Escritor español. Sus obras, calificadas de novelas líricas y poemas en prosa, se centran en sensuales descripciones paisajísticas.
Hizo sus estudios en el colegio de Santo Domingo de Orihuela y en el instituto de Alicante. Se licenció en Derecho en la Universidad de Granada, después de algunos cursos en la de Valencia. Tuvo modestos empleos en el Ayuntamiento y Diputación de Alicante. En 1901 se casó con Clemencia Maignon, hija del cónsul de Francia en dicha ciudad. En 1914 reside en Barcelona, en cuya Diputación consigue un empleo, y donde la editorial Vecchi y Ramos le encarga la preparación de una enciclopedia religiosa.
En 1920 es funcionario del Ministerio del Trabajo en Madrid. Vive primeramente en el barrio de Argüelles y encuentra un joven admirador en su vecino Dámaso Alonso, que se relaciona con él y lo evoca después exhalando vida y tratando de "domeñar la rebeldía de la melena gloriosa". Como escritor fue cronista de la ciudad de Alicante (1911). Desde 1921 secretario de los concursos nacionales del Ministerio de Instrucción Pública, en el que también tuvo un empleo. En 1925 ganó el premio Mariano de Cavia. Colaboró en diarios y revistas como ABC de Madrid y La Nación de Buenos Aires.
Cuantos críticos han estudiado su obra, insisten en que, ante todo, es un poeta y que su lenguaje es el propio de la poesía. Como novelista, su novela se aproxima más al ensayo. Pero la gloria de Miró es su expresión, porque él consideraba la palabra "como la más preciosa realidad humana". Aunque los motivos, tipos y pueblos que nos presenta pertenecen a los predilectos de la generación del 98, su forma externa es más propia de la de los poetas modernistas.
Cada vocablo, cada frase de Miró está hipercargada de emoción y, sobre todo de sensaciones. No sólo hay en su lenguaje la expresión de cada uno de sus sentidos, sino que se acumulan en él las sensaciones de dos o de tres de ellos en una complejidad y riqueza nada frecuentes. En sus obras no hay dinamismo; son cuadros de una extraordinaria potencia evocadora. Su geografía, retratos y paisajes, los centra en su región natal levantina.
Comenzó a ser conocido, cuando en 1911, el "Cuento Semanal" le premió Nómada, la narración de un rico jijonense que perdió a su hija y a su esposa y que, para olvidar sus penas, se entregó a la mala vida en la que dilapidó su hacienda convirtiéndose en un nómada nostálgico en Francia, hasta regresar a su tierra en la miseria; y, vencido y humillado, refugiarse en casa de su hermana que estima como una desdicha su llegada. Esta novelita, que había sido precedida de otras -la primera parece que fue La mujer de Hojeda (1901)-, le situó entre los escritores españoles como un levantino que escribía unas novelas distanciadas de los regionalismos conocidos.
En Barcelona se le publicó una novela muy valiosa dentro de su genio típico: Las cerezas del cementerio (1910). Valdivia regresa a su pueblo en busca de reposo, pues está enfermo del corazón, y, en el viaje, conoce a una señora con la que un tío suyo había tenido relaciones amistosas muy accidentadas. Valdivia y ella se apasionan y todos conocen sus amores culpables. Cuando Valdivia muere es enterrado en el cementerio de Posuna, famoso por sus cerezos con ricos frutos que nadie come pensando en que toman su sustancia de los muertos. Pero la amante visitó su tumba y comió de sus cerezas, con las que "sorbía y comulgaba la esencia del amado". Es una novela cuyo estilo está perfectamente adecuado a ese contenido de exaltado e impresionante misticismo amoroso.
En El abuelo del rey (1915) presenta tipos pueblerinos de Serosa, y el principal de ellos, don Arcadio, amante de la tradición, que se amarga la vida primero con el hijo (ingeniero que ama los viajes y se casa con una cubana que muere del primer parto sin que su suegro haya demostrado el más pequeño interés por ella; aquél se aleja de sus padres y muere en Filipinas) y después con el nieto (arruina a los abuelos con sus supuestos inventos, y se va a América sin que nunca se sepa de él más que una vaga noticia de que unos indios le han proclamado rey). Aunque es de las más dinámicas, no es precisamente de las mejores.
En Nuestro Padre San Daniel (1921), "novela de capellanes y devotos" que sitúa en Oleza (Orihuela), en medio de las intrigas familiares resplandecen figuras como Paulina, transida de sensualidad por el paisaje que "le latía encima", o el cura don Magín, entre maravillosas descripciones como la muerte de don Daniel o la de las solemnidades litúrgicas de unas vísperas en la catedral de Oleza.
Ya había comenzado La novela de mi amigo (1907) con un personaje de deseos frustrados y desventuras (la muerte de su hermana de tres años quemada por un pan hecho brasa, su vida con una mujer sórdida y sin ser capaz de asirse a la única esperanza que es el amor que siempre le ha profesado su cuñada, siempre silenciosa junto a él, acaba con su suicidio en el mar "sorbiendo la copa de su amargura"). Niño y grande (1922) presenta dos aspectos; el de un murciano de la huerta que narra su infancia y confidencias con dos condiscípulos; y, después, cuando los volvemos a encontrar, enredados en adulterios más o menos románticos. La parte de esta novela en la Mancha puede considerarse autobiográfica, porque se puede creer coincidente con el viaje que Gabriel Miró realizó a Ciudad Real en 1893.
También son autobiográficas El libro de Sigüenza (1917), en el que Sigüenza personifica al autor con su bondad, su sencillez, su melancolía y su sinceridad que fracasan ante la hipocresía y la inmoralidad aldeanas; y Años y leguas (1928), en el que, ante Sigüenza, pasan veinte años y el paisaje (pueblos, masías, calvarios, morterete) comenzó "a pasar y envejecer referido a su vida". Esta última obra -la última también de su bibliografía- se considera lo mejor y más expresivo de su producción: forma brillante modernista y los aldeanos y los pueblos del 98.
Lo que hay en los libros citados de cuadro pictórico se considera el mejor acierto estético de Miró. Por esto tienen gran significación Figuras de la Pasión del Señor (2 volúmenes, 1916-17) y El humo dormido (1919), con sus Tablas del Calendario entre el humo dormido. Dos obras en las que escenas y personajes del tema van apareciendo como acuarelas. En la primera, con emoción y vivos colores, nos presenta quince capítulos, cada uno con independencia del resto. Los tipos -aunque vestidos con los ropajes bíblicos- están tomados de su humanidad levantina; los paisajes de su tierra natal se sobreponen a las estampas de Judea.
En los de la segunda obra citada, con los personajes, nos va describiendo toda la Semana Santa. Como típica expresión del arte literario mironiano ha de citarse El obispo leproso (1926), en la que nos presenta la ciudad puritana en apariencia, pero contaminada de las más deshonestas pasiones. La lepra patéticamente llamativa se da en el prelado de la diócesis, ya que el leproso es personaje de la predilección mironiana. Aunque se ha acusado a Miró de abusar de un vocabulario precioso y desusado, su prosa es de una gran originalidad y una de las expresiones más ricas de la literatura española moderna
(Barcelona, 1893-Palma de Mallorca, España, 1983) Pintor, escultor, grabador y ceramista español. Estudió comercio y trabajó durante dos años como dependiente en una droguería, hasta que una enfermedad le obligó a retirarse durante un largo periodo en una casa familiar en el pequeño pueblo de Mont-roig del Camp.
Joan Miró
De regreso a Barcelona, ingresó en la Academia de Arte dirigida por Francisco Galí, en la que conoció las últimas tendencias artísticas europeas. Hasta 1919, su pintura estuvo dominada por un expresionismo formal con influencias fauvistas y cubistas, centrada en los paisajes, retratos y desnudos.
Ese mismo año viajó a París y conoció a Picasso, Jacob y algunos miembros de la corriente dadaísta, como Tristan Tzara. Alternó nuevas estancias en la capital francesa con veranos en Mont-roig y su pintura empezó a evolucionar hacia una mayor definición de la forma, ahora cincelada por una fuerte luz que elimina los contrastes. En lo temático destacan los primeros atisbos de un lenguaje entre onírico y fantasmagórico, muy personal aunque de raíces populares, que marcaría toda su trayectoria posterior.
Afín a los principios del surrealismo, firmó el Manifiesto (1924) e incorporó a su obra inquietudes propias de dicho movimiento, como el jeroglífico y el signo caligráfico (El carnaval del arlequín). La otra gran influencia de la época vendría de la mano de P. Klee, del que recogería el gusto por la configuración lineal y la recreación de atmósferas etéreas y matizados campos cromáticos.
El carnaval del arlequín (1925)
En 1928, el Museo de Arte Moderno de Nueva York adquirió dos de sus telas, lo que supuso un primer reconocimiento internacional de su obra; un año después, contrajo matrimonio con Pilar Juncosa. Durante estos años el artista se cuestionó el sentido de la pintura, conflicto que se refleja claramente en su obra. Por un lado, inició la serie de Interiores holandeses, abigarradas recreaciones de pinturas del siglo XVII caracterizadas por un retorno parcial a la figuración y una marcada tendencia hacia el preciosismo, que se mantendría en sus coloristas, juguetones y poéticos maniquíes para el Romeo y Julieta de los Ballets Rusos de Diaghilev (1929). Su pintura posterior, en cambio, huye hacia una mayor aridez, esquematismo y abstracción conceptual. Por otro lado, en sus obras escultóricas optó por el uso de material reciclado y de desecho.
La guerra civil española no hizo sino acentuar esta dicotomía entre desgarro violento (Cabeza de mujer) y evasión ensoñadora (Constelaciones), que poco a poco se fue resolviendo en favor de una renovada serenidad, animada por un retorno a la ingenuidad de la simbología mironiana tradicional (el pájaro, las estrellas, la figura femenina) que parece reflejar a su vez el retorno a una visión ingenua, feliz e impetuosa del mundo. No resultaron ajenos a esta especie de renovación espiritual sus ocasionales retiros a la isla de Mallorca, donde en 1956 construyó un estudio, en la localidad de Son Abrines.
Entretanto, Miró amplió el horizonte de su obra con los grabados de la serie Barcelona (1944) y, un año después, con sus primeros trabajos en cerámica, realizados en colaboración con Llorens Artigas. En las décadas de 1950 y 1960 realizó varios murales de gran tamaño para localizaciones tan diversas como la sede de la Unesco en París, la Universidad de Harvard o el aeropuerto de Barcelona; a partir de ese momento y hasta el final de su carrera alternaría la obra pública de gran tamaño (Dona i ocell, escultura), con el intimismo de sus bronces, collages y tapices. En 1975 se inauguró en Barcelona la Fundación Miró, cuyo edificio diseñó su gran amigo Josep Lluís Sert