Escultora estadounidense. Considerada una de las artistas más prestigiosas de su época, se la conoce sobre todo por las esculturas a tamaño natural que representan bustos humanos, tanto anónimos como famosos
Hija de un afamado pianista inglés, destacó muy pronto por su afición al arte. Comenzó estudiando pintura en la Escuela Brearley y, como complemento a su formación, tomó clases particulares de esta disciplina con John White Alexander, pero tras varios años descubrió su vocación como escultora. A partir de entonces se formó con Herbert Adams y con Gutzon Borglum, uno de los escultores más conocidos del monumento por su trabajo en el monte Rushmore (Dakota del Sur). En 1909 realizó su primera escultura; se trataba de un busto de su padre, el cual falleció ese mismo año dejando a la familia en una situación económica delicada. El retrato fue aceptado en la exhibición anual organizada por la Academia Nacional de Diseño, lo que supuso el lanzamiento de la carrera de Hoffman
Al siguiente año realizó su primer viaje a París, donde tomó clases con Auguste Rodin, de quien aprendió el estilo naturalista en las figuras y la delicadeza en la representación de los detalles. Ese mismo año, presentó en una exposición internacional de arte su obra Bailarines Rusos, con la que se adjudicó el primer premio. Durante el tiempo que permaneció en la capital francesa, entró en contacto con otros artistas de reconocido prestigio, como Gertrude Stein, Henri Matisse o Anna Pavlova
Su regreso a Nueva York se produjo en 1912, año en que decidió abrir su propio estudio; sin embargo, al cabo de un año viviendo en esta ciudad, sintió nostalgia y regresó a París. En 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, pero Hoffman, lejos de volver a su patria como hicieron muchos compatriotas suyos, se quedó en Europa y trabajó en la Cruz Roja. También fue la representante americana de la Appui Aux Artistes, una asociación en cuya fundación colaboró la propia Hoffman. Al término de la contienda siguió muy involucrada en los trabajos de ayuda y viajó por los países de los Balcanes en 1919 a través de Hebert Hoover
A partir de mediados de los años veinte y durante casi una década, Hoffman viajó por todo el mundo. El resultado de estos viajes se materializó en una serie de obras llamada Las Razas del Hombre que consta de ciento diez figuras a tamaño natural (de las cuales veinticinco son completas y ochenta y cinco son bustos), en las que la artista intenta representar distintos tipos de razas humanas. El material utilizado para estos trabajos es, sobre todo, bronce pero también hay trece bustos esculpidos en piedra. Este trabajo fue un encargo del Museo de Historia Natural de Chicago. Hoffman continuó esculpiendo hasta el final de sus días
Entre otras obras realizadas por la artista y que merecen especial atención se encuentran los bustos de Pavolva Gavote, Paderewski, John Keats o Ivan Mestrovic. También Bacchanale Russe, un trabajo de grupo titulado To the Friendship of the English Speaking People. Aparte de estas obras, mención especial merecen otros trabajos, como los veintiséis paneles en piedra de la fachada de la clínica Joslin de Boston o el Monumento a la Batalla Americana en Épinal (Francia) y la escultura titulada El arquero mongol, con la que ganó la medalla de oro de los Artistas Aliados de América en 1962. También escribió dos libros: una autobiografía en la que describe sus experiencias durante sus viajes por el mundo que se publicó en 1936 bajo el título Heads and Tails, y una obra sobre técnicas de escultura, Sculpture Inside and Out (1939)
(Fairport, Nueva York, 1967) Actor estadounidense. Después de casi veinte años de carrera en cine y teatro interpretando personajes de gran complejidad psicológica, frecuentemente secundarios, cobró fama y popularidad a partir del Oscar al mejor actor principal que mereció su actuación en la película Capote (2005), basada en la vida del escritor estadounidense
Philip Seymour Hoffman fue el tercero de los cuatro hijos de un ejecutivo de la Xerox y de una luchadora ama de casa que adquirió una marcada conciencia feminista cuando, a raíz de la ruptura de su matrimonio, se vio obligada a sacar adelante a sus cuatro hijos sola. Ya desde el colegio, su competitiva madre, abogada a la sazón, le alentó a que hiciese realidad su vocación de actor
Philip Seymour Hoffman
A los veintidós años, según propia confesión, comenzó “a temer seriamente” por su vida y decidió poner fin a sus andanzas nocturnas y a su adicción al alcohol. Hasta ese momento había sido un joven como los demás, que alternaba su participación en producciones modestas con su trabajo de camarero (que siempre odió) y con una curiosa afición por la lucha libre (que abandonó por una lesión)
Después de licenciarse en teatro en 1989 por la Tisch School of Drama de Nueva York, Philip Hoffman agregó a su nombre el de su abuelo, Seymour, y comenzó a frecuentar los escenarios y a aparecer en papeles secundarios tanto en películas independientes como en producciones de Hollywood.
La teleserie Ley y orden supuso su bautismo, y, cuando en 1992 participó en la primera película de renombre, Esencia de mujer, junto a Al Pacino, era la quinta vez que entraba en los estudios de grabación. Aunque su papel distaba de ser relevante, él siempre ha asegurado que su experiencia en este filme determinó el resto de su carrera profesional. Lo cierto es que Hoffman siempre ha escogido cuidadosamente a sus personajes, relegando a un segundo plano el beneficio económico que pudieran reportarle
Ese mismo año montó la compañía de teatro independiente LAByrinth Theater, que ha mantenido profesionalmente activa hasta hoy, estrenando al menos una obra al año. También por aquellas fechas comenzó a impartir clases en la Escuela de Artes de la Universidad de Columbia
Diez filmes como Twister o Cuando un hombre ama a una mujer median entre Esencia de mujer y el trabajo que, un lustro más tarde, le convirtió en uno de los rostros habituales del cine independiente. Se trataba del filme coral Boogie Nights (1997), en el que, dando vida a un operador de cine porno gay enamorado de una estrella del género, interpretada por Mark Wahlberg, completó un reparto de lujo que incluía tanto a veteranos de la escena (Burt Reynolds) como a jóvenes promesas (Heather Graham, Julianne Moore o el propio Wahlberg). Desde ese momento pasó a ser uno de los actores incondicionales de su director, Paul Thomas Anderson, quien siempre le proporcionó papeles de peso, aunque fueran secundarios.
Hoffman se reveló inmediatamente como un profesional de gran carácter, sumamente sacrificado y comprometido con su trabajo. Este comentario en una entrevista es revelador de su forma de entender la profesión: “Una vez, mientras rodábamos, alguien me preguntó si me estaba divirtiendo. ¡Por supuesto que no me divierto, en absoluto! Cuando he terminado, lo que me divierte es ver que he hecho un trabajo jodidamente bueno, que está aportándole algo a alguien. Es ahí cuando encuentro toneladas de diversión, pero no antes.
Con esa mentalidad, no es extraño que en sólo un año su presencia brillara de modo tan fugaz como intenso en películas como Hapiness (1998), de Todd Solonz, El gran Lebowski (1998), de los hermanos Coen o Magnolia (1999), de Paul Thomas Anderson. Los roles, dispares pero siempre extremos: en Magnolia daba vida a un abnegado enfermero que trataba de dar con el hijo del moribundo a quien tenía bajo su cuidado; en Hapiness, a un solitario degenerado que acosa a su vecina con llamadas obscenas; en El gran Lebowski, al despistado mediador de un millonario cuya hija ha sido secuestrada
En 1999, su aparición en El talento de Mr. Ripley, de Anthony Minghella, robó protagonismo a un trío estelar: Matt Damon, Jude Law y Gwyneth Paltrow. Poco a poco, Hoffman ganaba experiencia como actor multidisciplinar y camaleónico, conocedor profundo de todos los géneros, desde el drama más crudo hasta la comedia más ácida, sin contar con el teatro. Y es que, de modo paralelo, logró hacerse con dos nominaciones a los Tony como mejor actor de teatro en obras como El mercader de Venecia, de Peter Sellars
Iniciado el nuevo milenio, los cinéfilos fueron acostumbrándose a verle en producciones del más variado pelaje, siempre como eterno y eficaz secundario: desde State and Main (2000) de David Mamet, hasta El Dragón Rojo (2002), tercera entrega de la saga de Hannibal Lecter, pasando por la comedia Punch-Drunk Love (2002), de nuevo bajo las órdenes de Paul T. Anderson o Cold Mountain (2003), dirigida por Anthony Minghella, entre otras muchas. Pero parecía difícil imaginarlo en un papel principal. Hasta que un buen día su agente le comunicó un encargo radicalmente distinto (en lo que a protagonismo se refiere) de todo lo que había aceptado hasta entonces.
Fueron dos de sus amigos de la adolescencia, Bennet Miller y Dan Futterman, quienes proporcionaron a Hoffman su primer papel protagonista de importancia, al proponerle interpretar nada menos que al escritor Truman Capote. El perfeccionista Hoffman aceptó, aun a sabiendas de que existía un enorme handicap dado que el físico del actor y el del autor de Música para camaleones no tenían nada que ver
El trabajo de inmersión (no cabe calificarlo de otro modo) de Hoffman en la personalidad de Capote fue de una profesionalidad estremecedora. Además del documental de los hermanos Albert y David Maysles With love from Truman, que le resultó extremadamente útil para captar la idiosincrasia gestual del escritor, el actor recurrió a las más diversas fuentes.
Philip Seymour Hoffman en Capote (2005)
“He tratado de hacer papeles de todo tipo, que me mantienen trabajando e interesado”, comentó. “Los personajes, como Capote, que viven realmente fuera de la experiencia y de la existencia cotidiana de uno son mucho más placenteros y satisfactorios.” El filme de Bennett Miller abarcaba los seis años durante los cuales el extravagante novelista escribió su obra maestra, A sangre fría, publicada en 1966, época en la que hurgaba en la psicología de dos condenados a pena de muerte por el asesinato de una familia.
El corpulento actor se vio obligado a adelgazar 18 kilos para parecerse ligeramente a su personaje. Consciente de que su meta no debía ser la imitación (que hubiera resultado inverosímil en dos personas con un físico y un tono de voz tan dispares), trató de rodearse de personas que habían tratado de cerca al escritor. Probablemente quien más datos pudo aportar a su visión del personaje fue el famoso fotógrafo Richard Avedon, íntimo amigo de Capote. Antes de fallecer en 2004, Avedon tuvo tiempo de mostrar a Hoffman cientos de fotografías del hombre a quien debía encarnar en la pantalla
El resultado de tan exhaustivo trabajo fue una verdadera lluvia de premios (Boston, BAFTA, Chicago…) que culminó con el Oscar al mejor actor principal. Era el reconocimiento a una carrera soberbia, en la que los personajes secundarios fueron siempre la tónica. Secundarios en minutaje, ya que para Hoffman tienen la misma importancia que los principales. En el momento de recibir su Oscar, Philip tuvo emocionadas palabras de recuerdo para su madre, de quien heredó ese espíritu luchador que, finalmente, obtuvo recompensa
En Antes que el diablo sepa que has muerto (2007)
Tras el Oscar, las cosas cambiaron para Hoffman, que se convirtió en un actor cotizado al que le llovían proposiciones millonarias de las grandes productoras del cine de género. Algunos podían pensar que, a sus treinta y nueve años, gozaba de un reconocimiento tardío, pero lo cierto es que actores como Henry Fonda sólo ganaron un Oscar a título póstumo. De momento, terminada su participación en Misión Imposible III (haciendo de “malo”), sus nuevos proyectos incluían trabajar junto a Tom Hanks y Julia Roberts en Charlie Wilson’s War, de Mike Nichols, y en ponerse a las órdenes del prestigioso Sidney Lumet en Antes que el diablo sepa que has muerto