Director de cine español. Como crítico cinematográfico, fundó y perteneció al Grupo de Escritores Independientes de 1933. Durante la Guerra Civil Española dirigió documentales para la República; sin embargo, al acabar la guerra rodó algunos cortometrajes con el bando vencedor. Rodó su primera película en 1941: El hombre que se quiso matar.
El primer éxito llegó con la espléndida Huella de luz (1943), al que siguió El clavo (1944). En los años 50, con la colaboración de Vicente Escrivá como guionista, comenzó la etapa de cine religioso, con películas que siguen siendo éxitos: La Señora de Fátima (1952), La guerra de Dios (1953), El beso de Judas (1953) y Un traje blanco (1956) con las que cosechó varios premios en los festivales de Venecia y San Sebastián.
En 1957, dejó de colaborar con Escrivá y volvió a realizar películas del estilo de su primera etapa: comedias sencillas, algo teatrales. Es uno de los directores afines al franquismo, el que más premios nacionales consiguió en el período 1939-1975, durante la dictadura. Las películas de después de 1975 son descaradamente oportunistas. Entre sus películas pueden citarse Eloisa está debajo de un almendro (1943), Don Quijote de la Mancha (1947), La calle sin sol (1948), Murió hace 15 años (1954), Camarote de lujo (1957), La casa de la Troya (1959), Currito de la Cruz (1965), Sangre en el ruedo (1968), La duda (1972), Los novios de la muerte (1974), ...Y al tercer año resucitó (1979) o Las autonosuyas (1983)
(Alcoy, 1906 - Valencia, 1994) Escritor y ensayista español. Poeta minoritario y de expresión depurada, su obra es una suma de intelectualismo clasicista y paganismo mediterráneo. Se dio a conocer a los veintiún años con dos libros en prosa, La fascinación de lo irreal y Vibración de estío, ambos publicados en 1927. Estos textos primerizos, situados en la estela del modernismo, revelan su admiración por R. del Valle-Inclán y G. Miró, a quienes consideraba sus maestros.
A partir de aquí evolucionó hacia una estética vanguardista, como lo demuestran las nuevas prosas de Cómo pudieron ser (1929), sobre algunos de los más célebres retratos del Museo del Prado, y Crónicas para servir al estudio de nuestro tiempo (1932), de expresión atrevida, fresca e imaginativa. Sin embargo, el volumen de versos que inaugura su trayectoria poética, Misteriosa presencia (1936), está compuesto por 36 sonetos gongorinos de contenido erótico escritos según un canon absolutamente clasicista.
Al mismo tiempo apareció Candente horror (1936), en el que el autor exploraba otros cauces formales, en este caso surrealistas, para abordar temas inspirados por una actitud política comprometida con el antifascismo. En estos años conoció a L. Cernuda y F. García Lorca y colaboró en la fundación de la revista Hora de España, que entre 1936 y 1938 fue el órgano de los escritores republicanos.
Resultado de su toma de conciencia social fue el volumen de poemas Son nombres ignorados (1938), donde la contemplación de la naturaleza contrasta con la experiencia de la guerra y da lugar a un testimonio lúcido y dramático del conflicto. Exiliado en México, participó en diversas empresas editoriales de los emigrados y publicó Las ilusiones (1945), que supone una vuelta al clasicismo. Este libro, escrito en endecasílabos, posee una tonalidad elegíaca que entronca con el espíritu y la forma de los himnos grecolatinos: el poeta desengañado busca renovarse a través de la evocación de la Antigüedad, sus cultos y sus mitos paganos.
De regreso a España (1947), Gil-Albert se dispuso a proseguir su labor literaria en soledad cultivando un culteranismo intimista en el que conviven en fértil reunión los elementos líricos, estéticos y moralizantes. A este período corresponden los sonetos de Concertar es amor (1951), que recorren el universo interior con alusiones a la familia, el amor y la religión, sin que falten las referencias simplemente anecdóticas. Su obra alcanzó un tardío pero definitivo reconocimiento con la publicación de la antología Fuentes de la constancia (1972), libro al que siguieron La metafísica (1974), Homenajes e in promptus (1976) y Variaciones sobre un tema inextinguible (1981).
A su labor como memorialista corresponden algunos de sus mejores títulos: Los días están contados (1974), Crónica general (1974) y Memorabilia (1975). La evocación a menudo se remansa en reflexiones o se vuelve imperceptiblemente fábula, de forma que en su caso es impreciso el límite de los géneros. Dentro del ensayo destacaremos Heraclés (1975), exposición en cierto modo afín al Corydon de Gide sobre la homosexualidad, Drama patrio (1977) y un extenso dietario bajo el título de Breviarium vitae (1979).
Su mejor novela es sin duda Valentín (Homenaje a Shakespeare (1974), confesión amorosa en la cárcel de Richard tras haber estrangulado en escena, durante una representación de Otelo, a Valentín. Otros títulos narrativos son Razonamiento inagotable (1979), Los arcángeles (1981) y Retrato oval (1977). En sus últimos años procuró mantenerse alejado de los ambientes políticos a causa de su avanzada edad, pero también debido a cierta decepción por la situación española; aún así, en 1986 fue nombrado presidente del Consejo de Cultura de la Generalitat Valenciana. Su último libro, Tobeyo o el amor (1989), es un homenaje al país donde se exilió al terminar la guerra civil española: México. Póstumamente, en 1996, apareció la recopilación Primera obra poética 1936-1938