Asceta sirio. Fue expulsado de un monasterio de Antioquía a causa de su excesivo rigor ascético. La fama de sus milagros le ganó pronto el fervor popular, motivo por el cual, y para recuperar, al parecer, la necesaria calma para su espíritu, decidió vivir en un pilar de piedra, que fue primero de unos dos metros y que al final llegó a tener más de quince metros de altura. Allí pasó los últimos treinta años de su vida, entregado a la meditación y sobreviviendo gracias a los donativos que recibía. El lugar se convirtió en centro de peregrinación, y pudo convertir al cristianismo a numerosos infieles; su influencia le permitió incluso abogar a favor del partido calcedoniano en las polémicas de la época sobre la naturaleza de Cristo. Su ejemplo daría lugar a múltiples emuladores ya en su tiempo y durante los siglos posteriores, que trataron de imitarlo o incluso superarle
(864 o 865-927) Kan de los búlgaros (893-927). Profundamente influido por el cristianismo, se enfrentó a las tribus paganas eslavas y serbias. Derrotó a los húngaros (904) e inició ataques contra Bizancio, apoderándose de gran parte de Macedonia y de Albania. En 913 reanudó las hostilidades; conquistó Adrianópolis (914) y llegó a las puertas de Constantinopla. Fracasado su intento de conquistarla, abrió negociaciones con Roma (924); fue reconocido zar de los búlgaros y de los griegos, y la iglesia búlgara obtuvo la independencia respecto a Bizancio. Protegió el arte y la cultura y fundó el patriarcado ortodoxo búlgaro de Tirnovo