. Dictador dominicano. Rafael Leónidas Trujillo era comandante de la Guardia Nacional, un cuerpo militar creado por los Estados Unidos para preservar sus intereses en la isla. En 1930 dio un golpe de Estado y se proclamó presidente de la República Dominicana.
Trujillo ejerció hasta su muerte un poder dictatorial, si bien durante los años 1938-42 y 1952-61 se sirvió de intermediarios de su confianza para ocupar los principales puestos políticos (como su propio hermano Héctor Bienvenido, al que situó como presidente de la República y primer ministro en 1952).
La dictadura de Trujillo se apoyó en el ejército y la policía, reprimiendo brutalmente a la oposición. El nepotismo y la corrupción enriquecieron, en detrimento de la mayoría del país, a una estrecha oligarquía encabezada por el propio clan de los Trujillo (que se hizo con negocios como el monopolio del tabaco).
En su delirio de grandeza, Rafael Leónidas Trujillo llegó a cambiar el nombre de la capital dominicana, rebautizándola Ciudad Trujillo; construyó obras públicas enormes para perpetuar su memoria; y lanzó a su ejército a operaciones de intervención en otros países del Caribe. Ante tales excesos, los Estados Unidos dejaron de apoyarle y promovieron un golpe de Estado militar, en el que murió asesinado el dictador
(París, 1878-1961) Director de cine francés. Pocos directores en la historia del cine han manifestado tantas influencias de los principales movimientos artísticos de finales del siglo XIX y comienzos del XX como las que evidenció a lo largo de su dilatada trayectoria Maurice Thomas Tourneur. Discípulo aventajado de Auguste Rodin y Puvis de Chavannes, con apenas dieciocho años se convirtió en uno de los más prometedores ilustradores y diseñadores gráficos del inquieto París que empezaba a ser el foco cultural europeo por excelencia.
Su desmedido interés por el teatro le llevaría muy tempranamente, sin embargo, al abandono de esas actividades para centrarse en una prometedora carrera interpretativa dentro de la compañía del prestigioso André Antoine. Como resultado de todo ello, en 1912 fundó la productora cinematográfica Eclair con el objetivo de trasladar a la pantalla del naciente arte una serie de famosas obras teatrales protagonizadas por las más ilustres divas del momento.
Dos años después se trasladó a los Estados Unidos, convertido en jefe de producción y director, para trabajar a las órdenes de Jesse Lasky en varios largometrajes que imitarán los modelos franceses del Film D´Art (grandes dramas de época que transcurrían entre suntuosos decorados y lujosos vestidos), y que tenían como protagonista principal a Olga Petrova. Sin embargo, gracias a ese contacto de primera mano con la industria estadounidense del cine, el estilo narrativo de Tourneur inició una lenta evolución hacia un mayor dinamismo y se alejó poco a poco de la mera copia de las técnicas teatrales
En ese sentido, su encuentro con la actriz Mary Pickford en The Pride of the Clan y La pobre rica (ambas de 1917) resultó determinante: al éxito económico de estas películas se unió la admiración popular por su elegante mezcla de elementos escénicos vanguardistas y novedosos efectos cinematográficos. En los dos años siguientes, llegó al máximo de su fama como director gracias a cinco títulos consecutivos entre los que destacaron la adaptación de la obra de Maurice Maeterlinck The Blue Bird, la epopeya histórica Woman -una peculiar síntesis del relevante papel jugado por la mujer a lo largo de los siglos, desde el Paraíso Terrenal hasta la Guerra de Secesión norteamericana- o el triste melodrama Sporting Life
Convertido en uno de los principales directores del momento, Maurice Tourneur se asoció a Thomas Ince para crear Associated Producers y dirigir su auténtica obra maestra: la adaptación de El último Mohicano (1920). Este ágil largometraje de aventuras, pletórico de ritmo y narrado con indudable eficacia, le asentó en el firmamento cinematográfico mundial hasta el extremo de que las más poderosas compañías de producción empezaron a disputarse sus servicios: con Paramount había rodado Victory (1919) según una novela de Joseph Conrad; en Universal tuvo oportunidad de trabajar junto a Lon Chaney en La isla del tesoro y Mientras París duerme (ambas de 1920); y la Metro Goldwyn Mayer le ofreció un importante contrato por varios años que finalizaría de manera tormentosa en 1927 con el rodaje de La isla misteriosa.
Las numerosas interferencias desde las altas esferas de la empresa, que cada vez confiaba menos en el éxito económico de los filmes de aventuras dirigidos por Tourneur (pese al indudable rendimiento en las taquillas de títulos como Lorna Doone, 1922; La isla de los barcos perdidos, 1923; o La triste aventura, 1925), provocaron su inmediato retorno a Europa. Quedaba roto también de este modo el magnífico equipo técnico habitual en su filmografía estadounidense, compuesto por el director de fotografía John van der Broek, el director artístico Ben Carré y el montador Clarence Brown, que casi inmediatamente daría el salto a la dirección convirtiéndose en el realizador que más partido supo extraerle a Greta Garbo
Recibido en Francia como una especie de hijo pródigo, Maurice Tourneur se integró con rapidez en la industria europea gracias a L´Equipage (1928). Pero su estilo visual pictorialista y la sofisticación de sus planteamientos acabaron llevándole a un incómodo territorio fronterizo entre el cineasta para intelectuales y el artesano eficaz para el gran público. La dificultad para conciliar ambos mundos quedó patente en una serie de títulos que van desde Hombres sin ley (1927), protagonizada por Marlene Dietrich, a la comedia de enredo Cocktail de besos (1934), con Suzy Vernon, Colette Darfeuil y el español Pedro Elviro "Pitouto"
Con todo, supo mantener a flote su prestigio como adaptador de relatos llenos de aventura, poniéndolo al servicio de producciones de ambientación histórica como Katia, El zar loco (ambas de 1938), Volpone (1940) o Mam´zelle Bonaparte (1941). La mano del diablo (1942), según la obra de Gerard de Nerval, supuso el retorno a sus mejores tiempos: público y crítica parecieron conciliar entonces sus posiciones otorgándole el éxito necesario para que su carrera como director tuviera continuidad hasta la definitiva clausura seis años después. Su hijo, Jacques Tourneur, heredaría como montador y director el testigo dejado por un cineasta que supo integrar como pocos en el cine los principales avances vividos en el teatro y la pintura