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Biografía de Yahya al-Qadir

Hacia 1050 - Valencia, 1092

Rey de las taifas de Toledo y Valencia. Hijo de Hisham, Yahya fue nieto de Yahya ibn Ismail al-Ma´mun de Toledo y le sucedió a su muerte en 1075, aunque existen indicios para pensar que Hisham murió unos pocos meses después que al-Ma´mun y Yahya sucedió realmente a su padre, no a su abuelo. Tomó el título de al-Qadir.

Durante unos meses fue su visir Ibn al-Hadidi, de gran importancia durante el reinado de su abuelo, pero al-Qadir lo mandó asesinar el 25 de agosto de 1075; este hecho provocó disensiones internas en Toledo, que se agravaron ante los constantes recortes de territorio que Toledo sufría por parte de las taifas de Sevilla y Zaragoza

En 1076 al-Muqtadir de Zaragoza se interesó por la conquista del reino de Valencia, cuyo soberano, Abú Bakr Muhammad Abd al-Aziz, reconocía la soberanía de al-Qadir. El régulo zaragozano pagó una suma de dinero a Alfonso VI para que éste le permitiese apoderarse de Valencia y en 1076 al-Muqtadir envió un ejército para la conquista de la ciudad; Abd al-Aziz evitó la entrada del ejército invasor reconociendo la soberanía de al-Muqtadir y sustrayéndose de la obediencia de al-Qadir. No obstante, Abd al-Aziz siguió mencionando a al-Qadir en las monedas valencianas hasta 1084.

Gracias a las alianzas de al-Ma´mun y de Alfonso VI de Castilla, al-Qadir heredó además el dominio de Córdoba, conquistada pocos meses antes de la muerte de al-Ma´mun. Conservó como visir a Hakam ibn Ukasa, señor de un castillo cercano a Córdoba, que había sido el principal artífice de la conquista de la ciudad. En 1078 Abul Qasim Muhammad al-Mu´tamid de Sevilla reconquistó la ciudad, expulsando de ella a al-Qadir y crucificando a Ibn Ukasa. El rey de Sevilla también arrebató territorios a la taifa de Toledo por el este y por el sur

En 1080 se produjo una revuelta en Toledo que terminó con el gobierno de al-Qadir. Éste huyó y pidió socorro al gobernador de Huete, que le negó su ayuda; finalmente fue acogido por el gobernador de Cuenca. Toledo quedó en manos de al-Mutawakkil de Badajoz, que entró en la ciudad en junio y permaneció en ella diez meses. En este tiempo al-Qadir llevó unas intensas negociaciones con Alfonso VI para que el castellano le ayudase a recuperar Toledo. Al-Mutawakkil abandonó Toledo en abril de 1081 e inmediatamente fue proclamado al-Qadir, que por la ayuda del rey castellano tuvo que entregarle las plazas de Zorita, Cantuarias y Canales.

Se mantuvo cuatro años en el poder, durante los cuales sufrió los ataques de Zaragoza y Sevilla, que le siguieron arrebatando territorios, y se vio acosado por sus súbditos. Consciente de la precariedad de su situación, negoció con Alfonso VI la entrega de Toledo a cambio del reino de Valencia y Alfonso accedió. En otoño de 1084 el rey castellano inició el asedio de Toledo, defendida por cuenta de sus propios habitantes, mientras que al-Qadir permanecía en el alcázar; en mayo de 1085 Alfonso logró la capitulación de la ciudad por medio de un compromiso de respetar vidas y haciendas de los que decidieran quedarse, así como sus mezquitas, promesa esta última que fue incumplida. Alfonso VI entró en Toledo el 25 de mayo de 1085. Al-Qadir, de momento, se retiró a Cuenca

A principios de junio del mismo año murió Abú Bakr Muhammad Abd al-Aziz y al-Qadir, seguro de obtener una buena acogida en la ciudad y apoyado por Alfonso VI y las milicias de Álvar Fáñez, tomó el camino de Valencia, donde llegó a principios de 1086. Los valencianos, que temían un ataque de Alfonso, unos se inclinaban por ofrecer el poder a al-Muqtadir de Zaragoza y otros a al-Qadir; depusieron a Utman, hijo y sucesor de Abd al-Aziz y proclamaron a al-Qadir en febrero. El nuevo rey nombró visir a Abú Isa ibn Lubbun, un piadoso alfaquí que conservó el poder por poco tiempo, ya que a finales de año se estableció de manera independiente en la fortaleza de Murviedro (Sagunto)

En la primavera de 1086 Ibn Maqur, señor de Játiva, negó el reconocimiento a al-Qadir, apoyándose en Mugdir de Tortosa, Lleida y Denia. Mugdir sitió Valencia aquel año, pero la llegada de los almorávides a la Península y su victoria en octubre en Sagrajas detuvo las hostilidades. En 1087 Mugdir volvió sobre Valencia, esta vez con apoyo catalán. Al-Qadir obtuvo la ayuda de Ahmed al-Mustasin de Zaragoza y la de Alfonso VI, que con el Cid llegó a dominar toda la región, sometiendo a parias a la ciudades, las más cuantiosas de las cuales recayeron sobre Valencia: al-Qadir pagaba al Cid 52.000 dinares, más 5200 para el obispo mozárabe de la ciudad.

De hecho el Cid gobernó sobre Valencia a través del visir Ibn Faray y las cotas de descontento hacia al-Qadir y su sometimiento a los cristianos crecieron entre sus habitantes. En 1092 se alzó con el poder en Valencia Ibn Yusuf al-Qadi, noble de rancia familia valenciana que escribió al caíd almorávide de Murcia ofreciéndole la ciudad, como medio de librarla de la dominación cristiana. Al-Qadir fue asesinado durante la revuelta que dio el poder a al-Qadi

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(Abu Zakariyya Yahya) Primer emir de Túnez (1229-1249) perteneciente a la Dinastía hafsí, que reinó en la antigua provincia musulmana de Ifriqiya (actual Túnez) hasta el año 1574, cuando la región cayó en manos del Imperio otomano. Era nieto de Abú Hafsí Omar, uno de los compañeros íntimos del prestigioso mahdí Ibn Tumart, padre ideológico y religioso de la dinastía norteafricana de origen beréber de los almohades

Yahya, nombrado a la sazón desde el año 1207 gobernador de Ifriqiya por el emir almohade Muhammad, aprovechó a la perfección la coyuntura política que le ofrecía el debilitamiento progresivo que atenazaba al Imperio almohade para ir, progresivamente, desligándose de la obediencia a Marrakech (capital de los almohades), aunque, con el fin de evitar la ruptura con la doctrina almohade, en un principio defendió públicamente su pureza para no levantar sospechas mientras hubiera alguna posibilidad de reacción almohade.

Esta situación se mantuvo hasta 1237, cuando durante la oración del viernes en la mezquita principal de Túnez Yahya I se nombró con el título de emir y omitió al emir almohade, comportamiento con el que ratificaba oficialmente algo que ya venía sucediendo de facto desde el año 1229: la desaparición del poder almohade en Ifriqiya y el advenimiento de una nueva dinastía totalmente tunecina, la de los hafsíes, llamada así en honor de su abuelo Abú Hafsí

En plena desintegración del fabuloso imperio territorial de los almohades, Yahya I ocupó, en el año 1230, las ciudades de Constantina y Bujía, para, al año siguiente, someter la ciudad de Argel y el valle del Sélif. De acuerdo con su política de anexiones territoriales y expansión, en el año 1242 extendió su poder a la ciudad de Tlemcén y sus alrededores, cuyo emir Yarhmurasan Ibn Zayyan también se había desembarazado de la tutela almohade para fundar la dinastía independiente de los abd al-wadíes, en el año 1235.

Con el objeto de recuperar su capital, los soberanos abd al-wadíes no tuvieron ningún inconveniente en pactar con el hafsí un reparto territorial y de influencias al mismo tiempo que reconocían su autoridad y la de la propia dinastía en la antigua región de Ifriqiya. A la par, Yahya I fue atrayéndose hacia su órbita una serie de pequeños estados vasallos, con los que acabó constituyendo un reino beréber a tener en cuenta en el Magreb central.

A su muerte, acaecida en el año 1249, su hijo Muhammad I heredó un reino que se extendía por occidente hasta las ciudades marroquíes de Tánger y Ceuta y hasta las mismísimas estribaciones del desierto del Sáhara por el sur, con una soberanía aceptada por los nazaríes de Granada e incluso por los benimerines marroquíes, otra dinastía beréber norteafricana, como la hafsí y la abd al-wadí, surgida tras el descalabro almohade

Yahya I favoreció como pocos monarcas norteafricanos los intercambios comerciales con diferentes estados de la cristiandad europea y con las ciudades marítimas y comerciales más importantes del Mediterráneo, para dejar en un segundo plano el aspecto religioso o político a la hora de comerciar. En este sentido, se firmaron tratados y acuerdos comerciales con Provenza, el Languedoc, las repúblicas italianas de Génova, Amalfi y Pisa, con Sicilia, con la Corona de Aragón y un largo etcétera.

La mayor parte de estos países mantenían colonias de mercaderes en los puertos tunecinos más dinámicos. Entre todos ellos destacaba el de Túnez, ciudad que como nueva capital del reino en detrimento de Kairuán experimentó un crecimiento espectacular; no en vano, el puerto de Túnez acogía a los cónsules europeos encargados de proteger los intereses de sus naciones.

Otra muestra del gran sentido político, comercial y cultural que poseía Yahya I fue el aliento y protección que ofreció a numerosos emigrantes musulmanes procedentes de al-Andalus que iban llegando a la región en números elevados, muchos de ellos pertenecientes a la clase media (artesanos, agricultores, joyeros, intelectuales, etc). Expulsados por el ímpetu que venían imprimiendo los monarcas peninsulares a la Reconquista, el estado hafsí los acogía con los brazos abiertos para aprovechar su excelente preparación técnica, sobre todo en cuanto a la agricultura y a la tradición artístico-cultural.

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