Actor de cine estadounidense, uno de los rostros más carismáticos de Hollywood en los años 80 y 90. Extraordinariamente popular gracias a sagas como La guerra de las galaxias o Indiana Jones, es además un actor de profunda técnica y amplísimos registros
Harrison Ford realizó sus primeras actuaciones mientras estudiaba en el College, en Wisconsin; tras un breve paso por el teatro, se trasladó a Hollywood, donde fue contratado primero por la compañía cinematográfica Columbia y luego por la Universal. Interpretó papeles secundarios, sobre todo como cowboy, en varias películas de finales de los años 60 y en series de televisión. Su decepción ante el sesgo que tomaba su carrera lo hizo alejarse de Hollywood, y durante un tiempo se ganó la vida como carpintero.
Por aquellos años trabajó en series televisivas como El virginiano o Ironside, pero su primera aparición en el cine fue en Ladrón y amante (1966), de Bernard Girard. A éste siguieron otros pequeños papeles, entre ellos el de la película American Graffiti (1973), con el que sentó las bases de su futura fama al trabajar junto a George Lucas, que años más tarde le dio su gran oportunidad.
En efecto, Lucas le ofreció uno de los papeles protagonistas de La guerra de las galaxias (1977), uno de esos filmes que por diversas circunstancias marcaron a toda una generación. En ella interpretaba a Han Solo, el piloto del "Halcón milenario", una nave interplanetaria que se enfrentaba a los malvados defensores del imperio. Ford no desaprovechó aquella oportunidad; participó en las dos secuelas de la producción (El Imperio contraataca y El retorno del Jedi) y, a partir de ese momento, comenzó su progresiva ascensión hasta llegar a lo más alto
Harrison Ford en La guerra de las galaxias (1977)
y En busca del arca perdida (1981)
Francis Ford Coppola, con el que ya había trabajado en La conversación (1974), le dio un papel (aunque no protagonista) en una de las películas más discutidas de la segunda mitad del siglo XX: Apocalyse Now (1979). No obstante, y aun teniendo en cuenta su protagonismo en la trilogía de Lucas sobre las luchas en la galaxia, su verdadero espaldarazo le vino de la mano de Steven Spielberg, quien le ofreció el papel del profesor y arqueólogo Indiana Jones en otra serie que se ha hecho inolvidable y que comenzó con En busca del arca perdida (1981).
El aventurero profesor, con su sombrero y su látigo, inspirado en personajes del cine clásico, le llevó a la popularidad más absoluta y, al margen de la simpatía con que el profesor fue recibido por la opinión pública, Ford demostraba además ser un excelente actor, con capacidad para interpretar a personajes muy diversos
Tal vez por todo ello, Ridley Scott le dio otro papel memorable en Blade runner (1982), donde fue Deckar, una especie de policía en un mundo futuro que el director inglés supo recrear con mano maestra. La película también estaba destinada a convertirse en un título de referencia en el cine moderno. Su creación, en Único testigo (1984), de un policía de ciudad perdido en una comunidad rural amish le valió la candidatura al Oscar.
En la extraordinaria Blade runner (1982)
Asimismo, son populares sus apariciones en el papel de un analista de la CIA, el agente Ryan, personaje que empezó interpretando Alec Baldwin (A la caza del Octubre Rojo) y que luego pasó a Ford, que parece haber iniciado con él una nueva saga (Juego de patriotas, 1992; o Peligro inminente, 1994; ambas de Philip Noyce). Ambos trabajos han conseguido el favor del público y el éxito en taquilla
A lo largo de su carrera, Ford se ha esforzado por intervenir en obras que demuestren que es un actor versátil. Sus apariciones en Armas de mujer (1988) o en la comedia dramática A propósito de Henry (1991), ambas de Mike Nichols, tuvieron menos éxito, pues presentaban un tipo de protagonista al que el público parece menos acostumbrado. Otra comedia titulada Seis días y siete noches (1998), de Ivan Reitman, esta vez junto a Anne Heche, tuvo algo más de acogida, ya que al tono humorístico de la cinta se unió un tema de acción, inspirado lejanamente en la película de John Huston La reina de Africa.
Harrison Ford es un actor con indudable carisma. Aunque no ha sido galardonado con premios importantes, su carrera, desde hace años, es la de una estrella. Posee facilidad para conectar con los espectadores y su físico tiene un especial magnetismo en pantalla. Por su parte, los críticos están de acuerdo en reconocerle categoría como profesional. Se le considera un actor de calidad, que además conecta con una antigua tradición del cine de décadas anteriores. Se le han buscado semejanzas a la hora de afrontar determinados papeles; así, por ejemplo, con Humphrey Bogart en aquellos papeles de hombre desencantado y algo cínico, pero en el fondo muy romántico.
Por otro lado, se le reconoce una especial discreción a la hora de hacer declaraciones y de comportarse fuera de la pantalla. Se rumoreó que mantuvo un enfrentamiento con Brad Pitt en el rodaje de La sombra del diablo (1996), pero Ford lo ha negado siempre. La palabra escándalo es algo que le molesta y perturba profundamente. En su vida privada conserva la misma costumbre y gusta de pasar el mayor tiempo posible con su familia en un rancho que posee en el campo.
Más de un reportaje subraya que se trata de un hombre inteligente y en especial fascinante por su forma de ser y comportarse. En 2001 se separó de su esposa Melissa Mathison para iniciar una relación sentimental con Calista Flockhart, popular actriz televisiva. El 30 de mayo de 2003 recibió la estrella bautizada con su nombre en el popular paseo de la fama de Hollywood
Empresario norteamericano (Dearborn, Michigan, 1863-1947). Tras haber recibido sólo una educación elemental, se formó como técnico maquinista en la industria de Detroit. Tan pronto como los alemanes Daimler y Benz empezaron a lanzar al mercado los primeros automóviles (hacia 1885), Ford se interesó por el invento y empezó a construir sus propios prototipos. Sin embargo, sus primeros intentos fracasaron
Henry Ford
No alcanzó el éxito hasta su tercer proyecto empresarial, lanzado en 1903: la Ford Motor Company. Consistía en fabricar automóviles sencillos y baratos destinados al consumo masivo de la familia media americana; hasta entonces el automóvil había sido un objeto de fabricación artesanal y de coste prohibitivo, destinado a un público muy limitado. Con su modelo T, Ford puso el automóvil al alcance de las clases medias, introduciéndolo en la era del consumo en masa; con ello contribuyó a alterar drásticamente los hábitos de vida y de trabajo y la fisonomía de las ciudades, haciendo aparecer la «civilización del automóvil» del siglo XX
La clave del éxito de Ford residía en su procedimiento para reducir los costes de fabricación: la producción en serie, conocida también como fordismo. Dicho método, inspirado en el modo de trabajo de los mataderos de Detroit, consistía en instalar una cadena de montaje a base de correas de transmisión y guías de deslizamiento que iban desplazando automáticamente el chasis del automóvil hasta los puestos en donde sucesivos grupos de operarios realizaban en él las tareas encomendadas, hasta que el coche estuviera completamente terminado. El sistema de piezas intercambiables, ensayado desde mucho antes en fábricas americanas de armas y relojes, abarataba la producción y las reparaciones por la vía de la estandarización del producto
Ford y su motor V8
La fabricación en cadena, con la que Ford revolucionó la industria automovilística, era una apuesta arriesgada, pues sólo resultaría viable si hallaba una demanda capaz de absorber su masiva producción; las dimensiones del mercado norteamericano ofrecían un marco propicio, pero además Ford evaluó correctamente la capacidad adquisitiva del hombre medio americano a las puertas de la sociedad de consumo.
Siempre que existiera esa demanda, la fabricación en cadena permitía ahorrar pérdidas de tiempo de trabajo, al no tener que desplazarse los obreros de un lugar a otro de la fábrica, llevando hasta el extremo las recomendaciones de la «organización científica del trabajo» de F. W. Taylor. Cada operación quedaba compartimentada en una sucesión de tareas mecánicas y repetitivas, con lo que dejaban de tener valor las cualificaciones técnicas o artesanales de los obreros, y la industria naciente podía aprovechar mejor la mano de obra sin cualificación de los inmigrantes que arribaban masivamente a Estados Unidos cada año.
Los costes de adiestramiento de la mano de obra se redujeron, al tiempo que la descualificación de la mano de obra eliminaba la incómoda actividad reivindicativa de los sindicatos de oficio (basados en la cualificación profesional de sus miembros), que eran las únicas organizaciones sindicales que tenían fuerza en aquella época en Estados Unidos.
Con el famoso Ford T
Al mismo tiempo, la dirección de la empresa adquiría un control estricto sobre el ritmo de trabajo de los obreros, regulado por la velocidad que se imprimía a la cadena de montaje. La reducción de los costes permitió, en cambio, a Ford elevar los salarios que ofrecía a sus trabajadores muy por encima de lo que era normal en la industria norteamericana de la época: con su famoso salario de cinco dólares diarios se aseguró una plantilla satisfecha y nada conflictiva, a la que podía imponer normas de conducta estrictas dentro y fuera de la fábrica, vigilando su vida privada a través de un «departamento de sociología». Los trabajadores de la Ford entraron, gracias a los altos salarios que recibían, en el umbral de las clases medias, convirtiéndose en consumidores potenciales de productos como los automóviles que Ford vendía; toda una transformación social se iba a operar en Estados Unidos con la adopción de estos métodos empresariales
El éxito de ventas del Ford T, del cual llegaron a venderse unos 15 millones de unidades, convirtió a su fabricante en uno de los hombres más ricos del mundo, e hizo de la Ford una de las mayores compañías industriales, hasta nuestros días. Fiel a sus ideas sobre la competencia y el libre mercado, no intentó monopolizar sus hallazgos en materia de organización empresarial, sino que intentó darles la máxima difusión; en consecuencia, no tardaron en surgirle competidores dentro de la industria automovilística, y pronto la fabricación en cadena se extendió a otros sectores y países, abriendo una nueva era en la historia industrial.
Henry Ford, por el contrario, reorientó sus esfuerzos hacia otras causas en las que tuvo menos éxito: fracasó primero en sus esfuerzos pacifistas contra la Primera Guerra Mundial (1914-18); y se desacreditó luego organizando campañas menos loables, como la propaganda antisemita que difundió en los años veinte o la lucha contra los sindicatos en los años treinta