Rey de España, último de la Casa de Habsburgo . Hijo de Felipe IV y de Mariana de Austria, heredó el Trono al morir su padre en 1665, permaneciendo bajo la regencia de su madre hasta que alcanzó la mayoría de edad en 1675. Parece ser que los sucesivos matrimonios consanguíneos de la familia real produjeron tal degeneración que Carlos creció raquítico, enfermizo y de corta inteligencia, además de impotente, lo que acarreó un grave conflicto sucesorio, al morir sin descendencia y extinguirse así la rama española de la Casa.
Carlos recibió el Trono en una situación turbulenta, marcada por las luchas por el poder entre doña Mariana, Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV), Valenzuela y Nithard. Apoyándose en la nobleza, don Juan José marchó sobre Madrid y tomó el poder en 1677, pero murió tan sólo dos años después.
Como Carlos era incapaz de gobernar por sí mismo, siguió confiando el poder a validos como el duque de Medinaceli (1680-85), el Conde de Oropesa (1685-91 y 1695-99) y el cardenal Fernández de Portocarrero (1699-1700). Durante este tiempo se arreglaron dos matrimonios sucesivos para el rey, con María Luisa de Orléans (muerta en 1689) y con Mariana de Neoburgo; la desesperación de la corte por no lograr descendencia para continuar la dinastía, llevó a intentar incluso someter al rey a exorcismos, por si fuera cierto que estaba hechizado.
Al verse cada vez más claro que el rey moriría sin descendencia, las potencias europeas empezaron a tomar posiciones para aprovechar el vacío de poder que ello crearía: Austria defendía los derechos sucesorios del archiduque Carlos (el futuro emperador Carlos VI) para intentar recuperar la herencia de los Habsburgo y evitar cualquier tentación hegemónica de Francia.
Pero Luis XIV de Francia maniobró hábilmente para impedir la reedición del imperio de Carlos I y convertir a España en un territorio satélite; por la Paz de Ryswick, de 1697, hizo a España concesiones que, con el apoyo de influyentes personajes de la corte madrileña, moverían a Carlos a designar heredero a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV (dos testamentos anteriores en favor de José Fernando de Baviera quedaron sin efecto al morir aquél en 1699).
Tras la muerte de Carlos se produjo una larga Guerra de Sucesión (1701-14) que enfrentó a los partidarios del archiduque (apoyado por Austria, Inglaterra, Portugal, Holanda, Prusia, Saboya y Hannover) contra los de Felipe de Anjou que, apoyado por Francia, consiguió imponerse como rey de España bajo el nombre de Felipe V, instaurando en el Trono español una rama de la Casa de Borbón.
La debilidad del poder real durante la época de Carlos II y la incapacidad del propio monarca fueron a la vez causa y expresión de la decadencia de la Monarquía de los Austrias en España. Las guerras sostenidas contra Francia se saldaron con sucesivas derrotas: cesión del Franco Condado por la Paz de Nimega (1678), pérdida de Luxemburgo por la Tregua de Ratisbona (1684), invasión francesa de Cataluña (1691)…
La Paz de Utrecht (1713), que puso fin a la Guerra de Sucesión, puede considerarse como la culminación de esa decadencia, pues, a cambio de permitir la instauración de un Borbón en el Trono de España, austriacos e ingleses exigieron compensaciones territoriales a costa de España, que perdió sus posesiones en los Países Bajos e Italia (que pasaron a Austria), Gibraltar y Menorca (a Inglaterra)
Rey de Inglaterra (Londres, 1630-1685). Era hijo de Carlos I, destronado y ajusticiado tras su derrota en la guerra civil que le enfrentó al Parlamento (1649); dicha guerra llevó al príncipe al exilio en Francia. Intentó recuperar al menos el Trono de Escocia, en donde contaba con partidarios, pero fue derrotado por Cromwell en la batalla de Worcester (1651). Hubo de esperar a que muriera Cromwell (1658) para ser entronizado por el general Monk en 1660, quedando así restaurada en Inglaterra la Dinastía Estuardo.
En lo exterior, su reinado estuvo marcado por dos nuevas guerras contra Holanda (1665-67 y 1672-74), continuación de la primera de 1652-54. En lo interior, cabe destacar los desastres de la peste (1665) y el gran incendio de Londres (1666).
Pero, a la larga, lo más importante fue su enfrentamiento con el Parlamento, que demostró que el poder que éste había adquirido durante la guerra civil de 1642-46 no había desaparecido drásticamente con el regreso de los Estuardo. Carlos intentó restablecer el absolutismo monárquico frente al anterior predominio del Parlamento; no proclamó públicamente su fe católica para evitar nuevos conflictos, pero sí restableció la Iglesia anglicana frente a la hegemonía puritana de tiempos de Cromwell.
Sin embargo, el Parlamento impuso su fuerza: rechazó la proposición regia de tolerancia hacia los católicos, a los que excluyó en lo sucesivo de ocupar cargos públicos (1673); y arrancó del monarca la ley de Habeas Corpus, que garantizaba la libertad individual frente a detenciones arbitrarias.
Durante su reinado fue tomando forma la monarquía parlamentaria inglesa, apareciendo los dos grandes partidos que se disputarían el poder en lo sucesivo: los whigs (liberales) y los tories (conservadores). Le sucedió en el Trono su hermano, Jacobo II, a quien los whigs habían tratado en vano de excluir por su catolicismo