Novelista española. Autora de una extensa y brillante obra que se integra entre la producción literaria de los grandes narradores que contribuyeron al resurgir de la novela española en las décadas de los años cincuenta y sesenta -como Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Rafael Sánchez Ferlosio y, entre otros, Juan García Hortelano-, está considerada como una de las voces femeninas más relevantes de esa generación de mediados de siglo que presenta como rasgos comunes la preocupación por el hombre sujeto a las injusticias de la vida y la explotación temática de la experiencia vivida, con especial atención a los años de infancia y primera adolescencia.
La crítica especializada ha subrayado, dentro de este selecto grupo de prosistas, el papel decisivo jugado por numerosas narradoras como la propia Elena Quiroga, las ya citadas Carmen Martín Gaite y Ana María Matute, y otras autoras de singular relieve cuyas obras no han gozado de tanta fortuna entre los historiadores de la literatura española contemporánea, como las barcelonesas Carmen Kurtz y Carmen Laforet, y la ovetense Dolores Medio
Nacida en el seno de una familia acomodada (era hija de los condes de San Martín de Quiroga), tuvo una infancia feliz en la localidad gallega de Villoria, cuna de su progenitor, donde también gozó de una tranquila adolescencia ilustrada por abundantes lecturas. La esmerada formación académica e intelectual que le brindaron sus padres -poco frecuente en una mujer de su tiempo- le permitió desarrollar desde muy temprana edad su innata sensibilidad literaria, puesta de manifiesto cuando apenas tenía veinte años de edad con la publicación de su primera narración, titulada La soledad sonora (1949), en la que reconstruía la peripecia vital de una mujer desde su adolescencia hasta su edad madura
Esa viva curiosidad intelectual que animó su infancia y juventud la permitió integrarse muy pronto en los círculos más selectos de la cultura local, donde entabló relaciones con el historiador Dalmiro de Válgoma (futuro secretario perpetuo de la Academia de la Historia), con quien se casó en 1950. Tras la celebración de este enlace, el matrimonio se trasladó a la capital de España, donde Elena Quiroga tuvo ocasión de frecuentar los foros y cenáculos literarios, entrar en contacto con los principales sellos editoriales del país y, en definitiva, incorporarse a ese nutrido grupo de narradores que estaba llamado a renovar la novela española contemporánea a mediados del siglo XX.
La instalación de la escritora cántabra en Madrid coincidió con la publicación de la novela que habría de difundir su nombre: una historia centrada en las relaciones entre una joven sirvienta y su anciano señor, publicada bajo el título de Viento del Norte (1950) y galardonada con el prestigioso Premio Nadal. Ambientada en un pazo gallego, esta obra dejó ya bien definidas las claves estilísticas que habrían de definir la posterior producción narrativa de Elena Quiroga (entre ellas, un aprovechamiento intimista de sus recuerdos de infancia y adolescencia, una prosa elegante y depurada en la que destaca la riqueza del lenguaje, así como una cuidada elaboración cerebral de la trama y los perfiles de los personajes)
Lanzada, a raíz de este temprano éxito editorial, a una fecunda actividad narrativa durante aquellos primeros años de la década de los cincuenta, poco después volvió a los anaqueles de las librerías con su tercera entrega novelesca, titulada La sangre (1952), obra que relata la historia de cuatro generaciones a través de un árbol que cuenta cuanto ve y oye. Dos años después, Elena Quiroga publicó su cuarta novela, Algo pasa en la calle (1954), donde, al lado de las preocupaciones temáticas recurrentes en su producción anterior y del peculiar estilo, se aprecia un intento de explorar nuevos ámbitos novelescos de mayor actualidad. Así, el fracaso amoroso y la ruptura matrimonial que constituyen el eje argumental básico de esta obra se ubican en espacios urbanos y se proyectan a través de personajes de mayor complejidad psicológica.
Todavía sujeta a una frenética actividad literaria, durante el resto de la década de los cincuenta incrementó su producción narrativa con otros títulos tan significativos como La careta (1955), La enferma (1955) -en la que aborda los problemas psíquicos de una mujer que ha sido abandonada por su amante-, Plácida la joven y otras narraciones (1956) y La última corrida (1958) -donde recrea las vivencias de tres matadores de toros-.
Este acelerado ritmo de escritura decayó en la década siguiente. Tristura (1960) fue galardonada con el Premio de la Crítica Catalana; su siguiente entrega narrativa se hizo esperar un lustro (Escribo tu nombre, de 1965) y, a partir de entonces, la autora cántabra fue espaciando cada vez más las publicaciones: Trayecto uno, El pájaro de oro, La otra ciudad, Presente profundo (1973) -tal vez su mejor novela de madurez, centrada en la figura de un médico, Rubén, que rememora la historia de dos mujeres suicidas- y Grandes soledades (1983)
En reconocimiento de esta extraordinaria producción novelesca, en enero de 1983 Elena Quiroga fue elegida miembro de número de la Real Academia Española, donde ocupó el sillón "a", vacante tras la reciente desaparición del también novelista Juan Antonio de Zunzunegui. Fue la segunda mujer en incorporarse a la Academia, después del ingreso en 1978 de la poetisa murciana Carmen Conde
(Madrigal de las Altas Torres, 1499-Madrid, 1594) Prelado español. Miembro del Consejo de Castilla, presidente del Consejo de Italia y obispo de Cuenca (1572), fue nombrado inquisidor general (1573). Extendió la jurisdicción de la Inquisición y preparó el Índice de libros prohibidos de 1583 y del expurgatorio de 1584. Apoyó a Antonio Pérez, quien le ayudó a conseguir el arzobispado de Toledo a la muerte de Carranza (1577). Intentó dirigir la reforma eclesiástica según los decretos tridentinos y convocó un sínodo