Poeta español que gozó, en su tiempo, de gran estima y popularidad. Su obra, no obstante, no superó la revisión de valores efectuada por las generaciones del modernismo y la del 98. En cambio, refleja fielmente las corrientes intelectuales de la época, tales como el positivismo o el tradicionalismo religioso.
Huérfano muy pronto de padre, fue educado por su madre durante su infancia, que pasó en su tierra natal. Estudió latinidad en Puerto de Vega, en la misma provincia, y de allí pasó a Santiago de Compostela, donde cursó Filosofía. A los dieciocho años, en una crisis de misticismo, decidió ingresar en la Compañía de Jesús, pero pronto cambió de idea y, trasladado a Madrid, estudió Lógica y Matemáticas en el convento de Santo Tomás.
Aficionado a la Medicina, se matriculó en el Colegio de San Carlos, pero no tardó mucho tiempo en revelarse en Campoamor su verdadera vocación de poeta; abandonó los estudios académicos, decidido a consagrarse a la Literatura. Se pasaba largas horas en la Biblioteca Nacional leyendo y estudiando las obras de los clásicos españoles y universales. Mientras tanto frecuentaba las tertulias literarias y se había dado a conocer con la publicación de algunas poesías que merecieron elogios.
Sus primeras obras fueron un tomo de Fábulas y otros dos titulados Ternezas y flores (1840) y Ayes del alma (1842). Eran versos fáciles y sentimentales que valieron a nuestro autor el dictado de "poeta de las damas". Muy joven aún, manifestó sus ideas políticas con la publicación de una serie de cuadernos que tituló Historia crítica de las Cortes reformadoras (1837). Pronto entró en la carrera burocrática; se adscribió al partido moderado de Romero Robledo y desde tal posición luchó contra los fundamentos del partido democrático de Castelar. A fines de 1847, el conde de San Luis le nombró jefe político de Castellón de la Plana, y más tarde fue gobernador civil de Alicante y de Valencia (1584).
Campoamor continuaba escribiendo: en 1853 vio la luz El drama universal, poema de cierta extensión al que siguieron otros dos títulos: Colón y El licenciado Torralba. Pero sus obras más importantes y sobre todo más características son las Doloras (1846), los Pequeños poemas (1872-74) y las Humoradas (1886-88). Campoamor se casó con Guillermina Gormande, que no le dio hijos, y en 1861 ingresó en la Academia; en su discurso de recepción desarrolló el tema La metafísica limpia, fija y da esplendor al lenguaje.
Su mujer había aportado una apreciable dote al matrimonio, con lo que Campoamor pasó a ser un pacífico y acomodado burgués, de carácter afable y grata conversación, de rostro simpático, ornado de blancas patillas que le daban el aspecto de banquero acaudalado; vivió una prolongada ancianidad, sólo perturbada por los ataques de gota, rodeado de la admiración de sus contemporáneos, que veían en él a un genio de la poesía y a un excelso filósofo; baste decir que fue comparado con Shakespeare, Dante, Calderón, Goethe...
Lo cierto es que la obra de Campoamor no resiste hoy un examen crítico. Su estilo es prosaico y su pretendida filosofía es de lo más ramplón y superficial. Era un hombre de talento, pero su concepto de la poesía, que expuso en su Poética, es esencialmente equivocado; los aciertos que pueda haber en su obra hacen excepción y pesan muy poco.
Su único mérito es el de haber sido un eco, en verso, de toda una sociedad y un tiempo, pero ese tiempo era, en cuanto a calidad poética, de lo más pobre que pueda darse en cualquier época y país. El gusto y las ideas que entonces predominaban en España sumieron a gran parte de la cultura hispana en la más lamentable inanidad. El fracaso de las guerras coloniales fue el revulsivo que produjo el movimiento intelectual y crítico de la generación del 98. Campoamor y lo que el poeta representaba quedaría superado por insignificante, insípido y anacrónico
Política española, pionera de la militancia feminista (Madrid, 1888 - Lausana, 1972). Procedente de una familia modesta, estudió la carrera de Derecho al mismo tiempo que trabajaba, y se licenció en la Universidad de Madrid en 1924. Al tiempo que ejercía su actividad como abogada, sus inquietudes políticas le llevaron a aproximarse a los socialistas y a fundar una Asociación Femenina Universitaria.
Con el advenimiento de la Segunda República (1931), obtuvo un escaño de diputada por Madrid en las listas del Partido Radical. Formó parte de la Comisión constitucional, destacando en la discusión que condujo a aprobar el artículo 36, que reconocía por vez primera el derecho de voto a las mujeres.
Los gobiernos de la República le confiaron otros cargos de responsabilidad, como la vicepresidencia de la Comisión de Trabajo, la dirección general de Beneficencia, la participación en la comisión que preparó la reforma del Código Civil o la presencia en la delegación española ante la Sociedad de Naciones. También fundó una organización llamada Unión Republicana Femenina.
No consiguió renovar su acta de diputada en las elecciones de 1933. Y abandonó España en 1938, ante la inminente victoria del alzamiento de los militares reaccionarios; el subsiguiente régimen de Franco no le permitió regresar al país, de manera que permaneció exiliada, primero en Argentina, y, desde 1955 hasta su muerte, en Suiza.
Fue una gran valedora de la igualdad de derechos de la mujer, en cuya defensa publicó numerosos escritos (como El derecho femenino en España de 1936, o La situación jurídica de la mujer española de 1938)