Pintor británico. Fue un artista precoz, admitido ya a los catorce años como alumno en la Royal Academy, de la que fue nombrado miembro asociado en 1799, a los veinticuatro años, y de la que fue también, más tarde, profesor y vicepresidente. Su prematura inclinación hacia la pintura se concretó desde el primer momento en una vocación de paisajista, hasta el punto de que fue el paisaje el único tema que cultivó, y del cual llegó a ser un maestro indiscutible.
A partir de 1792 adoptó la costumbre de realizar apuntes de paisajes y vistas para venderlos a grabadores o convertirlos luego en óleos o acuarelas. Esta línea de actuación, mantenida a lo largo de toda su vida, está en el origen de la gran cantidad de dibujos que dejó a su muerte, amén de los que se incluyeron en obras como Puertos de Inglaterra o Vistas pintorescas de las costas meridionales de Inglaterra.
Aunque su obra fue muy discutida, contó con admiradores y mecenas incondicionales, como el tercer conde de Egremont y Ruskin. Gozó, por ello, de un gran desahogo económico, que le permitió realizar constantes viajes por diversos países (Francia, Suiza, Italia), de los que constituyen un recuerdo memorable, por ejemplo, sus series de vistas de Venecia.
Desde sus inicios, sus paisajes son plenamente románticos por el dramatismo de los temas tratados y manifiestan un interés particular por el espacio atmosférico y los efectos luminosos. Estos dos rasgos, los más característicos de su peculiar estilo, se mantuvieron hasta el final de su carrera, aunque en composiciones cada vez más esquemáticas y abstractas en las que el color adquirió un protagonismo absoluto. En sus últimos años vivió una existencia solitaria, con frecuentación casi exclusiva de su amante, Sophia Booth
(Julia Jean Frances Mildred Turner; Wallace, 1920 - Century City, 1995) Actriz de cine estadounidense. Hija de un profesor, fue descubierta por uno de los habituales cazadores de caras nuevas que las productoras de Hollywood tenían por todo el país, a la búsqueda de chicos y chicas que pudieran renovar la insaciable necesidad de actores con que surtir una industria en perpetua evolución. En su caso fue la Metro Goldwyn Mayer la que se fijó en ella y le introdujo en el cine. Empezó con un papel de segunda fila, en una película dirigida por Mervin Le Roy, titulada They Wont´s Forge (1937), pero en poco tiempo alcanzaría los lugares principales en las carteleras
A comienzos de los años cuarenta participa en la adaptación que Victor Fleming hace del clásico de Stevenson, El extraño caso del doctor Jekyll (1941), en la que compartió títulos con Spencer Tracy y una joven Ingrid Bergman. En un principio las dos actrices iban a intercambiar sus papeles, pero Fleming decidió que Turner interpretase a la “chica buena”, pues entendía que de ese modo la cinta ganaba en ambigüedad
Posteriormente interpreta dos películas que la van a convertir en una actriz de gran éxito y popularidad. La primera es El cartero siempre llama dos veces (1946), de Tay Garnett, la más interesante versión de todas las que se hicieron de la novela de James M. Cain, que la actriz protagonizó al lado de John Garfield, y que constituye una de las piezas emblemáticas de la novela y el cine negro.
La otra película que va a contribuir a su despegue es Los tres mosqueteros (1949), de George Sidney, otra adaptación cinematográfica de la famosa novela de aventuras de Alejandro Dumas, llevada al cine en numerosas ocasiones. Esta versión, que posee un ritmo y una coreografía que en ocasiones hacen de ella casi un delicioso ballet, se estructuró en dos partes: en la primera destaca más el personaje de D´Artagnan, que interpretó Gene Kelly; mientras que en la segunda es la siniestra milady de Winter, es decir, Lana Turner, quien carga con la responsabilidad en el intento de hundir a la reina a los ojos del rey con la pérdida de los herretes que éste le había regalado
A partir de este momento Lana Turner se convierte en una actriz de considerable fama, uno de los activos más importantes de la Metro Goldwyn Mayer en taquilla. Durante la década de los años cincuenta va a continuar su carrera con títulos importantes, no sólo por la popularidad de sus éxitos, sino por ser obras que han alcanzado un lugar en la historia por su misma calidad y estructura cinematográfica. En este sentido se debe citar forzosamente Cautivos del mal (1952), de Vincente Minnelli, una visión del mundo del cine en Estados Unidos que, en realidad, es un profundo estudio psicológico de comportamientos humanos
Entre finales de los cincuenta y principios de los sesenta, Lana Turner rueda tres melodramas, que la encasillan en un cierto tipo de producciones apropiadas para un físico que iba madurando. Se trata de Vidas borrascosas (1957), de Mark Robson, film sustentado en un famoso best-seller norteamericano, del que luego se rodarían más versiones, Imitación a la vida (1959), dirigida por Douglas Sirk, con John Gavin como principal actor masculino y que tuvo una buena acogida de público, y Retrato en negro (1960), de Michael Gordon
Situada en la cumbre de su popularidad y en plena madurez, un acontecimiento la llevó a la primera plana de los periódicos: su hija adolescente, Cheryl, mató al gángster Johnny Stompanato, novio de Lana. La publicidad adversa, incluida la publicación de las tórridas cartas dirigidas a Johnny, fue explotada al máximo por la prensa amarilla, pero apenas afectó su carrera. Durante los años sesenta su actividad continuará, pero la importancia de sus filmes irá decreciendo; son años en los que procura hacer comedias sobre todo, tal vez en un intento de cambiar su imagen y hacer olvidar los sucesos negativos. En los años setenta se produce su declive, y cierra su actividad el filme Witche´s Brew (1980), de Richard Shorr, pobre y falso final a su carrera
Lana Turner nunca fue considerada una gran actriz; no tuvo ningún premio de importancia por su trabajo, pero en algunas ocasiones demostró que tenía más cualidades de las que los historiadores le han reconocido. Determinados directores -Vincente Minnelli o Douglas Sirk- supieron extraer de ella interpretaciones que demostraban que había más calidad de la que solía mostrar habitualmente. Sin embargo, el mayor recuerdo ha quedado en la memoria por una belleza muy adecuada al gusto de la clase media de Estados Unidos de los años cuarenta y cincuenta. Su forma de peinarse y de vestir fue asumida por toda una generación de mujeres