Poeta colombiano, el más popular de los de su tiempo, romántico y becqueriano tardío. De naturaleza enfermiza y de temperamento bohemio y aventurero, pasó algún tiempo en Caracas, fue declarado "ciudadano de honor" en México y estuvo en Madrid como agregado a la Legación de Colombia en España. Su alejamiento de lo nuevo le llevó a ignorar casi el legado de J. Asunción Silva, en contraste con el éxito de su producción. Su nombre aparecía ya en la antología La lira nueva (1886), años antes de que publicara su primer libro, Horas. En su obra se cruzan el fervor religioso, la blasfemia y la entonación pagana; triste y sentimental, su dolor es sincero y con él llega a lo hondo del pueblo y de las cosas. Páginas suyas fueron incluso musicalizadas, como La araña y Flores negras, que alcanzaron gran repercusión pública, ya que gustaba a eruditos y analfabetos. G. Valencia le dedicó Los crucificados, donde Flórez, pesimista y enlutado, recuerda las ocho guerras civiles que asolaron a Colombia de 1867 a 1900. Frecuentó la Gruta Simbólica, cenáculo bohemio de artistas múltiples y fue diplomático en Madrid. Publicó nueve títulos, dos de ellos en España: Fronda lírica (Madrid, 1908) y Gotas de ajenjo (Barcelona, 1909). Fue coronado, poco antes de morir, en su retiro de Usiacurí
(José Moñino y Redondo) Político español (Murcia, 1727 - Sevilla, 1808). Sus contactos como abogado con personajes influyentes, como el Duque de Alba o Diego de Rojas, le facilitaron la entrada en el Consejo de Castilla como fiscal de lo criminal en 1766; allí establecería una estrecha relación con Campomanes -también fiscal-, consagrándose ambos en la defensa de las prerrogativas de la Corona frente a otros poderes y, en particular contra la Iglesia (regalismo). En aquel mismo año actuó contundentemente contra los instigadores del motín de Esquilache en Cuenca y apoyó la consiguiente expulsión de los jesuitas de España en 1767.
Nombrado embajador en Roma en 1772, le correspondió canalizar las tensas relaciones de Carlos III con el Papado, consiguiendo la supresión de la Compañía de Jesús (1773). El agradecimiento del rey por aquella gestión le valió el título de conde. Fue entonces cuando accedió a la Secretaría de Estado (especie de Ministerio de Asuntos Exteriores), que ocuparía por 15 años (1777-92); posteriormente se ocuparía también de la cartera de Gracia y Justicia (1782-90).
Pronto se vio enfrentado al «partido aragonés» que encabezaba el Conde de Aranda, pues Floridablanca pretendía reequilibrar las instituciones de la Monarquía dando más peso al estilo de gobierno ejecutivo de las Secretarías de Estado y del Despacho, mientras que Aranda defendía el estilo judicialista tradicional que representaban los Consejos. En esa línea creó en 1787 la Junta Suprema de Estado (presidida por él mismo), que respondía a la idea de coordinar las distintas secretarías en una especie de Consejo de Ministros
Floridablanca orientó la política exterior de Carlos III hacia un fortalecimiento de la posición española frente a Inglaterra, motivo por el que decidió la intervención en apoyo de los revolucionarios norteamericanos en la Guerra de la Independencia de Estados Unidos (1779-83); consiguió éxitos como la recuperación de Menorca (1782) y de Florida (1783), pero también un sonado fracaso en los intentos de recuperar Gibraltar. Potenció la amistad con los príncipes italianos de la Casa de Borbón y con Portugal (esta última alianza proporcionó a España las islas africanas de Annobón y Fernando Poo en 1778).
La muerte del rey y el acceso al Trono de Carlos IV no afectaron a la posición de Floridablanca, quien presidió la reacción conservadora del gobierno español frente a los temores despertados por la Revolución francesa (1789). Tras años de intrigas, en 1792 sus adversarios consiguieron que fuera destituido y encerrado en la ciudadela de Pamplona, bajo acusaciones de corrupción y abuso de autoridad. Juzgado y absuelto poco después, se retiró de la vida pública hasta que, con motivo de la invasión francesa de la Península (1808), fue llamado a presidir la Junta Suprema Central que había de organizar la resistencia, cargo en el que murió