Narrador y dramaturgo británico nacionalizado estadounidense. Nacido en el seno de una familia acomodada -era hijo de un oficial del ejército británico-, recibió una esmerada formación académica desde su más tierna infancia, primero en la Repton School y posteriormente en el Corpus Christi College, de la Universidad de Cambridge.
Merced a esta selecta educación, desarrolló también desde muy temprana edad su innata inclinación hacia el estudio de las Humanidades y la creación literaria, y antes de haber cumplido la treintena ya se había dado a conocer como escritor por medio de algunas narraciones primerizas de indudable interés, como las tituladas All the Conspirators (1928) y The Memorial (1932)
Christopher Isherwood
Inserto, a partir de entonces, en los principales foros intelectuales y artísticos de la Inglaterra de los años treinta (en los que participó tanto en su calidad de escritor como en su condición de profesor y periodista), compartió una sólida relación de amistad con otra de las grandes revelaciones de las Letras inglesas del momento, el poeta y dramaturgo de York Wystan Hugh Auden, con quien llegó a componer varias obras teatrales escritas en verso, como las tituladas The dog beneath the skin (El perro bajo la piel, 1935), The ascent of F6 (El ascenso de F6, 1936) y On the frontier (En la frontera, 1938). En todas ellas, Chistopher y Auden dejaron bien patente su interés por las propuestas más radicales del arte alemán posterior a la Primera Guerra Mundial, y, en lo que a sus inquietudes teatrales se refiere, su admiración por uno de los mejores exponentes de estas nuevas tendencias estéticas, Bertolt Brecht
Instalado en Berlín entre 1933 y 1936 (donde compartió vivienda con Auden y coincidió con otro antiguo compañero de aulas universitarias, el poeta y crítico Stephen Spender), tuvo ocasión de asistir como testigo privilegiado al auge del nazismo, circunstancia que contribuyó poderosamente a la forja en su ideología de un firme compromiso político que, en su repudio de todas las formas de totalitarismo que se estaban apoderando de Europa, le unió por aquel entonces a otros muchos autores ingleses de su generación (entre ellos, el susodicho Auden, que en 1936 tomó parte activa en la Guerra Civil Española al lado del ejército republicano).
El tema del nazismo se apoderó, además, de la producción literaria de Christopher Isherwood, quien reflejó sus estragos en la autobiografía novelada Lions and shadows (Leones y sombras, 1938) y en algunas novelas tan brillantes como Mr. Norris changes train (El Señor Norris cambia de tren, 1935) y Goodbye to Berlin (Adiós a Berlín, 1939).
La primera de estas narraciones describe la corrupción de Berlín -ciudad que se había convertido, por aquellos años, en el eje temático central de su obra- a través de la degradación de un personaje; la segunda, que se sirve de la técnica del reportaje para reflejar el Berlín de entreguerras, dio pie años después a una de las cintas cinematográficas que con mayor rigor y originalidad han abordado el fenómeno del nazismo: Cabaret, del cineasta norteamericano Bob Fosse, interpretada por Liza Minelli, Michael York Helmut Criem y Marisa Berenson.
Pero el éxito de esta novela de Isherwood (protagonizada por la joven inglesa Sally Bowles, cabaretera en un sórdido antro nocturno berlinés) ya había generado, mucho antes del estreno del citado film de Fosse, otras curiosas adaptaciones, como la obra teatral de John van Druten I Am a Camera (1951), de la que se hizo a su vez una inmediata versión cinematográfica titulada Soy una cámara (1955), rodada por el director sudafricano Henry Cornelius. En 1968, los norteamericanos Kander y Ebb presentaron con notable éxito el musical titulado Cabaret, inspirado directamente en la narración original de Isherwood y convertido poco después en la base inmediata para el guión de la película homónima que rescató del olvido esa gran novela que era Goodbye to Berlin, más de treinta años después de su primera edición
El mismo año en que dio a la imprenta esta narración, Christopher Isherwood publicó también un libro de viajes titulado Journey to a War (1939), escrito en colaboración con su por aquel entonces inseparable Auden y centrado en el largo recorrido que ambos autores habían realizado por la lejana y misteriosa China. Unos meses antes de la aparición de este volumen (concretamente, en enero de aquel año de 1939), ante el inminente estallido de la II Guerra Mundial, los dos escritores británicos habían emigrado a los Estados Unidos de América, donde habrían de adquirir la nacionalidad norteamericana en 1946
Profundamente afectado por la crueldad de la contienda bélica, Christopher Isherwood experimentó un hondo ensimismamiento que, en su producción literaria, se manifestó sobre todo en su cada vez más acusada tendencia a la autobiografía, bien patente en algunas narraciones tan intensas como A Single Man (Un hombre soltero, 1964) -en la que refleja la soledad de un homosexual que se detiene a analizar su propia existencia- y A Meeting by the River (1967) -donde propone como modelo de vida el recogimiento y la contemplación, después de haberse convertido al hinduismo merced a la lectura de las obras del filósofo de Calcuta Narendranath Datta-.
En la misma línea intimista hay que encuadrar su espléndida recreación autobiográfica de los años treinta, publicada en 1976 bajo el título de Christopher and his kind, 1934-1939 (Christopher y su gente, 1934-1939). Otras obras notables de esta segunda etapa de su producción narrativa son las tituladas Prater violet (La violeta del Prater, 1945), The World in the Evening (El mundo al atardecer, 1954), Down There on Visit (1962), Kathleen and Frank (1971) y My Guru and his disciple (Mi gurú y su discípulo, 1980)
(Nagasaki, 1954) Escritor británico de origen japonés. A partir de los seis años de edad vivió en Inglaterra, donde recibió una formación académica absolutamente occidental, desde la educación primaria hasta los estudios superiores, que cursó en la Universidad de Kent. Posteriormente se doctoró en Escritura creativa por la Universidad de East Anglia, donde recibió una marcada influencia del novelista Malcolm Bradbury, quien había fundado e impartido dichos cursos doctorales
Kazuo Ishiguro comenzó a darse a conocer en los círculos literarios del Reino Unido a comienzos de la década de los ochenta, aunque previamente ya había conseguido que le publicaran algunos artículos y relatos en varias revistas literarias.
Kazuo Ishiguro
En 1982 dio a la imprenta su primera narración extensa, una novela titulada Pálida luz en las colinas, cuya acogida fue tan calurosa que recibió el prestigioso premio "Winifred Holtby". Su siguiente novela, Un artista del mundo flotante (1986), se hizo acreedora de otro no menos importante galardón, el premio "Whitbread" de Literatura.
Con estas dos tarjetas de presentación, no resulta extraño que su tercera novela, titulada Los restos del día (1989), fuera recibida con grandes elogios por parte de la crítica y los lectores ingleses. Esta novela -que reportó al joven Ishiguro otro de los galardones más anhelados en los cenáculos literarios del Reino Unido, el "Booker Prize"- constituye una lúcida y amarga reflexión acerca de la vacuidad y esterilidad de tantas vidas humanas, reflejadas en la narración de un típico mayordomo inglés que, en primera persona, va recordando los distintos pormenores que han jalonado su experiencia laboral, para acabar constatando cómo ha malgastado su vida de forma estúpida y -lo que es peor- irrecuperable
Los restos del día (que, ante la magnífica recepción obtenida, fue llevada a la gran pantalla por el director norteamericano James Ivory en 1993, bajo el título de Lo que queda del día), es a la vez una terrible historia de amor y una sobrecogedora visión de la impotencia que siente un ser humano cuando alcanza a comprender que ha renunciado a su vida a cambio de haber cumplido con lo que creía que era su deber. El éxito de esta novela (que, en su versión cinematográfica, se vio respaldado por las geniales interpretaciones de Anthony Hopkins y Emma Thompson), radica no sólo en su extraordinaria presentación de unos personajes típicamente ingleses, sino también en su minuciosa reconstrucción histórica de los acontecimientos posteriores a la II Guerra Mundial
A pesar del éxito que había alcanzado con Los restos del día, Kazuo Ishiguro imprimió a su trayectoria literaria un valeroso cambio de rumbo con la publicación de su siguiente novela, titulada El desconsolado (1995). En efecto, en esta nueva entrega narrativa apostó por el relato introspectivo de una larga pesadilla interior, donde el débil hilo argumental apenas basta para sostener una historia en la que no interesa la acumulación de hechos, sino un fondo de opresión existencial, a medio camino entre el surrealismo y la ficción kafkiana.
La escasa acción de El desconsolado -localizada en un lugar de Europa que, por su valor representativo de toda una forma de vivir y de pensar, queda sin determinar- presenta la alucinante y angustiosa peripecia de un pianista que interpreta un concierto que nunca llega a escucharse, en medio de las visiones y conversaciones fragmentarias de las personas que lo rodean
En su quinta novela, Cuando fuimos huérfanos (2001), Ishiguro retomó el camino de la nostalgia, una de sus obsesiones narrativas favoritas, para marcar la evolución de sus personajes. En esta ocasión, la trama -situada en Shangai y en el periodo de entreguerras- corre de la mano de un célebre detective londinense que trata de resolver un misterio que le atormenta desde la infancia, la desaparición de sus padres. En 2005 publicó Nunca me abandones, cuya acción transcurre en un internado donde son educados unos jóvenes que son "recambios" clónicos