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Biografía de Roberto Fernández Retamar

La Habana, 1930

Escritor cubano que pertenece a los llamados poetas de la Revolución y es uno de los mejores exponentes del coloquialismo hispanoamericano. Su papel protagónico dentro de la política cultural revolucionaria suele dejar en segundo plano su obra, que se inició tempranamente con los poemas de Del principio (1948-1949), que lo apartaban del hermetismo predominante hasta entonces en la lírica cubana, con una expresión clara e irónica que en algunos versos se acercaba a lo coloquial.

Ese tono se desarrolló más aún en Alabanzas, conversaciones (1951-1955) y en Vuelta a la antigua esperanza (1959) y culminó tras el triunfo revolucionario en Con las mismas manos (1962), Historia antigua (1965), Buena suerte viviendo (1966) y Que veremos arder (1970). Sin embargo, para un sector de la crítica, lo mejor de la poesía de Retamar se encuentra en sus textos más íntimos y menos programáticos, como los que integran A quien pueda interesar (1970).

Además de poeta, Retamar es conocido también como polémico ensayista y defensor de la ortodoxia castrista, de lo que es buena muestra su libro Calibán, de 1971, donde ataca la posición antirrevolucionaria de algunos autores contemporáneos como C. Fuentes. Su tarea al frente de la Casa de las Américas corrobora ese aspecto

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(Madrid, 1926 - 1988) Escritor, director de cine y guionista español. Representante de la novela social de mediados del siglo XX, practicó también la ficción histórica. Cursó estudios en la Facultad de Letras de Madrid, que abandonó para seguir sus intereses teatrales (fue director y actor del Teatro Experimental Universitario) y literarios (frecuentó el grupo del Café de Gijón, es decir, el de los jóvenes escritores que en los años cincuenta intentaban introducir la problemática social en la narrativa española).


Jesús Fernández Santos (1979)

Sin embargo, las experiencias teatrales se vieron reemplazadas muy pronto por las del cine; Fernández Santos fue el guionista y director de una nutrida serie de documentales sobre la cultura artística y literaria española y, al mismo, tiempo crítico cinematográfico. Su iniciación literaria -publicó tres cuentos en la Revista española (1953-1955)- acabó confirmándose como una auténtica vocación gracias a la segura construcción narrativa de la novela Los bravos (1954); esta obra, articulada en torno a la participación coral de un pueblo, es emblemática de una visión realista y crítica del ambiente rural español.

Siguieron dos novelas igualmente vinculadas a esta investigación social, En la hoguera (1957), que explicaba las amargas vicisitudes de dos jóvenes de la ciudad que se refugian en el ambiente rural, y Laberintos (1964), una crítica de las relaciones precarias y egoístas en un grupo de artistas de la pequeña burguesía urbana. También remite a la tendencia realista de las tres novelas el libro de relatos Cabeza rapada (1958), por su contenido y por la correspondencia entre las estructuras sociales consideradas y las estructuras lingüísticas. En los años siguientes, los de la difusión de los narradores latinoamericanos, la narrativa de Fernández Santos se centró en un interés específico por el individuo y, sobre todo, por una búsqueda consciente de técnicas narrativas y de posibilidades expresivas.

Ambas novedades estaban ya presentes en la novela El hombre de los santos (1969), articulada en torno a la introspección de un protagonista atormentado por su vida interior, pero no separado del mundo exterior, y se hacen más perentorias en las cuatro obras siguientes: dos libros de cuentos, Las catedrales (1970) y Paraíso encerrado (1973), en los que debe subrayarse la unidad estructural y de composición, en el primero con la referencia espacial a cuatro catedrales, y en el segundo con la referencia espacial al parque del Buen Retiro, y dos novelas, Libro de las memorias de las cosas (1971), galardonada con el Premio Nadal 1970), y cuyo tema, las historias de una comunidad confesional "heterodoxa", y cuya motivación temática es la crisis del sentimiento religioso, representan una nueva preocupación humana de Fernández Santos; y La que no tiene nombre (1977), que juega en torno a un contrapunto de voces narradoras y contenidos narrados, punto culminante de una experimentación consciente, atenta a no ceder a veleidades vanguardistas.

La novela Extramuros, de 1979, Premio Nacional de Literatura, inauguraba con fortuna la trayectoria cultural de la narración histórica, de la que participan también las novelas Cabrera (1981), Jaque a la dama (1982), Los jinetes del alba, de 1984, y El Griego (1985). Estas obras reconstruyen un momento de la historia española, incluso a nivel expresivo (en particular Extramuros y Cabrera), y en cada circunstancia histórica recuperada se mueven personajes imaginarios (incluso El Greco lo es), y vividos a través de sus estados de ánimo, a fin de alcanzar un realismo intimista que se puede señalar como una constante de la narrativa de Fernández Santos.

La vena del intimismo atraviesa también el cuarto libro de relatos A orillas de una vieja dama (1979) y las dos narraciones breves inéditas que integran la antología Las puertas del Edén (1981). Los textos periodísticos, las notas de viaje y de crónica aparecen reunidos en Europa y algo más (1977) y Palabras en libertad (1982)

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