Militar y político mexicano, presidente de México entre 1913 y 1914. Era de ascendencia india, lo cual no fue un obstáculo para que fuese admitido en el Colegio Militar de Chapultepec, de donde salió, en 1876, con el grado de teniente.
Los primeros peldaños militares los escaló en la Comisión de Cartografía Mexicana, en cuyo servicio empleó más de ocho años de su vida. Pero los entresijos de la vida política, las fidelidades y las traiciones los fue asimilando, a lo largo de los diez años siguientes, en los distintos puestos que ocupó en el seno del Estado Mayor durante la última parte del mandato de Porfirio Díaz.
A las órdenes del general Ignacio A. Bravo, Huerta (cuya afición por la bebida era desmesurada, al decir de sus historiadores) participó primero en la represión de las rebeliones de los indios mayas, en la península de Yucatán, en 1903, y posteriormente, durante varios años, en el sometimiento de los indios yaquis del Estado de Sonora.
En 1910 asumió directamente el mando de la represión de los zapatistas en Morelos y Guerrero. La mezcla de violencia, brutalidad y traiciones con que se empleó en las campañas contra los indígenas dan la medida del talante autoritario y mezquino del futuro presidente usurpador de México, dado que por sus venas corría sangre india. Como recompensa por los servicios prestados fue ascendido al rango de brigadier general
La crisis del porfiriato, tocado de muerte en la campaña antirreeleccionista de Madero, lo llevó a participar en una conspiración contra el régimen, no sin antes solicitar la baja del ejército, aunque ésta le fue denegada, y, gracias a su pragmatismo, se convirtió en pieza clave de la comisión que había de acompañar al dictador Díaz al destierro
Durante la interinidad de León De la Barra y hasta el nombramiento del presidente Francisco I. Madero, Huerta se dedicó a combatir con saña y tenacidad a los seguidores de Emiliano Zapata que defendían los principios del Plan de Ayala, por el que se debían devolver a los indígenas las tierras que les habían sido arrebatadas durante el "porfiriato".
Tras ocupar Francisco Madero la Presidencia de la República en noviembre de 1911, el general Huerta decidió abandonar la milicia, pero posteriormente fue convencido para continuar la lucha contra los revolucionarios orozquistas y zapatistas. Poco después de que el levantamiento de Pascual Orozco fuera derrotado, por sus conexiones reaccionarias y por el bloqueo en el suministro de armas con destino a los antimaderistas impuesto por el gobierno norteamericano, el general Huerta y el ejército se convirtieron en la base principal de la continuidad de la presidencia de Madero.
En Torreón formó la División del Norte y estuvo a punto de fusilar a Pancho Villa, derrotando a los orozquistas en Conejos, Rellano, La Cruz y Bachimba. En septiembre, Madero lo nombra secretario de Guerra en la capital de la República y consigue derrotar una nueva rebelión
Sin embargo, el 9 de febrero de 1913 estalló una segunda sublevación dirigida por los generales Reyes y Mondragón, que había de cambiar definitivamente el destino de México. Tras asaltar la Penitenciaría y liberar al general Félix Díaz, Huerta, que había fingido estar a favor de la presidencia legal de Madero, fue nombrado por éste Comandante Militar de Ciudad de México, en sustitución del general Lauro Villar, muerto en los combates de la Decena Trágica.
Pero Huerta preparaba desde esta posición la traición que le ha hecho pasar a la historia. Tras reunirse en secreto contra los conspiradores primero y con el embajador de Estados Unidos Henry Lane Wilson después (convertido el embajador norteamericano en artífice siniestro del llamado Pacto de la Ciudadela o de la Embajada, como de las dos maneras se le conoce), Huerta diseñó un plan para impedir que llegaran los refuerzos de Felipe Ángeles a la capital y dio un golpe de Estado
Victoriano Huerta y el embajador norteamericano
So pretexto de darles protección, detuvo a Madero y a su vicepresidente, Pino Suárez, a los que convenció para que renunciaran a sus cargos a cambio de garantizarles la salida indemnes de la capital. Una vez que sus dimisiones fueron conocidas por los componentes del Congreso, éstos nombraron presidente interino a Pedro Lascuráin, cuyo mandato duró escasamente 45 minutos, los necesarios para renunciar a fin de que asumiera la presidencia "constitucional" el general Huerta.
A partir de ese momento, los días de Madero y Pino Suárez estaban contados. Cuatro días más tarde, el 22 de febrero, los sicarios de Huerta se apoderaron de ambos políticos y, no lejos del presidio del Distrito Federal, los cosieron a balazos. Para justificar su muerte, se dio una versión "oficial" de la ley de fugas, asegurando que ambos políticos habían muerto a consecuencia de los disparos cruzados entre las fuerzas que les custodiaban y unos desconocidos que intentaban liberarles
Huerta se deshizo poco a poco de sus principales rivales, dividió a la oposición y se enfrentó a la Cámara de Diputados, acabando por instaurar en la República un régimen militarista sangriento que, si bien contó en sus inicios presidenciales con el apoyo de gran parte de las clases medias, se encontró cada vez más aislado a medida que el constitucionalismo fue obteniendo sucesivas victorias militares
Su política, basada en perpetuarse en el poder a cualquier precio, estuvo llena de desaciertos y, tras prescindir de uno de los políticos en los que se apoyó, el general Félix Díaz, y disolver el Congreso, se creó nuevos rivales con actos como las "levas" de pacíficos ciudadanos para nutrir su ejército como carne de cañón, los asesinatos de diputados como Rendón, Domínguez y Gurrón o de profesionales, propietarios y empleados públicos.
Pero su mayor error fue el atacar los intereses norteamericanos al decidirse por las ofertas de los británicos en cuestiones relacionadas con las concesiones petroleras. El nuevo presidente demócrata norteamericano, Woodrow Wilson, optó entonces por retirar el apoyo a los huertistas y decantarse abiertamente por los revolucionarios constitucionalistas. Tras la ocupación de Veracruz por los "marines" norteamericanos y la derrota de los federales de Huerta en Zacatecas a manos de los villistas, el presidente entregó la renuncia a su cargo en la persona del licenciado Francisco S. Carvajal e inició su exilio, que lo llevó primero Londres y luego a España.
Los plenipotenciarios alemanes Franz von Rintelen y Franz von Papen le ofrecieron todo tipo de ayuda económica y bélica para que regresara a México y (aprovechando las disensiones internas del constitucionalismo) se hiciera de nuevo con el poder, a cambio de que declarara la guerra a Estados Unidos. Se embarcó en Cádiz rumbo a Nueva York, siendo detenido, junto a Pascual Orozco, en la estación ferroviaria de Newman, en Nuevo México, acusado de conspirar en favor de Alemania violando la neutralidad.
Por su delicado estado de salud, se le dejó libre en una finca que poseía en El Paso (Texas) pero, tras la fuga de Orozco, Huerta fue internado en la cárcel militar de Fort Bliss, donde falleció víctima de una cirrosis hepática el 13 de enero de 1916
La figura de Victoriano Huerta no puede fácilmente separarse de las páginas más negras del gran vendaval revolucionario que agitó durante los primeros treinta años de este siglo el México moderno. Huerta ha pasado a la historia como el artífice de la gran traición que acabara con la vida y las esperanzas que había suscitado el programa modernizador de Madero.
Su gran astucia estratégica, su capacidad para golpear en el momento oportuno, aparentando lealtad hacia el nuevo poder constituido para reducirlo, asestándole el golpe de gracia mediante el asesinato político sin escrúpulos, para instaurar a continuación una dictadura sangrienta pero vestida con los oropeles de una legalidad institucional para consumo externo, lo han convertido en la imagen del militar ambicioso, alcohólico y sin escrúpulos, capaz de sacrificar el país en aras de sus intereses mezquinos
(París, 1803- id., 1869) Pintor francés. Romántico, se propuso crear un «paisaje-estado del alma» que reflejase el misterioso poder de la naturaleza. Destaca su obra La inundación de Saint-Cloud (1855, Louvre)