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Biografía de Giacomo Lauri Volpi

Lanuvio, 1893-Burjassot, 1979

Cantante italiano. Poseedor de una excelente y poderosa voz de tenor lírico, destacó como intérprete de la ópera italiana clásica y romántica

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(Saint-Lin-des-Laurentides, 1841 - Ottawa, 1919) Político y abogado canadiense. Héroe nacional, su importancia como personaje público radicó en el hecho de ser el primer jefe de gobierno francés dentro del período de Dominio del Canadá, concretamente desde 1896 hasta 1911. En realidad, toda su carrera política estuvo orientada hacia dos direcciones: por un lado, determinar el papel del territorio francocanadiense dentro del estado federal, y, por otro, definir perfectamente las relaciones con Gran Bretaña.

Laurier pertenecía a una familia de origen francocanadiense que le proporcionó una educación clásica en diversos colegios católicos. En su juventud, cursó estudios de Derecho en las Universidades de L´Assomption y McGill, ambas localizadas en la ciudad de Montreal. Estas dos etapas de su juventud le proporcionaron una cualidad realmente escasa en aquellos años, dada la realidad política del Canadá, y fue el haber recibido una educación bicultural que le aportó una gran riqueza intelectual y un sincero respeto hacia los demás. No es extraño que dedicara prácticamente toda su vida a conseguir la unificación de las dos realidades del Canadá.

Sus primeras actividades en el ámbito público datan de sus tiempos de estudiante, cuando entró en relación con círculos de estudiantes de inclinaciones políticas bastantes liberales, con tintes anticlericales y defensores del republicanismo. A mediados de 1860, su actividad se concretó en la publicación en varios diarios de distintos artículos radicales, con el fin de difundir su ideología.

Pero no fue hasta 1871, tras superar ligeros problemas de salud que le obligaron a trasladarse a Athasbaska, cuando su irrupción en el mundo de la política se hizo efectiva. En ese año, fue elegido miembro del Tribunal Supremo por la legislatura de Quebec, y tres años después, en 1874, fue elegido para la Cámara de los Comunes, asiento que mantuvo hasta su muerte.

Progresivamente, Laurier empezó a destacar tanto por su genialidad oratoria, como por su capacidad de disección de los distintos problemas que acechaban la estabilidad y el futuro de Canadá. Estas cualidades facilitaron su nombramiento como ministro de Interior, cargo que desempeñó durante un año, desde 1877 hasta 1878, y que coincidió con su fugaz dirección del Partido Liberal.

En apenas un año, su fama alcanzó elevadas cotas y llegó a su cumbre en la arenga pronunciada en la ciudad de Quebec sobre el desarrollo del liberalismo. Además de reconocérsele su elocuencia y claridad expositiva, el contenido no fue del agrado de la mayoría política, incluyendo incluso a los propios miembros radicales de su Partido. El tema espinoso giró en torno al papel de la Iglesia dentro del Estado. Mientras que para unos sus ideas eran demasiado radicales, hasta el punto de que llegaron a amenazar con la escisión y formación de un nuevo Partido Católico, para otros, cuyo deseo era excluir al clero de toda actividad política, la exposición de Laurier fue demasiado comedida. En el trascurso de su actividad, se comprobó que la dinámica política decantó la balanza en favor de los últimos señalados.

Laurier fue un defensor audaz e inteligente de la conciliación nacional. Sus acciones, generalmente, respondían con fidelidad a los principios e ideales que predicó a lo largo de su carrera política. Así ocurrió por ejemplo en 1851, cuando Laurier se enfrentó al asunto de Louis Riel, condenado a pena de muerte por protagonizar una rebelión política de los Métis, nombre que recibían los ciudadanos de procedencia racial franco-india en la ciudad de Manitoba.

Laurier defendió su causa, pues era partidario de no dificultar más de lo necesario las ya de por sí difíciles relaciones entre los franceses católicos de Quebec y los británicos de Ontario. La moderación, según Laurier, contribuiría más a la conciliación que las venganzas. Con este eslogan, Laurier consiguió llevar a cabo importantes alianzas políticas entre 1887 y 1896; acabó con los enfrentamientos locales de guerrilleros y reformó de arriba a abajo la organización de su partido y su propio programa electoral. Con más de trescientos mítines realizados en un año, con el Partido Conservador destrozado por sus divisiones internas y con un magnetismo personal que atrajo a una importante cantidad de votantes, consiguió alcanzar con su partido una clara victoria en las elecciones generales de 1896

Una vez en el poder, Laurier centró sus esfuerzos en establecer una política de unidad nacional. En sus primeros gabinetes de gobierno se rodeó de políticos cuyas funciones en distintas regiones les habían proporcionado una buena fama entre los ciudadanos. Desde 1896 hasta 1911, año en que perdió el poder, Canadá conoció una época de desarrollo comercial, industrial y urbanístico como jamás se había producido en su historia. No en vano por aquellos años, la mayoría de los canadienses confiaban en una popular frase que afirmaba que el siglo XX pertenecería a Canadá.

Las realizaciones básicas de la era Laurier fueron la reforma de la agricultura, con un aumento espectacular de la producción del trigo que convirtió a Canadá en el segundo granero del mundo; el importante desarrollo de la red de transportes, especialmente los ferrocarriles, ámbito en el que constituyó un gran logro el trazado de la línea ferroviaria transcontinental; y la determinación de políticas específicas de emigración, que promovieron un importante movimiento de la población desde el Este al Oeste y viceversa, mezclándose de esta forma la población francesa de Quebec con la inglesa, instalada sobre todo en Ontario.

En política exterior, intentó definir las relaciones que Canadá mantendría con Gran Bretaña bajo el signo de la igualdad, reciprocidad y respeto a la autonomía política. En las distintas Conferencias del Imperio celebradas en 1897, 1902, 1907 y 1911, su actitud apenas varió. Una y otra vez se resistió a estrechar más los lazos y a comprometer a Canadá en materia de defensa.

Sin embargo, este asunto se convirtió en el talón de Aquiles de su gobierno y en la causa de su caída final, que se vio consumada como consecuencia de dos problemas principales. Por un lado, el estallido de la Guerra Sudafricana obligó a Laurier a enviar un contingente de tropas para cumplir con los deseos de la población inglesa, lo que provocó la indignación de los francocanadienses e hizo reaparecer el gran abismo que separaba a ambas nacionalidades.

Por otro lado, quiso compensar el difícil equilibrio político mantenido con Gran Bretaña con una política de acercamiento a los Estados Unidos, lo que empeoró aún más la situación. A pesar de que consiguió establecer un acuerdo comercial con la reciprocidad como principio rector, tanto francófonos como anglófonos se sintieron traicionados, al interpretar este acuerdo como un primer paso hacia la anexión definitiva con los Estados Unidos de América.

La oposición política contra Laurier no desaprovechó ninguna de estas circunstancias a su favor; concretamente, uno de los líderes de los nacionalistas de Quebec, Henri Bourassa, le infligió una importante derrota electoral en 1911, con lo que Laurier se convirtió en líder de la oposición.

Durante los años de la Primera Guerra Mundial, siguió esforzándose por superar los intereses de los imperialistas ingleses, por un lado, y de los nacionalistas intolerantes franceses, de otro. Fue partidario de un mayor apoyo a Gran Bretaña durante el conflicto, pero se negó a admitir el reclutamiento, motivo por el cual dejó de participar en el gobierno de Unión Nacional, dirigido por Robert Laird Borden.

Los frutos del reconocimiento a sus esfuerzos empezaron a madurar cuando todavía vivía (en 1897 fue nombrado Sir por el Imperio Británico), pero fue sobre todo a partir de su muerte, acaecida en 1919, cuando el entusiasmo nacional se desató ante la desaparición de semejante figura política. Su apellido fue utilizado por muchos de sus compatriotas como nombre; fue encumbrado a la categoría de héroe nacional y admirado por todos.

En el plano personal, solamente contrajo matrimonio una vez en su vida, concretamente en 1868, con Zoë Lanfontaine de Montreal, con la que nunca tuvo descendencia. A pesar de su infidelidad pública mantenida con la esposa de su mejor consejero político, Emilie Lavergne, el matrimonio duró hasta su muerte, aparentemente, sin ninguna dificultad

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