Militar y administrador colonial español. Cursó la carrera militar y desempeñó un destacado papel en la guerra de Independencia española.
Su actuación contra los franceses le valió el ascenso a teniente general, y en 1815 fue destinado a las colonias americanas como general en jefe del ejército del Alto Perú. Este territorio se había convertido, gracias a la actuación del virrey Abascal, en un reducto realista casi inexpugnable durante todo el período de las guerras emancipadoras americanas. Abascal ocupó militarmente el Alto Perú, sofocó la insurrección de Chile e incrementó su virreinato con la audiencia de Quito.
En 1816, el ejército de De La Serna conquistó Salta, pero abandonó este territorio al recibir noticias de la caída de Chile, después de que el ejército mandado por el general San Martín cruzara la cordillera de los Andes desde las Provincias Unidas del Río de la Plata. En 1821, a raíz del pronunciamiento militar de Aznapuquio que culminó con la destitución del virrey Pezuela, José de la Serna fue designado virrey del Perú, título que más tarde fue confirmado oficialmente.
Un año antes, José de San Martín, tras desembarcar en Paracas, se había dirigido al norte y proclamado la independencia peruana en Ica. Constituyó también un primer Reglamento Provisional, pero De la Serna no aceptó la independencia del país y se enfrentó a las fuerzas del general argentino. Sin embargo, en 1821 llegó a un pacto con él que no dio ningún resultado. Meses más tarde, Lima fue ocupada por los independentistas y San Martín se proclamó protector.
De la Serna trasladó entonces la capital del virreinato a Cuzco y continuó combatiendo hasta su derrota final en la batalla de Ayacucho (1824), que supuso para España la pérdida definitiva de sus posesiones en el continente americano. En el año 1825 fue repatriado a España junto con otros militares
(Vic-sur-Seille, 1593-Lunéville, 1652) Pintor francés. La escasez de noticias biográficas dificulta la reconstrucción de su evolución estilística, influida, en especial, por Caravaggio. Sus obras juveniles de luz diurna, muy atentas a los detalles, evidencian un claro componente naturalista (El tahúr, El pago de la deuda). Sus obras posteriores muestran una paulatina simplificación y geometrización de los volúmenes, evidente sobre todo en sus composiciones nocturnas, alumbradas por la luz de una vela (Magdalena penitente, La mujer de la pulga)