isolda, de Wagner, ésta en versión italiana.
Su personificación de la protagonista de la Norma de Bellini en Florencia, en 1948, acabó de consagrarla como la gran soprano de su generación y una de las mayores del siglo. La década de 1950 fue la de sus extraordinarios triunfos: en absoluta plenitud de sus medios vocales, protagonizó veladas inolvidables, muchas de ellas conservadas en documentos fonográficos de inestimable valor, en las que encarnó los grandes papeles del repertorio italiano belcantista y romántico para soprano.
Además, inició la recuperación de algunas obras olvidadas de autores como Cherubini (Medea, una de sus creaciones más impresionantes y cargadas de dramatismo), Gluck (Ifigenia en Tauride), Rossini (Armida) o Donizetti (Poliuto), práctica esta que sería imitada por otras insignes sopranos como Joan Sutherland o Montserrat Caballé. En esos años, el director de cine y teatro Lucchino Visconti firmó para ella algunos de sus montajes más importantes, como La Traviata que pudo verse en 1955 en la Scala de Milán o la Anna Bolena que en la misma escena se representó en 1957.
Su vida personal, sin embargo, distó mucho de ser afortunada: su primer matrimonio (1949) con el empresario G. B. Meneghini se rompió al cabo de diez años, y su posterior relación con el millonario griego Aristóteles Onassis tampoco le aportó la felicidad ni la estabilidad necesarias para proseguir su carrera.
Ésta perdió fuerza en la década de 1960, y en 1965 anunció que se retiraba de los escenarios a consecuencia de su frágil salud. No obstante, no abandonó el canto, y así, en 1974 realizó junto al tenor Giuseppe Di Stefano una gira de conciertos por Europa, Estados Unidos y Extremo Oriente. En estos años se dedicó también a la enseñanza musical en la Juilliard School. Su muerte repentina, a causa de un ataque cardíaco, dejó un hueco en el mundo de la lírica que ninguna otra soprano ha sido capaz de ocupar
(Cuenca, 1866 - Guayaquil, 1918) Periodista ecuatoriano. Muchos de sus artículos periodísticos los firmó con los seudónimos de "Ernesto Mora" y "Enrique de Rastignac". Un defecto en un ojo le valió el apodo de "El Tuerto Calle". Tras una niñez no exenta de privaciones y penalidades, y después de recibir la educación básica en su ciudad natal, comenzó a ejercer su profesión en los semanarios La Libertad y La Época.
En 1891 se trasladó a Guayaquil e ingresó a la redacción del Diario de Avisos, donde enseguida se lanzó a una violenta compaña contra el Progresismo. Confinado al interior de la República, se unió muy pronto a la revolución liberal guayaquileña, enrolándose en las filas del general Alfaro. En Quito fundó El Correo Nacional, La Semana Literaria, El Nuevo Régimen y La Revista de Quito. Colaboró en las mejores publicaciones de Quito y Guayaquil.
Inteligencia privilegiada, imparcial con todos, seguidor únicamente del dictamen de su conciencia, permaneció siempre fiel a una ideología muy avanzada. Sus columnas se caracterizaban por frases fustigantes, violentas, inconformes, rebeldes contra todo convencionalismo y contra todo respeto a las apariencias. Esto le valió la admiración hasta de sus enemigos, haciendo que fuera por igual respetado y temido. Fue uno de esos personajes que marcan una época, no sólo en el periodismo, sino también en sus reportajes históricos y costumbristas.
Además de los muchos artículos desparramados por variadas publicaciones periódicas, escribió Ojo por ojo, diente por diente, Un manojo de artículos, Historia de un Crimen, Cuestiones del día, Leyendas del tiempo heroico, Hombres de la revuelta, Leyendas históricas, Biografías y semblanzas, Charlas y ¡Tengo la palabra! Calle desempeñó algunos cargos públicos, como el de director general de Estadística, diputado y Ministro del Tribunal de Cuentas de Guayaquil. En 1909, al celebrarse el Centenario del Primer Grito de Independencia de América, fue galardonado con "La Pluma de Oro", que él, muy gentilmente, obsequió en 1915 a su amigo José Eliodoro Avilés