Novelista ruso. Escribió novelas sobre la vida de los mineros siberianos de los Urales (Los combatientes, 1883; Tres extremos, 1890; El pan, 1894)
(Tbilisi, 1898 - Los Ángeles, 1987) Director de cine norteamericano. Las películas dirigidas por Rouben Mamoulian muestran a las claras el espíritu inquieto que siempre le caracterizó como individuo al mezclar su culto bagaje intelectual con un enorme entusiasmo por las nuevas tecnologías, sin que se resintiera por ello la voluntad de conectar con el público mayoritario. Muchos de sus populares largometrajes se han convertido de hecho en auténticos clásicos insuperables del cine de aventuras, el melodrama y el musical, además de referentes a la hora de abordar aspectos industriales como la fotografía en color o el sonido
La esmerada educación recibida durante su adolescencia resultó en ese sentido crucial para configurar su personalidad: un padre banquero y una madre entusiasta del teatro (llegaría de hecho a presidir la Sociedad Dramática de Tiflis) le formaron en el rigor disciplinario y la creatividad desbordante. Por eso, tras estudiar el bachillerato en París y cursar la carrera de Derecho en la Universidad de Londres, no resultó extraño que dejara a un lado la voluntad paterna de verle convertido en juez para ingresar en la prestigiosa Escuela de Arte Dramático de Moscú, que tenía como principal cabeza visible al mítico Konstantin Stanislavski
En 1920 dio el salto a Inglaterra, donde comenzó a dirigir diversos montajes de éxito que a su vez le abrirían tres años después las puertas de los Estados Unidos al ser contratado por el presidente de la casa Kodak, George Eastman, para dirigir su compañía de teatro en Rochester. Su actividad escénica entre 1923 y 1926, con desbordantes éxitos incluso en Broadway (como el que le proporcionó Porgy), llamó la atención de la Paramount, que andaba reclutando directores con indudables aptitudes para el diálogo y dispuestos a afrontar la delicada transición del cine mudo al sonoro
Rouben Mamoulian destacó pronto, desde su mismo debut, como un realizador moderno y poco dado a contemporizar con el orden establecido. Así, aunque sus conocimientos de técnica eran muy limitados todavía, en Aplauso (1929) intuyó que la cámara debía recuperar su antigua movilidad (perdida durante los primeros años del sonoro por las limitaciones técnicas) mediante la disociación radical entre el registro sonoro y la toma de imágenes. A ello le sumará la mezcla de sonidos (por ejemplo, música y diálogo) procedentes de dos pistas, a fin de mejorar la calidad acústica del conjunto y lograr sorprendentes efectos que serían muy bien recibidos por los espectadores
Las calles de la ciudad (1931), según la obra literaria de Dashiell Hammett, acabará siendo por su parte una inusual película de gángsters donde Mamoulian jugó con el recurso teatral del monólogo interior, algo insólito en cine pero que pronto fue aceptado como recurso narrativo. Lanzado a la cumbre del estrellato como director puso entonces en marcha El hombre y el monstruo (1931), donde desarrolló los filtros de color como elemento para lograr efectos especiales en la fotografía de blanco y negro, caso de la conversión en un plano fijo del Doctor Jekyll en el malvado Hyde. La intensa emoción y sensualidad de sus imágenes, así como las magníficas interpretaciones de Fredric March y Miriam Hopkins, contribuyeron también poderosamente a hacer de esta película una obra maestra del cine de terror
Ámame esta noche (1932) cerró la primera parte de su carrera con un nuevo experimento audiovisual: el intento de sincronizar imagen y sonido de acuerdo a ritmos musicales predeterminados. Sin embargo, en 1933 decidió otorgarse un leve respiro en sus experimentaciones formales para dirigir a Marlene Dietrich en El cantar de los cantares y a Greta Garbo en La reina Cristina de Suecia.
Las dos divas más grandes del firmamento cinematográfico encontraron en Mamoulian al realizador idóneo para sacar de ellas excelentes interpretaciones, especialmente en lo que respecta a la contención de los gestos y a cierta inexpresividad ambigua que encuentra su máxima expresión en el plano final de La Reina Cristina de Suecia, con Greta Garbo encarando dignamente y sin aspavientos una tragedia sentimental
La feria de la vanidad (1935) fue también un nuevo reto, ya que se trataba de la primera experiencia de Mamoulian con el Technicolor. El director se convirtió a raíz de dicha experiencia en uno de los más notables teóricos sobre el uso expresivo del color, y sus indagaciones continuaron en Sangre y arena (1941), según la novela de Vicente Blasco Ibáñez. No obstante, desde mediados de los treinta el teatro volvió a reclamarle como uno de sus grandes directores, por lo que Hollywood y Broadway comenzaron a alternarse en sus realizaciones.
En los dos terrenos siguió obteniendo estruendosos éxitos, aunque poco a poco fue decantándose por el teatro. De ahí que La bella de Moscú (1957), musical protagonizado por Cyd Charisse y Fred Astaire, cerrase de manera magistral su relación con el cine: al uso del sonido estereofónico y del color le añadió la utilización de la danza para mostrar el avance en la historia de amor de los protagonistas. Instalado en esa posición privilegiada, no titubeó posteriormente ni un momento en abandonar los posteriores rodajes de Porgy and Bess (terminada por Otto Preminger) y de la superproducción Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963), por fuertes desavenencias con los productores