Director de cine francés. Antes de descubrir su talento cinematográfico se dedicó a la escultura y a la pintura, e incluso fue profesor de dibujo. Empezó su carrera cinematográfica como ayudante de dirección. Tras unas películas de corte político, como Mort en fraude (1957), se inspiró en paisajes y temáticas exóticas, como por ejemplo en Orfeo negro (1959), que obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Le siguieron títulos como Los bandeirantes (1960), El último edén (1962) y Otalia de Bahia (1976). Los últimos años los dedicó a trabajar para televisión.
(Santander, 1935) Director de cine español. Nada más terminada la Guerra Civil, inició sus estudios al tiempo que fue descubriendo el mundo del cine a partir de las sesiones que podía ver en los locales que se improvisaron entonces. La lectura fue otra de sus pasiones de niño. Estudió derecho en Madrid hasta que Basilio Martín Patino y la revista italiana Cinema Novo orientaron sus pasos hacia el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, la escuela de cine oficial de la época, en la que ingresó en 1956.
Durante su estancia vio mucho cine, escribió todo lo que pudo y, especialmente, colaboró con Carlos Saura en el guion de Los golfos. Fue una época en la que su trabajo le alejó del IIEC, en donde finalizaría su carrera en 1962 con una práctica que tituló El borracho, después de haber escrito, también, el guion de Young Sánchez
Su vocación de guionista no le impidió dar al paso hacia la dirección. Tras colaborar en varios cortometrajes, Ignacio Farrés Iquino le contrató para dirigir Los farsantes (1963), una historia centrada en el drama de la vivencia diaria de un grupo de cómicos por los caminos de España; su estreno que no tuvo la repercusión necesaria para que todo el mundo hablara de Camus como joven director del que cabía esperar muchas cosas.
Plasmó un nuevo tema realista al poder dirigir su propio guión, Young Sánchez (1963), sobre el mundo del boxeo, con unos resultados mucho más alentadores que le valieron una serie de premios. Esta trayectoria personal seguiría su proyección en películas como Con el viento solano (1965) o Los pájaros de Baden Baden (1975), en las que colaboró con Ignacio Aldecoa
Mientras iba orientando su línea artística, fue también definiendo los aspectos formales: una mirada singular a través de encuadres, planos y movimientos precisos que le convertirían en un director siempre eficaz y que muchos definieron como artesano. No obstante, le tocó afrontar, como a otros muchos, proyectos comerciales que no se acercaban especialmente a sus intereses, pero que le sirvieron para afianzar sus conocimientos y economía personal: son las películas interpretadas por Raphael (Cuando tú no estás, 1966; o Digan lo que digan, 1968), Sara Montiel (Esa mujer, 1969) y Ornella Muti (La joven casada, 1975)
Fueron años en los que trabajó con intensidad en televisión (TVE), medio para el que dirigió varios documentales de la serie “Conozca usted España”, “Históricos del balompié”, “Cuentos y leyendas”, “Si las piedras hablaran” y “Los camioneros”. De la televisión no se desvinculó con los años, y fue en este medio donde ofreció, también, una muestra de su buen hacer con la serie “Curro Jiménez”, que fue un hito de la programación de finales de los años setenta; “Fortunata y Jacinta”, una ajustada adaptación de la obra de Benito Pérez Galdós; “Los desastres de la guerra” y “La forja de un rebelde”
Su carrera dio un giro sorprendente (y sobre todo lo afianzó en el cine español) con tres películas que alcanzaron notoriedad por su fuerza expresiva, el rigor en el planteamiento de los temas (en general la postguerra española, vista desde diversos ángulos) y el trabajo general de puesta en escena, con un protagonismo indiscutible de unos actores que supieron engrandecer su oficio.
En este sentido se debe tomar Los días del pasado (1977), con Antonio Gades y Pepa Flores en el mundo de los maquis que resisten el acoso policial en sus últimos tiempos; pero también las versiones de las obras de Camilo José Cela La colmena (1982) y de Miguel Delibes Los santos inocentes (1984), de gran repercusión en España y en el extranjero, cosechando numerosos premios. El espectador, en los tres casos, asistió con inusitado interés a la historia de unos personajes que eran espejo de otros muchos desconocidos que tuvieron que vivir en propia carne aquellos años del primer franquismo
Superados estos años, Camus decidió, además de colaborar en guiones de coetáneos suyos, continuar con su línea personal que le llevó a La casa de Bernarda Alba (1986), en la versión del texto original que escribiera Federico García Lorca; La rusa (1987), una novela de Juan Luis Cebrián; Adosados (1996), sobre la novela de Félix Bayón; La ciudad de los prodigios (1999), sobre la novela de Eduardo Mendoza; y las historias diversas sobre realidades que se perciben en la sociedad española de la época: un pasado político que atenaza al personaje (Sombras en una batalla, 1993), los negocios ocultos (Amor propio, 1994) o la relación que se establece entre niños y adultos (El color de las nubes, 1997), entre otras
La sobriedad y contundencia con la que Camus abordó sus proyectos más notables se fue difuminando en una corrección que dejó de interesar a muchos espectadores; en especial, a aquellos que disfrutaron con lo bueno de sus primeras películas, y que supieron reconocer la capacidad y eficacia artesanal en el trabajo con los actores. Camus se ha movido en el difícil terreno del llamado cine de autor, lo que le ha permitido desarrollar una trayectoria artística sin interrupción a lo largo de los años
Entre sus colaboradores hay que destacar, especialmente, la de dos directores de fotografía que marcaron buena parte de su trabajo: Juan Julio Baena se encargó de las películas del segundo lustro de los sesenta; Hans Bürmann recogió el testigo en el cine de los setenta y ochenta. Después continuó apoyándose en maestros de la luz como Fernando Arribas y Jaume Peracaula, entre otros. Recibió el Premio Nacional de Cinematografía en 1985 y logró el premio en la Quincena de Realizadores en el festival de Cannes de 1993 por Sombras en una batalla