Político guatemalteco, presidente de su país desde julio de 1974 hasta julio de 1978. Hijo de un inmigrante noruego, ingresó en la Escuela Politécnica Militar en 1945, y cuatro años después obtuvo el cargo de subteniente de Infantería. Con el grado de coronel fue director de esa Escuela, subjefe del Estado Mayor, inspector general del Ejército, agregado militar en la embajada en Washington y, ya bajo la presidencia del general Carlos Arana Osorio (1970-1974), jefe del Estado Mayor del Ejército y ministro de Defensa después de alcanzar el grado de general en mayo de 1971.
Fue designado candidato a la presidencia por los oficialistas del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) y el Partido Institucional Democrático (PID), de extrema-derecha, en la jornada electoral del 3 de marzo de 1974 en la que compitió con el general Efraín Ríos Montt, postulado por el centro-izquierdista Frente Nacional de Oposición, y el coronel Ernesto Paiz Novales, por el Partido Revolucionario y el Frente Democrático Guatemalteco, de centro-derecha.
Tras unos días de incertidumbre marcados por las acusaciones de fraude, Laugerud fue declarado vencedor por el Congreso el 11 de marzo de 1974 con 298.953 votos. El 1 de julio de ese mismo año tomó posesión para un mandato cuatrienal. En su gestión no registró cambios la situación de extrema violencia en la que estaba sumergido el país, con el doble fuego de la guerrilla indigenista y extremistas de izquierda, y sus opuestos en la derecha, en apoyo del Ejército. El 1 de julio de 1978 cedió la presidencia al general Fernando Romeo Lucas García, vencedor en las elecciones del 5 de marzo
(Scarborough, 1899 - Hollywood, 1962) Actor británico. Tras estudiar en un colegio religioso de Londres, el estallido de la Primera Guerra Mundial provocó su movilización por parte del ejército británico. Los sangrientos combates en el frente dejaron en él una total repugnancia hacia la guerra y un problema físico de insuficiencia traqueal del que, como fue habitual a lo largo de su carrera, supo extraer el lado positivo: la nasalidad de la voz como medio de expresar emociones. Dicha enfermedad posibilitaría además su retorno, antes del fin de la guerra, a casa, donde trabajó en el negocio hotelero de la familia
Al concluir la contienda decidió ingresar en la prestigiosa Royal Academy of Dramatics Arts, uno de los mejores centros de formación interpretativa del que habían salido varios de los actores más famosos del momento. Su pasión por el teatro le llevó igualmente a frecuentar las salas alternativas donde las corrientes de vanguardia se encontraban en su apogeo y en las que conocería a su futura mujer, Elsa Lanchester. Juntos formaron un dúo que pronto saltó a la fama en el teatro, aunque su carrera cinematográfica parecía en cambio limitada a papeles secundarios y de tintes desagradables como el representado por Laughton en Piccadilly (1928)
Aprovechando una gira teatral por los Estados Unidos, el director británico James Whale ofreció al matrimonio sus primeras oportunidades de importancia en el mundo del cine: Laughton la tuvo en El caserón de las sombras (1932) y Elsa Lanchester en La novia de Frankenstein (1935).
Sin embargo, la película que acabó lanzando al actor hacia la popularidad fue El signo de la cruz (1932), firmada por el mítico director de superproducciones Cecil B. de Mille, donde interpretó a Nerón. Inauguraba así también una larga nómina de reyes y emperadores que le convirtieron en uno de los grandes especialistas por su capacidad para incorporar al personaje aspectos repulsivos y al mismo tiempo fascinantes para el espectador, como muestran La vida privada de Enrique VII (1933) -película por la que obtuvo un Oscar- o Rembrandt (1936)
Su físico también le posibilitó encarnar personajes próximos al universo gótico, abriéndole de paso un vasto campo interpretativo que le permitió pulsar sus múltiples registros. En esa línea La isla de las almas perdidas (1933) o Esmeralda, la zíngara (1939), donde daba vida al desolado personaje de Quasimodo, le hicieron conectar con un público al que le entusiasmaban esas interpretaciones que exigían un enorme esfuerzo para mostrarles la múltiple personalidad que se esconde detrás de cualquier individuo
Pese a sus repetidos éxitos, Laughton nunca mostró demasiado aprecio hacia su trayectoria en el mundo del cine por contraposición al teatro, donde juzgaba que el actor era más libre y podía construir su personaje de forma más elaborada. Por eso mismo, desde mediados de los años cincuenta, con su magnífica interpretación en El déspota (1954), empezó a rechazar cualquier papel secundario que pudieran ofrecerle para concentrarse en el mundo teatral y en todo caso aproximarse al cine como medio bien pagado de ganarse la vida
Ahora bien, en la estela de los mejores profesionales británicos, como Laurence Olivier, tuvo tentaciones de dar el salto a la dirección, lo cual hizo una sola vez y con un título de escaso éxito popular en su día aunque verdaderamente mítico en la actualidad: La noche del cazador (1955). Las dificultades para poner en marcha el proyecto no le arredraron, entusiasmado como estaba con una historia cercana a los cuentos infantiles, mezcla de sordidez y poesía, y que narró mediante una iluminación de violentos claroscuros.
Su personaje era similar en cualquier caso a los que él mismo había interpretado a lo largo de su carrera, capaces de conjugar amor y odio, un farsante que bajo la apariencia de predicador esconde a un presidiario huido en busca de dinero. El fracaso del filme terminó conduciendo a Laughton lejos de la industria cinematográfica, a la que sólo volvió en contadas ocasiones y para interpretar papeles de cierta relevancia en filmes como Testigo de cargo (1957), Espartaco (1960) o la magnífica Tempestad sobre Washington (1962), que puso un inmejorable broche a su trayectoria
Para muchas generaciones de buenos aficionados al cine Charles Laughton ha representado el ejemplo evidente de cómo pueden superarse las notorias limitaciones físicas de partida mediante una magnífica técnica interpretativa. Muy lejos del prototipo de galán dada su gordura, rasgos exagerados y peculiar voz, supo rebasar la barrera de actor secundario a la que parecía condenado e incluso convertirse en presencia ineludible y estelar del cine de Hollywood, especializándose particularmente en papeles de acusada ambigüedad.
Su particular método de acercarse a los personajes dotaría a éstos de un fondo de dudosa moral escondida en su interior y susceptible de evidenciarse a la menor circunstancia, hasta convertirse en un canalla autoritario o en un cruel tirano como muchos de los que incorporó a lo largo de su prolongada trayectoria.