Torero español, el único matador de toros al que los historiadores y aficionados reconocen heredero de Manolete en el trono de la interpretación de la suerte suprema. Fue Rafael Ortega un torero al que los años aumentaron el crédito no de sus formidables estocadas, sino de la pureza y verdad de su toreo
Tomó la alternativa en Las Ventas de Madrid el 1 de octubre de 1949, de manos de Manolo González y actuando de testigo Manuel dos Santos, con ganado de don Felipe Bartolomé. Sus éxitos rotundos acompañaron sus cornadas sin alivio. Fue de los poquísimos toreros que en la historia han cortado en dos ocasiones, en el transcurso de tan sólo cuatro años, dos orejas y el rabo en la Maestranza de Sevilla. Fue también de los pocos a los que una cogida ha obligado a dejar de torear.
El 25 de mayo de 1967, de nuevo en Las Ventas, cuajó la faena que en el decir de muchos aficionados ha sido una de las más puras y magistrales realizadas en ese coso. La decisión de Curro Romero, compañero de cartel, de no matar un toro de Cortijoliva que decía toreado, ocupó todos los titulares de la prensa del día siguiente que no hicieron mención a su hazaña.
"Su secreto (escribió el crítico Carlos Abella), como el de los grandes toreros, no era otro que cargar la suerte, adelantar los engaños y hacer sentir al descansar el peso del cuerpo y de su torería en la pierna contraria, aquella que fuerza y mide la salida del toro. De ahí la multiplicidad de percances"
(Comayagua, 1885 - Tegucigalpa, 1932) Poeta hondureño, uno de los principales representantes del modernismo en su país. Realizó estudios en Honduras y Guatemala. De regreso a su tierra se desempeñó como funcionario en la Administración del presidente Francisco Bertrand. Para algunos de sus críticos, Ortega como poeta ahogó el tono grandilocuente de sus predecesores e inició en Honduras el "predomino del raso y el marfil"; se le acusa de ser, en ciertos casos, un romántico arcaico, pero otros críticos lo ponen en duda.
Su obra no es muy abundante, pero su exquisita factura suple ventajosamente la cantidad, pues la época de su producción fue realmente muy corta: en una edad muy temprana lo acometió cierto desequilibrio mental, sumiéndolo en una prematura esterilidad creativa.
No obstante, se le valora que haya escrito los versos de más refinada expresión estética en Honduras; toda su poesía exhala una fragancia de romanticismo y aún en la modernidad de sus poemas galantes trata de imprimir el sello de un ancestro lejano. Entre sus obras destacan El amor errante (1930) y Flores de Peregrinación (1940), recopilada póstumamente.