Reina de Nápoles. Hija de María Teresa, casó con Fernando IV de Nápoles (1768), que puso en sus manos el gobierno del país. En 1806 tuvo que refugiarse en Sicilia, abandonando la isla en 1812
Reina consorte y regente de España (Palermo, Sicilia, 1806 - El Havre, Francia, 1878). Era hija del rey de Nápoles, Francisco I; siendo muy joven se convirtió en la cuarta esposa de su tío Fernando VII de España. En 1830 le dio a éste la descendencia que no había tenido de enlaces anteriores, que resultó ser una niña (la futura Isabel II); oportunamente, el rey había publicado poco antes la Pragmática Sanción, aprobada en 1789, por la que la Casa de Borbón restauraba las prácticas sucesorias tradicionales de Castilla, permitiendo el acceso al Trono de las mujeres.
María Cristina luchó por asegurar la sucesión para su hija frente a las expectativas que había despertado la posibilidad de que el rey muriera sin descendencia en su hermano Carlos María Isidro, cabeza visible de la facción ultrarrealista de la corte. Por su parte, Cristina adoptó una postura aperturista hacia la oposición liberal, con la que había tenido prometedores contactos cuando atravesaba Francia en su viaje hacia España.
Aprovechando una enfermedad del rey en 1832, los ultras le hicieron firmar un codicilo anulando su anterior disposición sucesoria y restaurando la Ley Sálica; pero tal rectificación fue a su vez anulada cuando Fernando VII recobró la salud. La inevitable confrontación estalló al morir el rey en 1833, dejando como heredera a una niña de tres años y como regente durante su minoría de edad a su madre María Cristina.
La rebelión de los absolutistas, agrupados en el bando carlista, dio lugar a siete años de guerra civil (1833-40), que obligaron a María Cristina a buscar apoyo entre los liberales para garantizar el Trono de Isabel. Contando con el reconocimiento de Francia e Inglaterra, María Cristina fue avanzando hacia una monarquía constitucional a medida que se lo demandaba la presión liberal
En 1834 llamó a gobernar al moderado Martínez de la Rosa, quien dictó una amnistía para los liberales perseguidos por el régimen absolutista y puso en marcha unas primeras Cortes electivas mediante el Estatuto Real de aquel año. La presión combinada de los movimientos populares y de los pronunciamientos militares, unida a la necesidad de reforzar el bando cristino en la guerra contra los carlistas, determinaron la caída de aquel gabinete y la llamada al poder del progresista Mendizábal (1835), que puso en marcha la desamortización de los bienes de la Iglesia.
En 1836 se produjo el «Motín de los sargentos» de La Granja, que condujo a la liquidación del régimen del Estatuto Real; tras un breve periodo de vigencia de la Constitución de 1812, los progresistas elaboraron una nueva Constitución liberal en 1837. Bajo aquel régimen consiguió el general Espartero derrotar por fin a los carlistas en 1839-40. Entretanto, María Cristina se había hecho impopular, tanto por sus inequívocas inclinaciones políticas conservadoras, como por su matrimonio morganático con un guardia de su escolta llamado Fernando Muñoz, con quien tuvo varios hijos y emprendió los más turbios negocios.
Aprovechando su prestigio militar, Espartero se erigió en líder de los liberales progresistas y en 1840 dio un golpe por el que derrocó a la regente, asumiendo él mismo la Regencia del Reino al año siguiente. María Cristina y su marido tuvieron que exiliarse en París, desde donde organizaron conspiraciones con los moderados para recuperar el poder; fracasado un primer intento, obra de Diego de León (1841), por fin el golpe de Estado del general Narváez declaró la mayoría de edad anticipada de Isabel II y permitió a la reina madre regresar a España (1843).
Desde la sombra siguió ejerciendo gran influencia en la corte, organizó los matrimonios reales, nombró a su marido duque de Riánsares y se enriquecieron ambos participando en toda clase de negocios. Eso explica su descrédito creciente, que se manifestó cuando, durante una nueva revolución progresista en 1854, fue saqueado su palacio madrileño y posteriormente secuestrados sus bienes por el gobierno de Espartero. Tras la caída de éste en 1856 regresó ocasionalmente a España, pero ya no influyó directamente en los asuntos políticos