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Biografía de Francisco Rodríguez del Toro

Caracas, 1761– Caracas, 1851

Cuarto marqués del Toro, general de división del Ejército Libertador de Venezuela . Era hijo del teniente coronel Sebastián Rodríguez del Toro y de Brígida Ibarra e Ibarra. Coronel del batallón de milicia desde 1790, participó en la acción militar para impedir la invasión de Francisco de Miranda en 1816. Fue uno de los complotados en la llamada Conspiración de los Mantuanos en 1808, tras la cual sufrió arresto domiciliario hasta el indulto de febrero de 1809.

Apoyó, junto a su hermano Fernando, el movimiento del 19 de abril de 1810. Ascendido a brigadier graduado, asumió la comandancia del Ejército de Occidente, enfrentándose sin éxito a los realistas en Coro. Fue designado diputado por El Tocuyo al primer Congreso de Venezuela en 1811, y sería uno de los firmantes del Acta de Independencia y la Constitución Federal de Venezuela. Actuó como segundo comandante del ejército dirigido por el general Francisco de Miranda en las acciones de Valencia (1811), y contra la ofensiva de Monteverde.

Firmada la capitulación de 1812, se refugió con su hermano en Trinidad. Regresó al país después de la batalla de Carabobo en 1821. Entre agosto de 1823 y mayo de 1824 desempeñó la Intendencia de Venezuela, cargo desde el que tuvo que hacer frente a muchos ataques y críticas. Residió en la Quinta de Anauco, que actualmente funciona como Museo de Arte Colonial. Sus restos se encuentran en el Panteón Nacional en Caracas

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(Pujulí, 1924) Militar y gobernante ecuatoriano. Nombrado Jefe de la Junta Militar en el golpe de Estado del 15 de febrero de 1972, se declaró Dictador, y protagonizó la más larga dictadura de la historia de su país. Realizó sus estudios de bachillerato en el colegio Militar Eloy Alfaro de Quito, y luego siguió estudios de ingeniería. Fue docente en el Colegio Eloy Alfaro y profesor de la Escuela de las Américas de Panamá (1964). En 1966, se incorporó al Estado Mayor de la Academia de Guerra y fue condecorado por el presidente Clemente Yerovi.

Tras el intento de golpe militar de marzo de 1971, Rodríguez Lara fue nombrado Comandante General del Ejército por Velasco Ibarra, quien a la sazón cumplía su quinto mandato presidencial. Finalmente, cuando las Fuerzas Armadas derrocaron a Velasco Ibarra en febrero de 1972, Rodríguez Lara fue designado presidente del Consejo Militar de Gobierno; fue entonces cuando adoptó el título de presidente de la República y desplazó a los integrantes de ese organismo para convertirse en dictador.

Los motivos que llevaron a los militares ecuatorianos a hacerse cargo del poder en aquellos momentos fueron fundamentalmente dos: la bonanza petrolera que se avecinaba y el deseo de no permitir un proceso electoral que probablemente habría dado el triunfo al controvertido y populista candidato Assad Bucaram. Los militares no querían que la riqueza petrolera fuera manejada ni por un candidato populista ni por la tradicional oligarquía nacional. La Junta Militar trató de seguir el ideal nacionalista de Velasco Ibarra y su lucha antioligárquica. El pueblo la acogió con simpatía, eufórico como estaba ante la perspectiva de la bonanza petrolera.

Rodríguez Lara retomó la Constitución de 1945, de cierta inclinación izquierdista, porque era la que mejor se acomodaba a los propósitos revolucionarios y nacionalistas del golpe. Formó un gabinete mixto, en el que, sin embargo, las principales carteras quedaban en manos de militares. Los partidos políticos mantenían la esperanza de un pronto retorno al orden constitucional, pero sus ilusiones se vieron desvanecidas cuando Rodríguez Lara anunció su plan quinquenal. Entonces empezó a ejercer el poder asesorado por un Consejo de Gobierno, integrado por militares de las tres ramas de la Fuerzas Armadas, que más adelante fue suplantado por una Comisión Legislativa.

Propuso un Plan de gobierno Nacionalista y Revolucionario, integrado por dos documentos: Principios filosóficos y plan de acción del Gobierno y Plan integral de transformación y desarrollo. Además, decretó el "estado de sitio" y lo mantuvo cerca de cuatro años, con suspensión de todas las garantías constitucionales; confinó en la Amazonía a varios líderes opositores; fiscalizó a personeros del último régimen velasquista; intervino la Corte suprema de Justicia e instauró los "tribunales especiales" para agilizar la administración de justicia principalmente en los delitos de "subversión", pero pronto tuvo que suprimirlos porque se dieron excesos.

Hacia 1974 el régimen comenzó a dar señales de desgaste, de forma que en agosto del año siguiente tuvo lugar el levantamiento del general Raúl González Alvear y otros militares y políticos reunidos en el "Frente Cívico"; González Alvear se apoderó del palacio de Gobierno y se proclamó jefe de Estado, pero Rodríguez Lara pudo llegar a Riobamba, desde donde emprendió la marcha hacia Quito con la brigada de blindados "Galápagos". González Alvear, viéndose sin el apoyo de la fuerza aérea ni de la Marina, tuvo que rendirse, y se asiló luego en la embajada de Chile.

El cuartelazo terminó de debilitar al gobierno de Rodríguez Lara, de forma que cuatro meses después los comandantes del Ejército, la Marina y la Aviación le relevaron del mando. Su salida no fue violenta: más bien pactó con los altos jefes un plazo que le permitió realizar el matrimonio de su hija en palacio días antes de entregar el mando, y organizar él mismo su retirada entre honores militares.

La obra fundamental del gobierno de los militares fue la nacionalización del petróleo. Por primera vez en la historia del Ecuador el poder económico estaba, en buena medida, en manos del Estado; asimismo, el poder político se extendió a nuevas familias de clase media. El petróleo comenzó a brotar en la región amazónica, y su producción llegó muy pronto a los 200.000 barriles diarios; Ecuador entró a formar parte de la OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo) y logró frenar en cierta medida las prerrogativas de las compañías petroleras Gulf y Texaco. El petróleo se convirtió en el eje económico de la economía estatal y permitió la acometida de importantes obras de infraestructura nacional, tales como la hidroeléctrica de Paute, la refinería petrolera de Esmeraldas, el terminal petrolero de Balao y la dinámica obra de vivienda popular.

En general fueron años de despegue en el desarrollo del Ecuador, que duró toda la década de los setenta. El gran despilfarro se produjo en el sector agrario, con una importación de fertilizantes que supuso una pérdida neta para el Estado de 386 millones de sucres. En general, Rodríguez Lara se comportó como un administrador sagaz y prudente. Guiado por un gran sentido común y un instinto populista, era conocido cariñosamente con el apelativo de "Bombita". Tras dejar el poder, se retiró a su hacienda de Tigua Centro, a unos 40 km de Pujilí, donde se dedicó a la agricultura y a la cría de ganado

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