(Viena, 1885 - Maurepas, 1957) Director y actor cinematográfico austríaco. Los orígenes familiares de Von Stroheim se mantienen ocultos tras una nube impenetrable que el propio interesado se ha encargado siempre de alimentar. Él siempre insistió en que procedía de una familia noble centroeuropea, pero sólo se sabe que estudió en la Academia Militar de su país y que permaneció en el ejército casi durante una década, hasta que en 1909 se trasladó a Estados Unidos, según se dice, tras haber desertado.
Una vez en este país, trabajó en lo que pudo, desde empleos menores hasta otros más variopintos, como actor, cantante de “music-hall” o presentador de desfiles de modas. Mostraba también cierto interés por la escritura, por las obras de teatro y las novelas baratas. Entró en el mundo del cine sin apenas hacer ruido, como extra y especialista. El capitán Macklin (1914), de Jack Conway, supuso su debut como actor y su primer contacto con John Emerson, uno de los directores estadounidenses que iniciaban por aquel entonces su carrera y con el que colaboró como actor y ayudante de dirección en otras seis películas.
No obstante, el director de estos primeros años que más le marcaría en su carrera fue David Wark Griffith, con el que trabajó como actor en El nacimiento de una nación (1915) y, especialmente, como actor y ayudante de dirección en Intolerancia (1916). Stroheim se vio sorprendido en este caso por la capacidad de Griffith para romper con la mentalidad de la época y desarrollar proyectos de gran envergadura que, sin duda, le ilustraron para sus posteriores trabajos como director
Tras el aprendizaje al lado de Griffith y Raoul Walsh, Stroheim consiguió que el productor Carl Laemmle, propietario de la Universal, le dejara dirigir Blind Husbands (1919), adaptación de Pinacle, una de sus obras. Aquí ya aparece como actor principal, interpretando a un militar aristocrático “amante del buen vino, las mujeres y las canciones”. El éxito obtenido por esta película le permitirá a Stroheim continuar con su carrera al lado de Laemmle, quien le produjo sus dos siguientes trabajos: La ganzúa del diablo (1920) y Esposas frívolas (1922)
Por esos años, Erich von Stroheim comenzó a definir en gran medida el perfil de su personaje más conocido, el de oficial prusiano, un rostro incapaz de mostrar un resquicio de humanidad, implacable aunque juerguista y frívolo, capaz de reírse de sus “orígenes” aristocráticos a fuerza de hacer creer que no hacía más que interpretarse a sí mismo. Es la fiel imagen de la decadencia; algunos de sus personajes no son otra cosa que parásitos sociales capaces de perseguir a los humildes y de sentirse gozosos en un mundo de lujuria y degeneración
Stroheim no había perdido de vista las enseñanzas de su maestro Griffith, de ahí que en Esposas frívolas viera la oportunidad de demostrar que también sabía dominar el espacio y la acción en marcos inigualables y sorprendentes para la época. Laemmle construyó en sus estudios, y a escala real, una réplica de la Plaza Central de Montecarlo, en donde se aprecian el Café de París y el famoso Casino.
El ambiente de trabajo que rodeó la producción fue bastante tenso, por cuanto el rodaje se prolongó nueve meses más de lo establecido y en el montaje se produjo un fuerte enfrentamiento entre Stroheim, Laemmle y su asesor, Irving Thalberg. El director quería estrenar una película de seis horas en dos partes, postura a la que se oponían la mayoría de los distribuidores y exhibidores del momento. Además, los contenidos de la película no resultaban del todo aconsejables para que el estreno pudiera ser apto para un público masivo, dado que contenía escenas escabrosas y consideradas indecentes por los diversos comités moralistas y por el propio productor.
La película rezumaba insinuaciones acerca de la decadencia de la aristocracia y, a caballo del horror y la ternura, Stroheim consiguió elaborar un cuadro en el que se sucedían los momentos de inestabilidad, morbosidad e irracionalidad, siempre en un marco cotidiano y con la constante de una crítica hacia ciertos valores efímeros de la vida. Un espectáculo, en definitiva, transgresor que difícilmente pudo superar las barreras morales y comerciales de la época
Las obsesiones de Stroheim, lejos de apaciguarse, se incrementaron, sobre todo en el campo del sexo -sea éste enfermizo por sus desviaciones, agresivo, masoquista o fetichista-, tema que siempre ha sido tratado con exceso de cuidado puritano por parte del cine estadounidense. El director austríaco se mostró siempre contrario a soportar la tiranía de un código de conducta hipócrita. Por eso, sus actuaciones se movieron por caminos que, ineludiblemente, provocaron numerosas reacciones
Tras abandonar la Universal, Stroheim consiguió que Goldwyn Pictures le apoyase en su película Avaricia (1924), una revisión de la sociedad estadounidense a partir de la adaptación de la novela de Frank Norris McTeague, en la que hace hincapié en los instintos de la humanidad ocultos bajo el manto del civismo más convencional. El director buscaba realizar otro proyecto minucioso hasta la exageración que terminó en una película de siete horas de duración. Ante la iracunda reacción de Thalberg (ahora en la recién constituida Metro Goldwyn Mayer), de quien dependía la película de Stroheim, tuvo que reducir el metraje y dejar en su mínima expresión lo que era la idea original. No obstante, aunque en su momento no tuvo el éxito esperado, Avaricia (Greed) se consolidó como una de las grandes aportaciones del cine mudo y en ella la calidad narrativa de Stroheim se hace evidente
Sorprendentemente, fue Thalberg el que ofreció a Stroheim su siguiente película, La viuda alegre (1925), melodrama bajo la forma de una opereta que ofrecía el condicionado buen hacer del megalómano director, quien supo aprovechar su reducido campo de acción para conseguir resultados satisfactorios, y ello a pesar de que era difícil para Stroheim, muy dado a la suntuosidad, sintetizar las ideas y simplificar los elementos narrativos en favor de una evolución más sugerida que ampliamente diseccionada. Debe decirse, no obstante, que el director no tuvo nada que ver en el montaje final de película. Por eso La marcha nupcial (1927) o La reina Kelly (1928) se vieron no sólo dificultadas en su explotación comercial, sino que también sintieron de lleno alguno de los cambios que se apreciaban en el seno de la industria de Hollywood. La implantación del sonido marcó la trayectoria del director, sobre todo porque los productores ya no estaban dispuestos a soportar tanta presuntuosidad y megalomanía
Erich von Stroheim se dio cuenta a esas alturas de que nada tenía que hacer como director, por lo que volvió su mirada a la interpretación y el guión, ámbitos en los que desarrolló una intensa y prolífica carrera. Destacan sus colaboraciones en Muñecos infernales (1936), de Tod Browning; La gran ilusión (1937), de Jean Renoir; y Cinco tumbas al Cairo (1943) y El crepúsculo de los dioses (1950), ambas de Billy Wilder
Erich von Stroheim es uno de los directores fundamentales de la historia del cine, no sólo por sus atrevidas puestas en escena, sino por haber sabido imprimir al cine de la época el empuje creativo que necesitaba para consolidar una estructura narrativa novedosa, al tiempo que sólida y ejemplar para futuras generaciones. Al analizar en detalle cada una de sus películas se pueden apreciar los numerosos rasgos que le confirman como un habilidoso realizador, con un concepto del espacio y el tiempo sorprendentes, a la vez que un magnífico director de actores