Emperador de Alemania y rey de las Dos Sicilias, perteneciente a la Dinastía Hohenstaufen . Era hijo de Enrique VI, el Cruel, y nieto de Federico I Barbarroja. Al morir su madre, Constanza de Sicilia (1198), heredó el Reino de las Dos Sicilias; desde entonces fue criado bajo la protección del papa Inocencio III, como un príncipe italiano apenas interesado por los asuntos alemanes.
No obstante, el papa apoyó con éxito su elección como emperador de Alemania en 1212. A cambio, Federico prometió al papa la realización de una nueva Cruzada para arrebatar a los musulmanes los Santos Lugares; tras posponerla indefinidamente (lo que le costó la excomunión papal en 1227), finalmente lanzó su Cruzada en 1228-29, pero en vez de combatir negoció el establecimiento de un condominio cristiano-musulmán sobre Jerusalén, Belén y Nazaret, a cambio de una indemnización. Indignado por esta acción, el papa apoyó la rebelión de las ciudades italianas contra el emperador, pero hubo de plegarse a la voluntad de éste y retirar la excomunión (1230).
Los veinte años siguientes los pasó en una sucesión de guerras contra sus enemigos: primero contra la rebelión de los príncipes alemanes encabezados por su propio hijo Enrique (1228-35); luego contra las ciudades lombardas, a las que derrotó en Cortenuova (1237); por fin contra las demandas de supremacía del nuevo papa Inocencio IV, que reunió un Concilio en Lyon para declararle depuesto (1245). Entre tantas amenazas, Federico encontró tiempo para dedicarse al cultivo y la protección de las artes, las ciencias y las letras, reuniendo en Palermo una brillante corte de influjo oriental
Rey de Prusia, de la Casa de Hohenzollern (Berlín, 1712 - Sans-Souci, Postdam, 1786). Era hijo de Federico Guillermo I, a quien sucedió en 1740. Durante su juventud se sintió inclinado hacia la literatura francesa y mantuvo correspondencia con algunos filósofos de la Ilustración; no obstante, su rechazo a la disciplina de la corte y a las tradiciones militares prusianas terminaron después de que fracasara en un intento de escapar a Inglaterra, de resultas del cual fue ejecutado un íntimo amigo del príncipe y él mismo fue condenado a prisión (1730-32). Poco antes de acceder al Trono defendió públicamente sus ideas ilustradas en su obra Anti-Maquiavelo (1739), en la que condenaba el realismo político inspirado por Maquiavelo en nombre de una mayor exigencia moral para los gobernantes.
Efectivamente, durante su largo reinado (1740-86) se convirtió en uno de los exponentes del «despotismo ilustrado», introduciendo desde su posición de monarca absoluto algunas reformas inspiradas en el pensamiento de las Luces. Impulsó la codificación del Derecho prusiano, reformándolo según el principio de que la ley debía servir para proteger a los más débiles: abolición de la tortura, independencia judicial, igualdad ante la Ley… Fomentó la colonización con inmigrantes de las zonas más despobladas y atrasadas del país. Practicó un proteccionismo aduanero sistemático en apoyo de la industria nacional. Y fue un gran protector de la ciencia y de la cultura, a las que impregnó de influencias francesas: refundó la Academia de Ciencias prusiana, apoyó materialmente a escritores y artistas y él mismo fue un ensayista bastante prolífico.
Sin embargo, no llevó su compasión por el género humano hasta el punto de abolir la servidumbre, por temor a debilitar a la nobleza prusiana, que constituía la casta dominante que hacía funcionar eficazmente la administración y el ejército que Federico había heredado de su padre. Mantuvo relaciones con filósofos como Voltaire
La brillante acción exterior de Federico II contribuyó a la expansión territorial de Prusia, permitiendo hacer de ésta, a pesar de sus limitados recursos, una gran potencia europea, capaz de disputarle la primacía a Austria dentro del Imperio Germánico. Nada más iniciar su reinado, aprovechó las dificultades de María Teresa para afirmarse en el Trono austriaco y se anexionó Silesia a costa de aquel país, desencadenando la Guerra de Sucesión de Austria (1740-48). La rivalidad austro-prusiana degeneró en un nuevo enfrentamiento en la Guerra de los Siete Años (1756-63), en la que Federico, aliado con Gran Bretaña, hizo frente con éxito a la poderosa coalición continental constituida por Austria, Rusia, Francia y Sajonia.
La mayor organización, movilidad y disciplina del ejército prusiano, le permitieron resistir contra enemigos muy superiores; pero habría perdido la guerra en 1762, con Berlín ocupado por los rusos y las arcas reales al borde de la bancarrota, de no ser por la llegada al Trono de un nuevo zar, Pedro III, cuya admiración por Federico le llevó a retirar a Rusia de la guerra (Paz de Hubertsburgo, 1763).
En lo sucesivo, Federico siguió una política exterior más prudente, limitada a la defensa del equilibrio europeo y del status de gran potencia recién alcanzado por Prusia. En 1772 participó con Austria y Rusia en el primer reparto de Polonia, a cambio de no obstaculizar las ambiciones territoriales de estos dos países sobre el debilitado Imperio Otomano; Prusia obtuvo así un vasto territorio que compactaba sus posesiones, uniendo la Prusia Oriental con Pomerania y Brandenburgo. En 1784 organizó una Liga de príncipes alemanes para salvaguardar el statu quo en los Países Bajos frente a las ambiciones expansionistas de Baviera. Federico II murió sin herederos, ya que su aversión a las mujeres convirtió en una ficción el matrimonio de conveniencia que le preparó su padre. Le sucedió su sobrino Federico Guillermo II