Ensayista y dramaturgo uruguayo, uno de los grandes filósofos de la cultura de las corrientes americanas. Se vinculó desde muy joven con los círculos literarios y publicó sus primeros trabajos en La Razón y El Siglo.
Con el seudónimo de Aurelio del Hebrón firmó su primer libro Domus Aurea (1918), formado por un conjunto de sonetos y piezas teatrales, típicamente modernistas, que documentaban rasgos sobresalientes de la cultura uruguaya.
Con la edición de El huanakauri (1919) comenzó a separarse de las corrientes del modernismo literario. El libro, por su contenido, es ensayístico, y por su forma, poemático. Partiendo de las corrientes hegemónicas de su época (naturalismo, positivismo, anarquismo y el influjo de F. Nietzsche) desenvolvió su trabajo de crítico.
En la década de 1920 dirigió la revista literaria La Pluma y desde sus páginas realizó una revisión del pasado literario uruguayo y prestó objetiva atención crítica a lo más importante de la producción intelectual del momento, nacional y extranjera. Fue el teorizador del movimiento de la década de 1920 en Uruguay, cuyas obras mostraban la esencia nacional sin dejar a un lado la estética y conciliando renovación con tradición: Proceso histórico del Uruguay (1920), Crítica de la literatura uruguaya (1921) y Estética del 900 (1929), testimonia ese período
En Proceso intelectual del Uruguay (1930) ordenó y valoró la producción intelectual uruguaya desde el pasado colonial hasta el momento en que fue escrito el libro, encarando ésta desde el punto de vista sociológico, estético y psicológico. Durante la década de 1930 también se publicaron Índice de la poesía uruguaya (1933), La literatura del Uruguay (1939), y sus dramas filosóficos Alción, misterios en tres cielos (1934) y Aula Magna o la Sybyla y el filósofo (1937).
Retomó en esos años la crítica y realizó varios viajes para adentrarse en el estudio del continente americano y del mundo: El ocaso de la democracia (1939), El problema de la cultura americana (1943), Índice crítico de la literatura hispanoamericana. Los ensayistas (1954) y La narrativa (1959), pertenecen a ese período. Tras su conversión al catolicismo editó dos nuevos libros: Cristo y nosotros (1959) y Diálogo Cristo-Marx (1971)
(Tomás de Zumalacárregui y de Imaz; Ormáiztegui, Guipúzcoa, 1788 - Cegama, Guipúzcoa, 1835) Militar español que dirigió el ejército carlista. Ingresó en el ejército durante la Guerra de la Independencia (1808-14). En las luchas políticas del reinado de Fernando VII se significó por su postura antiliberal, colaboró con los realistas y fue ascendido a coronel.
Cuando se planteó el pleito sucesorio al morir el monarca, Zumalacárregui participó desde Pamplona en el levantamiento de los reaccionarios que apoyaban al infante Carlos María Isidro en defensa del absolutismo monárquico (1833).
Fracasado el pronunciamiento en la ciudad, Zumalacárregui se retiró al interior de la provincia, en donde unificó a las fuerzas carlistas navarras y organizó uno de los contingentes más eficaces del ejército rebelde. Durante la Primera Guerra Carlista que entonces se inició (1833-40), don Carlos le confió el mando de sus fuerzas en Navarra y le ascendió a general. Se resistió a todos los intentos de atraerle hacia el bando de Isabel II, por parte de su propio hermano Miguel y de su antiguo jefe, el general Quesada.
Consciente de su inferioridad numérica y armamentística, Zumalacárregui reprodujo la táctica guerrillera que conocía desde la Guerra de la Independencia, amparándose en lo accidentado del relieve y en el apoyo de gran parte de la población civil. Fue muy popular entre sus tropas (que le apodaban el tío Tomás), pero no dudó en mostrarse cruel en la represión de los liberales ni en emplear el terror para mantener controlado el territorio.
Durante el año 1834 se sucedieron las victorias en pequeñas escaramuzas (como las batallas de Alegría y las Amézcoas), hasta el punto de provocar la dimisión de Rodil en el mando del ejército enemigo. Animado por esos éxitos y por la necesidad de conseguir dinero y apoyos internacionales, don Carlos le ordenó al año siguiente tomar Bilbao, a pesar de la opinión contraria de Zumalacárregui (que hubiera preferido atacar Vitoria).
La operación comenzó con éxito, al abrirse paso la marcha hacia Bilbao venciendo a Espartero en Durango. Luego, ya dueño de la mayor parte de las Provincias Vascongadas, puso sitio a la capital vizcaína; pero, en su empeño por reconocer personalmente las fortificaciones enemigas y las posiciones de sus hombres, resultó alcanzado por un disparo del ejército que defendía Bilbao.
Herido en una pierna, Zumalacárregui se trasladó a su pueblo para ponerse en manos de un curandero de su confianza y murió, probablemente de septicemia. El ejército carlista perdió así a su militar más prestigioso, debilitándose notablemente sus posibilidades de éxito en la contienda y abriéndose en su seno fuertes disensiones políticas