Director de cine estadounidense. Nacido en el seno de una familia vinculada al mundo del espectáculo (su madre fue actriz y su padre representante), desde muy pequeño intervino en una serie de películas dirigidas por Allan Dwan y Frank Lloyd, trabajo que interrumpió durante la Primera Guerra Mundial. A partir de 1923 consiguió subir algunos escalones dentro de varios estudios como ayudante de dirección de Victor Fleming (To the last man, 1923; Flor de capricho, 1926; etc.), William K. Howard (La horda maldita, 1925; La novias de un soltero, 1926) y después en el seno de la Paramount Famous Lasky Corporation con Joseph von Sternberg (La ley del hampa, 1927; La última orden, 1928) de quien aprendió mucho, especialmente cuando rodaron Marruecos (1930) y El expreso de Shanghai (1932)
Diez años al lado de tan importantes directores le sirvieron para dar el paso hacia la dirección. La Paramount fue quien le permitió asumir el nuevo reto aprovechando las novelas de Zane Grey y el tirón del actor Randolph Scott en los primeros años treinta, en los que rodó con el actor ocho westerns como El legado de la estepa (1932), El hombre del bosque (1933), La horda maldita (1933) y El último rodeo (1934)
Su reconocimiento le llegó inmediatamente con una serie de películas interpretadas por Gary Cooper. Con Ahora y siempre (1934), abordó el tema de la adopción y las relaciones establecidas entre un padre y su hija ( Shirley Temple); continuó con una historia colonial (Tres lanceros bengalíes, 1935), con la que cosechó uno de los mayores éxitos de la década y de su carrera; bordó uno de sus mejores relatos románticos en Sueño de amor eterno (1935), historia que construyó (sobre la novela Peter Ibbetson de George du Maurier) con una gran habilidad narrativa sumiendo al espectador en unos niveles de irrealidad que traspasaron el tiempo y el espacio; y confirmó su dilatado periplo con Almas en el mar (1937), una aventura sobre el negocio de los esclavos, y La jungla en armas (1939), otra historia que emerge con gran fuerza en un marco en el que se enfrentan británicos, filipinos y estadounidenses
La eficacia del trabajo de Hathaway benefició a su carrera y confirmó la aportación de los actores que intervinieron en sus películas. Fue un director al que le resultó imposible moverse sólo en un género. Demostró, a partir de los años cuarenta, que era capaz de asumir los compromisos más dispares y hacer de ellos obras en las que la eficacia del espectáculo estuviera garantizado.
La senda colonialista la continuó con Cuando muere el día (1941); al universo del western aportó sugerentes historias como The shepherd of the hills (1941), con un John Wayne al que convirtió en uno de los rostros más característicos de su filmografía; el cine negro producido por la 20th Century-Fox vio una de sus mejores aportaciones, Johnny Apollo (1940), con una estética documental que continuó en películas de ambiente policial como La casa de la calle 92 (1945) y 13 rue Madeleine (1946), de desigual resultado, pero que le permitieron mostrar un perfil urbano singular y una dosis de violencia nada corriente que consolidó en otros títulos como Envuelto en la sombra (1946), El beso de la muerte (1947) y Yo creo en ti (1948), para las que contó con rostros importantes como los de Tyrone Power, James Cagney, James Stewart, Richard Widmark, Victor Mature o Richard Conte
Hathaway reforzó su posición en la 20th Century Fox en la década de los cincuenta. Así pudo acometer proyectos interesantes como Rommel, el zorro del desierto (1951), con James Mason, o Niágara (1953), con un excelente papel de Marilyn Monroe, en el que el paisaje resulta determinante en el desarrollo dramático de la historia. Sin embargo, fue una época en la que Hathaway consiguió afianzar una eficaz imagen del western con sólidas apuestas en las que tanto tuvo que ver Tyrone Power (El correo del infierno, 1950), como Gary Cooper (El jardín del diablo, 1954), ambas con la participación de Susan Hayward, y, especialmente, John Wayne, que fue el protagonista de varias películas: Alaska, tierra del oro (1960), Los cuatro hijos de Katie Elder (1965; quizá su mejor relato) o Valor de ley (1969).
En el fondo, Hathaway trabajó sobre escenarios y personajes que adquieren una fuerza muy especial en el desarrollo de la historia (la cámara atrapa con vital sensibilidad lo que acontece: sabe aprovechar el tiempo y espacio en ambientes que cobijan los rostros más dispares, los seres más complejos y las tramas más agresivas), trasladando con efectividad los recursos expresivos de otros géneros ya cultivados por él. En la última etapa de su carrera participó en La conquista del Oeste (1962), superproducción en Cinerama que dirigió con John Ford y George Marshall, y en la producción de Samuel Bronston que rodó en España, El fabuloso mundo del circo (1964)
Hathaway fue, sin duda, uno de los directores más olvidados del Hollywood clásico, posiblemente debido a que su trayectoria fue muy diversa y no destacó con un volumen de películas que impactaran especialmente en el espectador contemporáneo. Sin embargo, sus producciones confirmaron su valía como un eficaz artesano que supo arriesgar siempre (en el seno del gran Estudio) y alcanzar altas cotas desde la sencillez. Fueron numerosas las películas que obtuvieron nominaciones a los Oscar de la Academia, pero sólo Tres lanceros bengalíes (a los ayudantes de dirección), Lobos del Norte (a los efectos especiales), La casa de la calle 92 (al argumento), La conquista del Oeste (al guión, montaje y sonido) y Valor de ley (al actor, John Wayne) alcanzaron el premio
(Tokyo, 1883- id., 1959) Político japonés. Fundador del partido liberal democrático (1945), que domina la política japonesa. Fue primer ministro (1954-1956) y logró que Japón ingresara en la ONU (1956) y reanudara el comercio con la URSS