Rey de España (1621-1665). Hijo y sucesor de Felipe III. Al igual que su padre, cedió los asuntos de Estado a validos, entre los que destacó Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, quien realizó una enérgica política exterior que buscaba mantener la hegemonía española en Europa. Para ello puso en marcha todos los recursos de Castilla y solicitó la contribución de los demás reinos de la monarquía (Unión de Armas, 1624), a pesar de vulnerar así sus privilegios.
Finalizada la tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas (1621), se reanudó la guerra que, tras el sitio y rendición de Breda por Antonio de Spínola (1624-1625), se alargó sin éxitos contundentes de ningún bando. Paralelamente, los tercios españoles luchaban en Alemania en apoyo de los Habsburgo austríacos (guerra de los Treinta Años) y en Italia (guerra de Sucesión de Mantua, 1629-1631), donde se hizo evidente la rivalidad entre España y Francia. Por otro lado, la ascensión al trono inglés de Carlos I provocó la reanudación de hostilidades entre España e Inglaterra (ataque inglés a Cádiz, 1625).
La victoria española frente a los suecos en Nördlingen (1634) pareció anunciar un triunfo definitivo de los Habsburgo en Alemania, lo que motivó la inmediata intervención de Francia, que declaró la guerra a España (1635). El cardenal-infante don Fernando, hermano de Felipe IV, estuvo a las puertas de París (1636), pero se retiró por escasez de recursos. Francia tomó entonces la iniciativa y, en 1638-1639, los ejércitos franceses ocuparon el Rosellón, mientras que la escuadra holandesa del almirante Tromp derrotaba a la española en las Dunas (1639).
Olivares, en un agónico intento de ganar la guerra, obligó a Portugal y a los reinos de la Corona de Aragón a contribuir a los gastos de la contienda, sin respetar los privilegios de dichas provincias de la monarquía. Por este motivo, en 1640, el principado de Cataluña se rebeló contra Felipe IV, al igual que Portugal. El fracaso de las tropas que debían sofocar las rebeliones en 1643, motivó la caída de Olivares y su sustitución por Luis de Haro. Por el Tratado de Westfalia, España reconocía la independencia de las Provincias Unidas. Por la Paz de los Pirineos (1659) se cedía el Rosellón, parte de la Cerdaña y de los Países Bajos a Francia.
En el orden interno, a pesar de seguir una política reformista, la monarquía española de Felipe IV se vio envuelta en una recesión económica que afectó toda Europa, y que en España se notó más por la necesidad de mantener una costosa política exterior. Esto llevó a la subida de los impuestos, al secuestro de remesas de metales preciosos procedentes de las Indias, a la venta de juros y cargos públicos, a la manipulación monetaria, etc.; todo con tal de generar nuevos recursos que pudiesen paliar la crisis económica
Rey de Francia, perteneciente a la Dinastía Capeto (Fontainebleau, 1268 - 1314). Era hijo de Felipe III el Atrevido, a quien sucedió en 1285. Un año antes ya era rey de Navarra y duque de Champaña, por su matrimonio con Juana I de Navarra (1284). Fue un rey piadoso, aficionado a la caza y celoso de la grandeza de su linaje (hizo canonizar a su abuelo Luis IX); pero apenas se ocupó de los asuntos de gobierno, que dejó en manos de sus consejeros.
No obstante, esa política hizo evolucionar a la Monarquía en un sentido moderno, que fortaleció a la Corona, sobre todo en el aspecto financiero, con la institución de un tribunal de cuentas y la sustitución de las prestaciones militares personales de los vasallos por impuestos en dinero destinados a contratar mercenarios; la expulsión de los judíos en 1306 respondía también a móviles económicos.
Cuando Felipe quiso completar el saneamiento de la Hacienda Real imponiendo tributos a la Iglesia, se encontró con la oposición del papa Bonifacio VIII, con quien entró en conflicto a raíz del proceso que la justicia del rey emprendió contra un clérigo francés (1301). El papa respondió afirmando la supremacía pontificia contra el poder temporal de los reyes (bula Unam Sanctam). Felipe reunió un concilio nacional para juzgar al papa y éste fue hecho prisionero por el canciller francés Guillermo de Nogaret («atentado de Anagni», 1302).
La muerte de Bonifacio, poco después, permitió a Felipe hacer elegir a papas franceses ( Benedicto XI en 1303 y Clemente V en 1305), de quienes obtuvo todo cuanto pidió (por ejemplo, la supresión de la Orden del Temple en 1307). El dominio francés sobre la Iglesia quedó plasmado en el traslado de la sede pontificia de Roma a Aviñón (1309)
La política exterior de Felipe IV abrió una nueva etapa de la historia de Francia, marcada por el largo enfrentamiento con Inglaterra conocido como la Guerra de los Cien Años (1339-1453): desde el comienzo de su reinado liquidó el conflicto con Aragón por el Tratado de Anagni (1295) e hizo invadir el Ducado de Guyena, posesión continental del monarca inglés (1294-99). Este enfrentamiento anglo-francés se reavivó a propósito de las luchas civiles de Flandes, en las que Francia apoyó la rebelión del patriciado urbano contra el conde aliado de Inglaterra. Felipe hizo ocupar Flandes (1297), pero sus tropas fueron expulsadas por una sublevación de las ciudades, que culminó con la derrota francesa en la batalla de Courtrai o de «las espuelas de oro» (1302). Aunque nominalmente Flandes siguió siendo un feudo francés (Tratado de Athis, 1305), las posteriores campañas de Felipe el Hermoso (1312-14) no consiguieron su completa incorporación a la Corona.
Más eficaz fue la acción expansiva de la Monarquía hacia el este, con la aceptación de la soberanía francesa en el Franco Condado (1295-1301) y la incorporación a la Corona de Lyon (1312) y Champaña (1314). Felipe IV fracasó en su candidatura al Imperio en 1308. Al morir le sucedió su hijo Luis X, el Testarudo