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Biografía de Al- Yahiz

Basora, 776 - 868

Escritor árabe. Escribió unos doscientos volúmenes que van desde tratados de teología de la escuela racionalista muítazilí a libros de polémica político-religiosa y obras de lexicografía. Sin embargo, el núcleo de su obra se inscribe dentro del adab, género misceláneo que, al modo de un manual modélico sobre la arabidad, aborda cuestiones varias sobre el arte de vivir y el buen comportamiento.

Aunque no abandonó su ciudad natal, frecuentó los círculos intelectuales de Bagdad, sin ocupar jamás un cargo oficial, ni entregarse a otra actividad al margen de la escritura. Dotado de una curiosidad notable, en su obra se evidencia una fecunda síntesis cultural entre lo árabe, lo persa y el pensamiento griego.

Maestro de la prosa literaria medieval, entre sus obras más conocidas se destacan El libro de los avaros, que es a la vez una galería de retratos y un análisis de la avaricia, y El libro de los animales, mucho más que un simple bestiario medieval, en el que se entreveran agudas digresiones teológicas, metafísicas y sociales. Este autor representa auténtico humanismo árabe.

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(Yahya ibn al-Nasir al-Mutasim; ?, hacia 1210 - Garb, Marruecos, 1236) Califa almohade de Marruecos y Al-Andalus. Su corto califato estuvo siempre amenazado por las tentativas del señor de Al-Andalus de proclamarse califa en Marruecos; después de ser destituido, fue repuesto en el trono durante unos meses en los que su poder fue nulo

Hijo de al-Nasir, Yahya fue propuesto para suceder al califa almohade Abdallah al-Adil, siendo aún un adolescente en octubre de 1227. Aunque en un principio los jeques de Marruecos se habían reunido para proclamar a Abú-l-Ula Idris, señor de Al-Andalus y hermano del fallecido califa, prevaleció la opinión de los valedores de Yahya, los jeques de Hintata y Tinmallal

Desde el comienzo de su reinado, en el que tomó el título de al-Mutasim, fue perdiendo apoyos en beneficio de al-Mamoun, que no paró de intrigar para que Yahya fuese depuesto y aclamado él en su lugar. Las tropas califales fueron diezmadas por las de los cada vez más numerosos rebeldes y Yahya se vio obligado a huir de la capital, Marruecos, a las montañas del Atlas y acogerse a la protección del jeque de Hintata.

Las tropas leales marcharon a la capital y lograron expulsar de ella a los autores del complot, cuyo cabecilla era Ibn Yuyyan, restaurando a Yahya en mayo de 1228. Pero durante los meses siguientes Yahya conoció la defección de los gobernadores de Fez, Tremecén, Ceuta y Bugía, lo que animó a al-Mamoun a cruzar el Estrecho para hacerse proclamar califa en Marruecos. Las escasas fuerzas leales al califa fueron aniquiladas en la batalla de Iyilliz (principios de 1229) y Yahya fue trasladado por sus consejeros a las montañas de Hintata, en el Atlas, donde permaneció inactivo durante más de un año

En febrero de 1230 Yahya hizo un intento de tomar la capital y derrocar a al-Mamoun, pero fue duramente derrotado y obligado de nuevo a esconderse en las montañas. En verano de aquel año al-Mamoun llevó su ejército hasta el Atlas y venció una vez más a los partidarios de Yahya, causando una gran carnicería y haciendo huir a Yahya a Siyilmassa.

Dos años después, mientras al-Mamoun había marchado a reducir a su hermano, Abú Musa, que se había declarado independiente en Ceuta, Yahya se apoderó de la capital marroquí; al conocer la noticia al-Mamoun tomó el camino de Marruecos, pero murió repentinamente; no obstante su ejército, compuesto en gran parte por tropas cristianas, continuó su avance hacia Marruecos, después de haber proclamado en secreto califa a Abd al-Wahid II al-Rasid, hijo del difunto al-Mamoun. Yahya salió al encuentro del ejército enemigo y fue derrotado a finales de octubre y de nuevo huyó de Marruecos antes de la proclamación de al-Rasid (1 de noviembre de 1232)

El año siguiente Yahya recibió la adhesión de Ibn Waqarit, jeque de los Haskura, que se había declarado en rebeldía contra al-Rasid y que se reunió con Yahya en la región de Mazala. La rebeldía de Ibn Waqatir provocó una expedición de castigo en las tierras de los Haskura, al norte del Atlas, pero mientras esta se desarrollaba, Yahya e Ibn Waqatir reunieron un ejército compuesto por gentes de los Haskura del sur del Atlas, los Yalawa y los Mazala, con el que marcharon hacia Marruecos para tomar la capital por sorpresa. En cuanto la noticia se conoció en Marruecos, el ejército califal dio media vuelta e interceptó a las tropas rebeldes, derrotándolas. Una vez más Yahya buscó refugio en Siyilmassa

En la primavera de 1235, en medio del caos político causado por la cruenta guerra civil que asoló Marruecos, Yahya, aprovechando un momento de vacío de poder, fue trasladado a la capital por su valedor Ibn Abí Hafs (que le había protegido en las montañas), que consiguió un tenue reconocimiento por parte de la población, que esperaba que la proclamación de Yahya evitase un inminente saqueo de Marruecos por parte de los Jult.

Durante este segundo reinado Yahya fue una marioneta en manos de los señores árabes, que le obligaron a nombrar visir a Ibn Abí Hafs y, tras su muerte por enfermedad, a su hermano Abú Ibrahim, que fue asesinado. Yahya entregó la administración de sus negocios a un paje, Abú Hamama Bilal, que incluso llegó a suplantar la firma del califa y a ordenar la muerte por traición de un hermano de Yahya, Alí ibn al-Nasir

Mientras, al-Rasid, hijo de al-Mamoun que le sucedió a su muerte en 1232 y que había huido de la capital ante los ataque de los árabes en primavera de 1235, preparaba desde Siyilmassa su entrada en Marruecos y había conseguido el apoyo de los árabes Sufyan y de algunas ciudades como Fez. A finales de 1235 Yahya y sus leales fueron derrotados por las tropas de al-Rasid en la batalla de Awiyidán. Yahya fue abandonado por sus partidarios y se refugió solo en el Garb, donde consiguió la promesa de los árabes Ma´quil de que le ayudarían a recuperar el trono, pero uno de ellos, quizás para congraciarse con al-Rasid lo asesinó y envió su cabeza a Marruecos metida en un tarro de miel; su cuerpo fue enterrado en el camino de Fez a Taza

Según las crónicas Yahya fue un hombre indolente y apático, que delegó sus atribuciones en consejeros y visires y con una enorme prodigalidad en prometer a los demás lo que él mismo no poseía. Tuvo una parálisis en la mano derecha que le impedía sostener el cetro califal y su autoridad fue muy poco respetada, llegándose al punto de que sus más bajos soldados se sentaban a su lado, ignorando las más básicas reglas de la etiqueta

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